José Luis Garci: "El cine ya no existe. Existe Netflix"

Adicto al Hollywood clásico y rehén de su Olivetti, Garci resucita al detective Germán Areta y devuelve el cine negro a su lugar en la Gran Vía madrileña con 'El crack cero'
José Luis Garci: "El cine ya no existe. Existe Netflix"
José Luis Garci: "El cine ya no existe. Existe Netflix"
José Luis Garci: "El cine ya no existe. Existe Netflix"

Fotografía: Jacobo Medrano

“TIENES QUE HACERLO, JOSÉ LUIS. A Alfredo también le gustaría que retomases El crack”. Así se lo pidió Maite, viuda de Landa, el Germán Areta original. Y Garci (Madrid, 1944) no pudo negarse. El oscarizado director de Volver a empezar (nominado otras tres veces), el guía que nos acompañó por las obras maestras de ¡Qué grande es el cine!, el escritor prolífico y nostálgico irredento, ha vuelto de su retiro, de su universo hecho de buenos amigos, cine clásico, radio, fútbol, libros y Dry Martinis (con responsabilidad) para rescatar un icono del cine español.

¿Qué le parecería El crack cero a Alfredo Landa?

Si Areta/Landa la viese, le iba a gustar. Y a su mujer también. Alfredo diría, así como hablaba él: “Este hijo de puta está bien”. Cómo es el cine, joder. Esta película la iba a hacer Víctor Clavijo.

¿Y qué pasó?

Nada, estrenó Lehman Trilogy y tuvo un éxito de cojones. Yo fui a ver la obra, espléndida, y él, que era productor también, me contó que habían firmado unos bolos en fechas de rodaje. Tenía que escoger: la película o la obra.

Eligió el teatro. Y entonces apareció Carlos Santos.

He tenido la suerte de encontrarle, no se habría podido hacer sin él. Le invité a venir aquí, a la oficina. Según entraba le dije: “Areta, ¿qué tal estás?”. Y le di un abrazo. Lo vi claro desde el primer momento.

Sin caracterizar ni nada.

Nada, nada, yo ya me lo imaginaba con la gabardina azul y los nikis estrechos, y el bigote… “Encantado, Areta”. Él estaba asustado, como los modernos ahora hacen castings y pollas de esas, entraba sin saber a qué venía. Y al verle en pantalla, hay algo en él que me recuerda a Alfredo, una transmigración de su alma.

Te preocupaba mucho mostrar bien aquel Madrid de 1975.

La de paseos por la Gran Vía que habremos dado, pero es imposible: todo Cristo con los móviles, los coches, los rótulos de las tiendas, los cines… Había 14 cines y ahora quedan tres. Estuvimos en Avilés, y había dos o tres rincones allí que con los coches de época, parecían las calles a espaldas de Gran Vía… Pero quedaba raro. Y entonces caí. Igual que usamos la música de Jesús Gluck, usaremos las imágenes de mis anteriores películas.

Y te has dado el gustazo de meter a Landa.

Un plano de El crack, en el coche. No hay archivo: todos los planos de la película, presentes y pasados, los rodé yo: El crack 1 y 2, Solos en la madrugada, La herida luminosa y Tiovivo c. 1950. Hablé con Vicuña, con Cerezo, les pagué los metros que cogimos, los llevamos al blanco y negro que queríamos y ya está.

¿Qué haría Germán Areta en 2019, a sus setentaytantos?

Estaría jubilado, tendría una tertulia donde juega al mus.

Pero se aburriría: no hay frontones, no hay cines…

Estaría quejándose. Pero le buscaríamos un buen caso. Alguno de sus amigos le contaría un problema que tiene: “Tú, que has sido detective…”, y la cosa se enredaría.

¿Tenías una tercera parte pensada para Alfredo Landa?

Yo tenía varios Cracks previstos con Alfredo, pero ya veía que era imposible. Recuerdo uno con Horacio [Valcárcel], otro que se me ha ido, que dijimos, cuando Landa estaba en silla de ruedas: “No te preocupes, lo hacemos tipo Ironside, ponemos rampas en la oficina”, y él se reía mucho, pero era complicado. Teníamos que haberlo adelantado. Haber hecho un tercer Crack antes, con una historia que teníamos sobre ETA, él que era vasco.

Y decidiste volver al origen del personaje. The Crack: Inception, como dice Variety.

Tras lo de Maite, llevé a la radio, a Cowboys de medianoche, a Javier Muñoz, director de Sicarivs, y a Víctor Clavijo, porque me gustó mucho su película. Y me dijeron lo mismo. Vaya, eso era una señal. Y les dije, si la hago, la hago con vosotros. Tú eres Areta y tú te escribes el guion. Y todo se fue aclarando. Había que contarlo por atrás. Bódalo no existe, Rellán muere en El crack dos, tenemos que empezarlo todo. Este tío ha dejado la policía, ha montado una agencia de investigación y se ha llevado a los que trabajaban con él.

Anunciaste tu retirada en 2013… ¿Por qué lo dejaste?

No estaba cansado, simplemente quería otra cosa. Dedicarme a escribir –de entonces acá he escrito 7 u 8 libros–, oír música, pasear, estar con amigos. Estaba a gusto y sabía que había llegado mi momento de jubilarme. Y jubilarse viene de júbilo, joder.

¿Y por qué volver ahora?

Para mí no fue una vuelta. Es como si escribes un libro, lo terminas, y al tiempo vuelves a escribir. Pues eso, he vuelto a hacer una cosa que solía hacer. Con menos vitalidad. Y he delegado mucho en otros aspectos de producción que antes controlaba.

¿Has sentido lo mismo?

Sí, esta vez igual que las otras veces. Todo estupendo. Y eso que yo estaba acostumbrado a rodar con Gil Parrondo, con Ricardo Navarrete de cámara, que eran los mejores y además eran mis amigos. Y de repente me encuentro con unos chavales que podrían ser hijos míos. Yo no os quiero dar la murga, soy antiguo y esta es una película analógica, aunque rodemos en digital, va a ser una reliquia, les decía. Y a ellos empezó a gustarles el rollo.

Después de Asignatura aprobada (1987) tus películas se orientaron al pasado. ¿Por qué dejó de interesarte el presente?

Hubo un hartazgo. Asignatura pendiente era un No-Do, un diario de lo que estaba pasando, era presidente Arias Navarro y decíamos aquello de “eres más triste que Arias Navarro”, era inmediato. Luego Solos en la madrugada, con la radio. Las verdes praderas, El crack, Volver a empezar… Y ahí me cansé, dije: voy a hacer otra cosa después de El crack dos. Sesión continua ya era una cosa mía de películas, de escritores… Algo distinto. Ahora si yo hiciera otra la haría actual. Sobre una persona de mi edad, con mis inquietudes.

Alguien que ha sido siempre feliz en un cine.

Donde yo estoy feliz es en otro mundo. No puedo hablar del cine de ahora, pero no despectivamente porque no me interese sino porque hay al año solo seis u ocho películas que me gustan, que son las que voy a los descampaos, como yo les llamo a los centros comerciales. En cambio, me hablas de fútbol y, de esos dos placeres de niño, resiste mejor. No es que esté al día, estoy mucho más que eso: el calendario, la Champions. El cine no me ha dejado de interesar, veo varias películas clásicas casi a diario en casa y voy al cine una vez por semana o más, pero la actualidad, no es que haya dejado de interesarme, pero me es más ajena.

¿No te parece que ahora vemos demasiadas series?

Me ha gustado mucho Chernobyl. Yo sigo viendo más cine que series, casi todo películas antiguas.

Pero la gente no…

Es que el cine ya no existe. Existe Netflix. Lo que era el cine para nuestra generación ahora es Netflix.

¿Qué plataformas tienes?

Tengo todo: Amazon, HBO, Filmin… Tengo hasta Dazn para ver el boxeo. El otro día me acosté a las siete de la mañana viendo la pelea de los pesos pesados Wallin-Fury. Qué pelea, madre mía.

¿Echas de menos los cines de tu infancia?

La nostalgia mía viene de niño. Viene de ver esas películas. A mí me marcó Hollywood, no me infectó el virus de la Nouvelle Vague. No es que me haya quedado en John Ford, pero ahí ando. Sobre todo me gusta, cada vez más, Billy Wilder, quizá por mí, porque yo vengo de la Olivetti

Escritor antes que otra cosa.

Sí, ahora noto que me ha servido mucho haber trabajado con tanta gente. Haber escrito para Drove, para Roberto Bodegas, para Eloy de la Iglesia, para Olea, Giménez Rico, Mercero, Romero Marchent, Leon Klimovsky… Hostias. He estado 10 años así escribiendo para todos estos, y me he ido dando cuenta de que, coño, había cosas tan buenas en sus ideas que superaban cualquier estrechez de presupuesto.

Ésta también es una película muy pequeña.

Pues es la película más cómoda que he rodado nunca. En cinco semanas, no se necesitaba más. Es una película pequeña sin pretensiones en el territorio de la serie B, donde lo que yo he querido captar es la atmósfera, ese tono que tienen las películas negras que a mí me gustan, por eso la hice en blanco y negro.

¿Por qué el blanco y negro? Muy diferente del de You’re the One.

Aquella era la posguerra, y en un pueblo, esta es una película urbana. Y la fecha de 1975 es tan clave como puede ser el 36, es el final de una época y el inicio de otra… Esa época yo la veía con la tonalidad del No-Do. Sí hay luminosos, pero no ha entrado el color aún. “¿Y qué crees que va a pasar?”, le dicen a Areta. “Igual nos volvemos a pegar otra vez, o se produce un milagro y nos ponemos de acuerdo y tiramos para adelante”. Y hay un cambio. Lo que no cambia, y eso es lo bueno del cine negro, es que el dinero, la traición, la infidelidad, el amor, el sexo, los celos, los crímenes, todo eso va a seguir igual, cuando escribía Balzac y dentro de dos siglos.

Y en el final del Franquismo.

El año 75 está en todo, pero sobre todo en las chaquetas, las gabardinas, los pantalones campana, tan horribles, que se llevaban entonces, en los tejidos. ¿En donde más? En las sombras, la luz en lámparas bajas. Ahora únelo con lo que a mí me gusta. El fútbol, el boxeo, los cócteles, mi padre, que están sus cuadros ahí. He metido la amistad, el amor, la violencia, aunque nunca he querido ver a Areta matando. He querido hacer una película, a ver si me sale... [busca las palabras] donde tú estuvieras a gusto, te sintieras bien; que empezara la peli y dijeras, joder aquí no hay drones, ni grúas, pero me siento bien. Como si cuando sales de la ducha o de la piscina o del mar te dieran de repente un albornoz grueso, joder qué a gustito. Confortable, que no me salía, esa es la palabra: confortable. Y eso es lo que yo me sentía de niño, joder: confortable viendo una película.

Siempre has defendido lo que significó la Transición.

No es que nos diésemos besos, pero fue la época en la que más nos quisimos los españoles. De niño veía yo muchas veces la tristeza, Navidades con caras raras, gente que estaba fuera o en la cárcel, pero con la llegada del año 76 esto cambió. La gente era más amable. Es como si le hubieran dado vacaciones a este país. Cada uno, los médicos, los ingenieros, los arquitectos, los cineastas, pusimos de nuestra parte para levantar esto, que era un equipo de Segunda División, oscuro, tipo el Langreo, el Ensidesa, y, joder, lo colocamos en la Champions League. Ahora se ve mal lo de la Transición y no entiendo por qué. Fue una época en la que se llegó a lo más que se podía. Allí, tipos de camisa azul pactaron con comunistas. Yo creo que dijeron: ahora lo importante es España. Carrillo dijo: “Claro que sí, la bandera y el himno, que suene”. Y fue un momento extraordinario. Mucho mejor que el de ahora.

¿Por qué?

Los de ahora no han leído los libros que nosotros leímos entonces, eso para empezar. En segundo lugar no hay un libro de historia de España, hay 17. Ahora, si te pones enfermo en Vigo no es igual que si te pones malo en Extremadura. La educación, la sanidad, falta mucho por hacer en lo esencial. Y se dispara mucho contra España. El cine español, por ejemplo. Yo hice unas declaraciones en el Festival de Montreal, cuando el Antiguo Testamento, con Asignatura aprobada, y dije que era el mejor cine de Europa. Bah, ya está este, decían. Coño, era mejor que el cine inglés, que el cine italiano, unas películas estupendas: El sur, La colmena, Los santos inocentes, El viaje a ninguna parte... ¡Buenísimas!

Cine complejo de autores que llenaban las salas.

Ah, la autoría. Soy el único director en España que nunca ha puesto ‘Un filme de’, cuando ahora ponen hasta ‘Un cortometraje de fulano’. No lo digo porque sea humilde, soy el único que ha sido presuntuoso. Qué pongo yo: “Dirigida por”. Lo que ponían Hitchcock, Wilder, Ford. Directed By. Estos no ponían ‘Un filme de’. Además, es mentira: sin haber escrito la película, ¿cómo vas a ser el autor? Cine de autor… De eso habría mucho que hablar.

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