‘La balada de Buster Scruggs’: Todos los westerns de los hermanos Coen

Decía André Bazin en su artículo El western o el cine americano por excelencia que las películas del oeste son “el encuentro de una mitología con un medio de expresión” y La balada de Buster Scruggs, el nuevo trabajo de los hermanos Ethan y Joel Coen que se estrena el viernes 16 de noviembre en Netflix, es un magnífico ejemplo de ese encuentro nada fortuito entre leyenda y cine, entre el relato de la conquista del oeste y el estilo cinematográfico de los directores de Fargo. En La balada de Buster Scruggs, antología de historias sobre el oeste, resquicio de su origen como serie televisiva al amparo de la plataforma digital, caben todos los westerns de los hermanos Coen, sobre todo aquellos que lo reinterpretan desde el absurdo y aquellos protagonizados por personajes malogrados y perdedores –incluso si en su día fueron los pistoleros más temidos de Monument Valley–, porque de lo que se trata en esta ocasión es de rendir homenaje a un género que se resiste a caer batido en duelo, siempre abierto a mil y una lecturas y reformulaciones.

Así, La balada de Buster Scruggs se aleja algo del clasicismo de Valor de ley –y un montón de la aridez contemporánea que los Coen manejaban en No país para viejos– para acercarse al revisionismo postmoderno de los géneros cinematográficos que tan bien practicaron hace pocos años los cineastas en ¡Ave, César!, ese paseo por el Hollywood de los 50 de la mano del director de Capitol Studios y solucionador de problemas protagonizado por Josh Brolin. ¿Recuerdan el personaje que interpretaba Alden Ehrenreich, esa especie de clon del cowboy cantante Audie Murphy? Pues Buster Scruggs, el tipo que da título a este nuevo trabajo de los Coen, y protagonista del primero de los episodios de la antología, nada tiene que envidiarle en lo que excentricidad se refiere, porque en este primer capítulo, el más hilarante y tal vez el mejor resuelto de la propuesta, Tim Blake Nelson lo borda como juglar de uniforme blanco que dispara las balas y los chistes más rápido que el viento. Buster es un bandolero anómalo –cantarín, educado e incluso, en ciertos momentos, hasta con dejes à la Bartleby–, que no duda, sin embargo, en celebrar la vida (la suya) en este escenario de sangre (mucha) y muerte (aún más).

El acecho de la muerte en este espacio de frontera y balas es también el denominador común de las seis historias de La balada de Buster Scruggs, tituladas, aparte del primer capítulo homónimo, Near Algodones, Meal Ticket, All Gold Canyon, The Gal Who Got Rattled y The Mortal Remains. Todas ellas conforman una miríada de estilos y tonos en lo que al western se trata –del western musical al crepuscular, del bucólico al épico, de la conquista personal y la fiebre del oro a la conquista colectiva y las caravanas de pioneros–, prueba fehaciente de que a los Coen la creatividad se les dispara cuando ponen el pie en la historia del cine; y todas ellas, por otra parte, tienen a la Dama de la Guadaña y a lo macabro en el horizonte, también prueba de que, a pesar de las risas y los giros irónicos que contienen en mayor o menor medida los seis relatos, los cineastas no pueden evitar proyectar en cada una de estos su visión nihilista del mundo y del ser humano. Con todo, incluso en los momentos más hostiles o en los cuentos de destinos más cruentos, la pareja de cineastas siempre deja que la ternura y la poesía aparezcan y atraviesen la vida de sus personajes, aunque sea tan solo por un instante, aunque sea para recordarnos que la belleza suele ser lo primero que muere en las historias que han hecho universal a la violenta epopeya americana.