Jóvenes y nazis: 10 niños de cine con esvástica

Los protagonistas de 'Green Room' no son los únicos que han pasado su juventud bajo la influencia de Hitler y sus esbirros.
Jóvenes y nazis: 10 niños de cine con esvástica
Jóvenes y nazis: 10 niños de cine con esvástica
Jóvenes y nazis: 10 niños de cine con esvástica

Sufrir los efectos de una guerra durante la infancia o la adolescencia es algo que no se le debe desear ni al peor enemigo. Si, además, sumamos a todo ello la influencia de uno de los regímenes más tiránicos y enfermizos de la historia, más una doble dosis de hormonas púberes para dar sabor, entonces no debería extrañarnos que los protagonistas de Green Room esté, digamos, un poquito desequilibrada. : desde los años 30 a estos días de cabezas rapadas y neonazismos varios, te presentamos a 10 chicos y chicas que crecieron bajo la esvástica.

El flecha Quex (H. Steinhoff, 1932)

El pobre chaval protagonista de este filme tiene un serio problema: además de ser alcohólico y ganar una miseria en su trabajo, su padre es comunista, así que le manda a una acampada (infernal) con las juventudes de su partido. Menos mal que, durante dicho trance, Quex se hace amigo de otro grupo de chicos mucho más sano y más disciplinado, cuyos miembros visten uniformes pardos y saludan levantando el brazo derecho. Si tienes dudas sobre por qué el primer retrato de las Juventudes Hitlerianas en el cine las retrata de una forma tan laudatoria, vuelve a fijarte en el año de estreno: efectivamente, estamos ante una película de propaganda rodada durante el apogeo del nazismo.

Rebeldes del Swing (T. Carter, 1993)

Parece mentira, Christian Bale: todos sabemos que ser un aficionado adolescente al jazz en la Alemania de los años 30 no era ninguna bicoca, y que le debías un favor a Kenneth Branagh (aquí, un jefe de la Gestapo particularmente siniestro) por haberte dado aquel papel en Enrique V. Pero eso no nos hace olvidar cómo tú, que padeciste los rigores del imperialismo japonés en El imperio del sol, te convertías en una pequeña sabandija al servicio del Reich mientras tu compañero Robert Sean Leonard (bueno, vale, él era el héroe de la película) mantenía sus reservas ante el señor del bigotillo. Y no vamos a mencionar lo que le hacías a tu propio padre, porque eso sí que no tiene nombre aunque el susodicho fuese un maltratador.

Napola, escuela de élite nazi (D. Gansel, 2004)

Desde luego, si buscamos películas llenas a reventar de nacionalsocialistas embrionarios, esta es una elección inevitable. Cual jugador de basket afroamericano sacado del gueto para jugar con el equipo de Harvard, el joven antihéroe de Napola (Max Riemelt) aprovecha sus dotes para el boxeo a fin de sacar matrícula en el centro que da título a la película, uno de los 'institutos nacionales de formación política' en los que el III Reich formaba esbirros jóvenes pero sobradamente preparados para dejar Europa hecha cisco.

La ladrona de libros (B. Percival, 2013)

Desde 1936, la pertenencia a las Juventudes Hitlerianas era obligatoria para todos los niños alemanes de origen ario. La organización, huelga decirlo, se ocupaba de enseñarles una disciplina férrea y de hacerles participar en los actos del partido, incluyendo la quema de esos textos a los que el régimen tildaba de "literatura degenerada". Lo cual no le hace ninguna gracia a la protagonista de esta historia, claro: cuando tu infancia ha estado marcada por el analfabetismo, y los buenos oficios de Geoffrey Rush te han convertido en una adicta a la letra impresa, la destrucción de un libro es una tragedia casi mayor que los bombardeos.

Cabaret (Bob Fosse, 1972)

Tras pasar una buena parte del metraje en el cargado ambiente del Club Kit Kat, Michael York y Liza Minelli necesitan aire puro y sol, algo que encuentran de sobra en un biergarten de la periferia berlinesa acompañados por su buen amigo (dejémoslo así) Helmut Griem. Para amenizar el asueto, qué mejor que un poco de música, y más aún si se trata de una canción tan bonita como ese Tomorrow Belongs To Me que entona un sonrosado mozalbete con una esvástica en la manga. Cuando termina este número musical, el único del filme que no tiene lugar en el cabaret de marras, el espectador tiene todos los números para sentirse notablemente acongojado.

Europa, Europa (A. Holland, 1990)

¿Hay algo más irónico que un chaval judío con el uniforme de las juventudes hitlerianas? Mejor se lo preguntamos a Solek (Marco Hofschneider), el protagonista de esta película: tras sobrevivir a la Noche de los Cristales Rotos, a la invasión rusa de Polonia y a unas cuantas desgracias más, nuestro héroe ofrece un meritorio ejemplo de adaptación al medio cuando consigue hacerse pasar por un descendiente de Sigfrido y Brunilda para librarse de la cámara de gas. Pero, claro, siempre queda el pequeño problema de la circuncisión: las maniobras de Solek para disimular su falta de prepucio dieron pesadillas a muchos adolescentes de los 90.

Alemania, año cero (R. Rossellini, 1948)

Tienes 12 años y vives en Berlín. La guerra ha acabado y te espera una 'maravillosa' vida trapicheando comida en el mercado negro, mientras tu familia (padre enfermo, hermana prostituta, hermano buscado por la policía) está tan en ruinas como la ciudad en la que vives. ¿Falta algo para hacer de tu historia un dramón neorrealista? Pues sí: que un profesor algo pedófilo y completamente nazi te llene la cabeza de discursos sobre la supervivencia de los más fuertes, mientras tú te dejas manosear por él a cambio de unos pocos marcos. Y, pese a todo, 65 años después del estreno de esta película ("el mejor filme italiano de la historia" según un tal Charles Chaplin) muy pocos espectadores se ven con autoridad para culparte por lo que haces.

Tras el cristal (Agustí Villaronga, 1987)

Si has visto Pa negre, tendrás claro que al mallorquín Villaronga le gusta poner a sus personajes más jóvenes en situaciones de notoria perversidad. Una constante que su primer largometraje convirtió en paroxismo presentándonos a Angelo (David Sust): además de atender de forma intachable a su jefe, un criminal de guerra nazi encerrado en un pulmón de acero, este chico adquiere pronto la costumbre de ponerse los uniformes de su patrón, y de imitar sus antiguas costumbres. Como, por ejemplo, matar niños inyectándoles gasolina en el corazón. Y es que, cuando se trata de ser un psicópata, la ideología siempre está un poco de más.

Verano de corrupción (Bryan Singer, 1998)

Han pasado muchos años desde la II Guerra Mundial, y aprender las cosas del nazismo directamente de sus maestros se va haciendo cada vez más difícil. Por fortuna, el joven Brad Renfro tiene acceso a una fuente privilegiada: su vecino de al lado (un encantador viejecito muy parecido a Ian McKellen) es un auténtico experto en el Holocausto, más que nada porque se hartó de enviar gente a las cámaras de gas cuando era oficial de las SS. Durante este curso intensivo, McKellen y el director Bryan Singer entablan una bonita amistad que acabará dando sus frutos en X-Men (menuda ironía) mientras nosotros recordamos que, cuando se pone, Stephen King no necesita hoteles embrujados ni payasos monstruosos para meternos el miedo en el cuerpo.

American History X (Tony Kaye, 1999)

Está claro que, cuando de figuras memorables se trata, esta película nos ofrece la estampa de ese Edward Norton tatuado con esvásticas hasta el colodrillo. Pero, como él ya está mayor para este reportaje, recordamos que Edward Furlong también imponía lo suyo aquí: con su actual decadencia todavía bastante lejos, el joven Danny Vinyard es un valor en alza para los skins a quienes lideraba su hermano mayor antes de ir a parar al talego, y son las clases de refuerzo con los que un profesor afroamericano trata de sacarle del marasmo las que dan título al filme. Ahora bien, a la hora de atormentar a las minorías hay que tener mucho ojo, y a lo mejor provocar al hermano de un gangsta tampoco es tan buena idea.

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