[IFFR 2020] 'El año del descubrimiento' rompe la imagen triunfal de España '92

Estrenado en el Festival de Cine de Rotterdam, el segundo largo de Luis López Carrasco recuerda cómo la reconversión industrial destruyó la solidaridad obrera.
[IFFR 2020] 'El año del descubrimiento' rompe la imagen triunfal de España '92
[IFFR 2020] 'El año del descubrimiento' rompe la imagen triunfal de España '92
[IFFR 2020] 'El año del descubrimiento' rompe la imagen triunfal de España '92

Largo viaje hacia la ira (Llorenç Soler, 1969) y Numax presenta… (Joaquím Jordá, 1980) han sido durante años los máximos exponentes del documental obrero, un terreno lamentablemente muy poco cultivado por el cine español. Desde estos momentos, El año del descubrimiento, segundo largometraje de Luis López Carrasco, puede compartir podio con ellos como una obra fundamental para entender el devenir del movimiento obrero en España durante la segunda mitad del siglo XX y su práctica disolución en el XXI.

Después de componer un brillante ejercicio estético con las ilusiones (rotas) de la juventud ochentera en El futuro (2013) –un filme nada carente de discurso político, pero más absorto en su fantasmagoría plástica— y de cuestionar el mito de la Movida madrileña con el corto Aliens (2017), López Carrasco –antiguo integrante del colectivo Los Hijos, responsable de películas como Los materiales (2009)– ambienta El año del descubrimiento en 1992, hito de la historia oficial española por acoger la celebración de los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla.

Pero también fue un año decisivo en Cartagena, ciudad de los abuelos del cineasta murciano. En 1992, el fulminante cierre anunciado de los astilleros Bazán, la metalúrgica Peñarroya y la compañía de fertilizantes Fesa-Enfersa con motivo de la reconversión industrial acarreó una serie de manifestaciones y protestas que confluyeron en la quema de la Asamblea de la Región de Murcia el 3 de febrero de 1992.

Ese evento es el eje fundamental sobre el que giran los tres bloques que componen la estructura de El año del descubrimiento. Una obra desbordante, de carácter monumental –200 minutos de duración– e imagen panorámica que se multiplica gracias a una permanente pantalla partida. La división forma dos ventanas, puntos de unión entre el pasado de 1992 y nuestro presente, por donde desfilan recreaciones de la época, testimonios actuales de protagonistas de la lucha obrera e imágenes de archivo.

La amplitud de alcance de El año del descubrimiento es enorme. Del mismo modo que en El futuro el director empleaba la textura de la imagen en 16mm para invocar una época concreta, en esta ocasión recurre al vídeo VHS-C y Video8 para que su falta de definición y las líneas de autotracking nos retrotraigan a la época retratada.

La casi totalidad de la película fue grabada en un bar de Cartagena que acoge un microcosmos de la sociedad y, efectivamente, parece anclado en la década de los 90. Algo que, que unido a la textura en vídeo de la imagen y un cuidadísimo diseño de producción, vestuario y maquillaje para los actores no profesionales que intervienen en las partes más ficcionales –conversaciones espontáneas entre clientes del bar, o una espléndida recreación de lo que sería un almuerzo familiar de la época–, crea un efecto de desubicación temporal que es uno de los grandes logros de la propuesta.

Las preocupaciones laborales que expresan los personajes actuales conservan ecos de hace casi tres décadas, mientras que los testimonios de protagonistas directos en aquellas revueltas dejan un nudo en la garganta con su exposición de cómo durante ese tiempo se ha disuelto la solidaridad obrera hasta hacerla casi imperceptible.

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