La bomba atómica en el cine, del espectáculo al uso político

Aprovechando el aniversario de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, analizamos el uso del miedo nuclear en el cine
La bomba atómica en el cine, del espectáculo al uso político
La bomba atómica en el cine, del espectáculo al uso político
La bomba atómica en el cine, del espectáculo al uso político

Este año se cumplen 72 años del lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, los dos primeros, y afortunadamente últimos, ataques nucleares llevados a cabo en un conflicto armado. Las bombas Little Boy (Hiroshima) y Fat Man (Nagasaki) segaron más de 200.000 vidas -sólo la mitad en el momento de la explosión- y empujaron a Japón a firmar su rendición en el último frente abierto de la Segunda Guerra Mundial el 15 de agosto de 1945.

La amenaza del uso de armamento nuclear, considerablemente mejorado en las décadas posteriores, propició en la segunda mitad del Siglo XX un periodo de paz entre potencias sin precedentes en la historia contemporánea, al tiempo que sirvió de inspiración para que el cine hurgara en los miedos más primarios de los espectadores.

En este sentido, resulta revelador el tratamiento que se ha dado en las películas a la amenaza nuclear, siempre como advertencia de lo que podría pasar, pero nunca como recordatorio de lo que realmente pasó. La industria hollywoodiense ha marcado una línea deliberada entre esa pavorosa realidad que no conviene recordar y la bomba atómica como elemento argumental de poderosísima fuerza dramática y visual.

El hongo nuclear ha sido utilizado en el cine más palomitero de los últimos años, siendo posiblemente su mejor representación la de Terminator 2: El juicio final.

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Skynet, el súper ordenador que controla la defensa norteamericana, toma consciencia de sí mismo y decide aniquilar a la humanidad lanzando un ataque que desencadena un holocausto nuclear a escala mundial. En la película, Sarah Connor tiene un pavoroso sueño con el futuro que se aproxima. La sufrida madre del líder de la resistencia humana trata de avisar en vano del inminente final en una escena que deja al espectador pegado a la butaca.

El factor miedo también sirve para dar sentido a Pánico nuclear, el thriller de espionaje protagonizado por Ben Affleck y que, contra todo pronóstico, termina en un ataque nuclear en suelo norteamericano.

La película, cuyo título en castellano es claro ejemplo de la tendencia de los traductores a aclarar de qué va la cosa (The sum of all fears, La suma de todos los miedos, es su título original), cuenta cómo un grupo terrorista introduce una vieja bomba atómica sin detonar en territorio norteamericano. Las motivaciones de los villanos fueron modificadas para la película, estrenada en 2002, ya que en la novela de Tom Clancy en que se basa no son nazis, sino integristas islámicos, y no era conveniente en esas fechas.

El repaso blockbuster a las explosiones atómicas no puede terminar sin un recuerdo a la más fantasiosa de los últimos tiempos, la que esquiva Indiana Jones en El reino de la calavera de cristal.

Nuestro aventurero favorito, pasado ya ligeramente de rosca, consigue escapar de una detonación nuclear buscando refugio en una nevera. Nótese como los efectos de la bomba son un calco de los propuestos 17 años antes en el Terminator de James Cameron.

Saliendo por la tangente del género más estrictamente palomitero nos encontramos con la inclasificable Teléfono rojo: volamos hacia Moscú.

La película más delirante de Stanley Kubrick, que también sufrió una importante mutación respecto a su título original (“Doctor Strangelove, o cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba”) se interna en la crítica hacia la tensión de la Guerra Fría desde un punto de vista cómico. Una apuesta arriesgada ejecutada con maestría.

Para encontrar visiones más crudas sobre el funesto panorama que representaría un holocausto nuclear hay que bajar considerablemente el listón del presupuesto e irse hacia cintas más alternativas, como El día después.

La película, que narra los efectos de un ataque militar soviético en un pueblo americano a principios de los ochenta, hace de la modestia virtud con una buena narración y un uso imaginativo de sus limitados efectos especiales.

En un tono diferente nos encontramos la inglesa Cuando el viento sopla, largometraje de dibujos animados que cuenta la historia de un entrañable matrimonio británico a la espera de un ataque nuclear.

La película juega al contraste con la pausada y apacible narración de los preparativos de los dos ancianos y las magistrales escenas de devastación.

El último ejemplo del cine de temática nuclear introduce de la forma más evidente la posible utilización de los miedos más primarios del espectador para una cinta con fines propagandísticos: el corto israelí The last day (El último día).

The last day añade cuidadísimos efectos digitales a un supuesto vídeo casero para crear un relato pavoroso de un ataque nuclear sobre territorio israelí. El corto, estrenado a principios de 2012, tiene un claro olor político en unos tiempos donde la tensión en Oriente medio y la incorporación de Irán a la carrera nuclear son un continuo quebradero de cabeza para occidente.

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