[IFFR 2019 #2] 'Vox Lux' y 'De nuevo otra vez': cine de madres

Natalie Portman en lo nuevo de Brady Corbet y Romina Paula en su debut en la dirección plantean experiencias maternales no siempre agradables o fáciles de gestionar.
[IFFR 2019 #2] 'Vox Lux' y 'De nuevo otra vez': cine de madres
[IFFR 2019 #2] 'Vox Lux' y 'De nuevo otra vez': cine de madres
[IFFR 2019 #2] 'Vox Lux' y 'De nuevo otra vez': cine de madres

[En la edición de 2019 del Festival Internacional de Cine de Rotterdam que se celebró del 23 de enero al 3 de febrero tuvimos la oportunidad de disfrutar de muchas citas cinematográficas estimulantes entre proyecciones, masterclasses, coloquios y encuentros. A partir de su caudalosa programación hemos armado tres programas dobles para reflexionar sobre la paternidad, la maternidad y la búsqueda].

Con solo dos películas como director, el actor Brady Corbet se ha convertido en una de las voces más impresionantes del cine estadounidense. Dos filmes, La infancia de un líder (2015) y Vox Lux, cuyo impulso reside en sacar el máximo partido posible a cada resorte del lenguaje audiovisual para, antes que contar una historia lineal y dramática, trazar el retrato polimorfo de un personaje lleno de aristas y sed de atención. Esto ocurre tanto en la crónica de infancia de un futuro dictador centroeuropeo que rodó con Bérénice Bejo Robert Pattinson como en su segundo filme, donde Natalie Portman interpreta a una superestrella pop que lidia como puede con su hija adolescente.

Formado como actor en películas de los últimos cachorros rotundos y atmosféricos del cine de EE UU en órbita tanto de Hollywood como de Sundance –Gregg Araki (Mysterious Skin), Sean Durkin (Martha Marcy May Marlene), Antonio Campos (Simon Killer)–, y con experiencia con cineastas europeos como Michael Haneke (Funny Games, 2007), Lars von Trier (Melancolía), Bertrand Bonello (Saint Laurent), Ruben Östlund (Fuerza mayor), Olivier Assayas (Viaje a Sils Maria) Mia Hansen-Løve (Eden), no se puede decir que a Corbet le hayan faltado referentes al otro lado de la cámara a lo largo de su corta pero intensa carrera. Algo que se nota en cada imagen de sus películas como realizador –ambas fotografiadas por el británico Lol Crawley–, equipadas con un planteamiento formal apabullante e inclinadas hacia la narración sensorial antes que dramática.

Como cabe esperar, en Vox Lux la música juega un papel fundamental. Corbet ha vuelto a contar con la colaboración del músico Scott Walker para ese apartado. En esta ocasión se muestra menos grandilocuente que en La infancia de un líder y opta por un acompañamiento latente, de presencia a veces subterránea, hasta estallar por completo en un concierto clímax donde también se lucen las canciones aportadas por Sia para la ocasión. Celeste, la popstar interpretada por Portman, tiene mucho de la cantante australiana, pero también amalgama rasgos de otras figuras icónicas del pop, desde Madonna Lady Gaga, sin olvidar a un insoslayable David Bowie.

Hay dos decisiones brillantes en Vox Lux que evidencian la inteligencia y pulso narrativo de su autor. Una es no mostrarnos a Portman como Celeste hasta aproximadamente la mitad del metraje, de casi dos horas. Eso significa que pasamos casi una hora entera viendo a la joven Raffey Cassidy (El sacrificio de un ciervo sagrado) interpretando el papel de Celeste antes de convertirse en estrella, cuando tan solo es una adolescente normal que va al instituto. Un tiroteo estudiantil, introducido en la trama con tanta seca dureza como ocurren las masacres con armas de fuego de manera terriblemente periódica en los centros educativos estadounidenses, contribuye imprevisiblemente a catapultar la carrera musical de Celeste, siempre acompañada en la sombra por su hermana mayor (Stacy Martin). El segundo gesto brillante consiste en hacer que la misma Raffey Cassidy interprete 20 años más tarde a Albertine, la hija de Celeste.

Vox Lux podría ser una película sobre el auge, caída y quizás redención de una estrella mundial, fórmula que tantas veces hemos vista repetida. Brady Corbet esquiva ese esquema para quedarse solamente con dos momentos temporales: el nacimiento de una supernova pop y su concierto de regreso tras un tiempo de inactividad. Aquí no hay arco dramático que valga. Gran parte de la degradación moral y física de Celeste queda en elipsis, la relación con su hermana y su mánager (Jude Law) apenas cambia si no es para oscurecerse y, si bien la película acaba con una actuación llamada a ser climática, no se puede decir que las cosas pinten muy bien para la cantante una vez que acaben los créditos finales y baje del escenario.

Es la lucha por intentar mejorar la relación con su hija –literalmente, un espejo de sí misma, tal y como la hemos visto durante media película–, un símbolo de su posible lugar en el mundo, lo que mantiene a flote a Celeste en medio de una existencia caótica donde parece que nunca podrá tomar por sí misma las riendas de su destino. A un nivel mucho más humilde, y sin un pelotón de asistentes a su alrededor, lo mismo le ocurre a Romina, la protagonista de De nuevo otra vez, el debut en la dirección de la actriz Romina Paula.

Con marcados tintes autobiográficos y una manera muy interesante de utilizar la ficción para reflejar preocupaciones y ansiedades de su realidad cotidiana, la brillante actriz argentina –presencia fundamental en películas de Matías Piñeiro, Santiago Mitre (El estudiante) Mariano Llinás (La flor)– coloca su propia maternidad en el centro de un relato de desorientación vital e incertidumbre generacional. Interpreta a una treintañera que, ante una situación de crisis con su pareja, decide mudarse de vuelta a Buenos Aires, donde recibe cobijo de su madre y reconecta con sus amigad de juventud.

Romina, la protagonista de De nuevo otra vez, se encuentra en una situación muy reconocible: a una edad en la que sus padres ya se habían enfrentado a diversas calamidades y tenían la vida encauzada (etapa ilustrada con fotografías y películas caseras de la propia familia de la autora, con ciertas raíces germanas), ella se siente más perdida que nunca, en un sempiterno estado afectivo y laboral propio de la adolescencia pero con la carga de un hijo al que, varios años después de su nacimiento, aún no sabe muy bien cómo criar.

¿Pasar de ser hija a ser madre ha cambiado su lugar en el mundo? ¿Acaso tenía un lugar en el mundo en primer lugar? Las dudas de Romina bien pueden ser las de Celeste y, desde luego, muchas veces son las nuestras. Como indica el símbolo de infinito que forman las dos letras 'o' del título de De nuevo otra vez cuando se juntan, esta es una cuestión inagotable de nuestro tiempo, que no para de dar vueltas sobre sí misma; y, por el camino, ha inspirado dos películas que capturan esa misma incertidumbre.

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