'Hijos de los hombres' 10 años después: el peor futuro posible

[SPOILERS] Mientras seguimos avanzando hacia el verosímil futuro apocalíptico que imaginó Alfonso Cuarón en una de las mejores películas de la década pasada, analizamos su legado.
'Hijos de los hombres' 10 años después: el peor futuro posible
'Hijos de los hombres' 10 años después: el peor futuro posible
'Hijos de los hombres' 10 años después: el peor futuro posible

A pesar de que manejó unas cifras discretas (un presupuesto de 76 millones de dólares para una recaudación global que no llegó a los 70) y de que no dejó huella en los Óscars más allá de tres nominaciones, Hijos de los hombres pasará a la historia como la película que ha tenido la campaña de marketing más ambiciosa que haya existido jamás: el mundo.

La premisa de la historia es sencilla. En el año 2027 la humanidad asiste a una infertilidad que dura dieciocho años y conducirá, si nada lo remedia, a la extinción de la especie. El Estado británico es el único que permanece en pie frente al abismo en el que se ha precipitado el resto del mundo, envuelto en atentados, revueltas, guerras e histerias mesiánicas.

Pero antes de que se plantee el argumento, antes incluso de que aparezca un plano en pantalla, puede oírse un noticiario que anuncia la ocupación militar de las mezquitas inglesas para mantener el orden en el país. Acto seguido, ya con imágenes, el protagonista (Theo Faron, interpretado por Clive Owen) pide un café en un establecimiento lleno de gente mientras recibe por televisión la noticia de la muerte de la persona más joven de la Tierra, por apuñalamiento en una pelea. A los pocos segundos, nada más salir a la calle, un atentado terrorista revienta la cafetería y deja al espectador clavado en la butaca.

Pitido, corte a negro y título.

En la escena siguiente, ileso pero todavía con zumbido en los oídos, Faron llega a su oficina en el Ministerio de Energía y cruza un control policial coronado por la consigna gubernamental Jobs for The Brits.

Hoy, 22 de septiembre de 2016, se cumplen diez años del estreno en Inglaterra de Hijos de los hombres, la película que incidió en el presente de aquel momento para forjar un nuevo estándar de cine distópico que nos ha acompañado desde entonces.

Alfonso Cuarón, director del filme, debutó en el largometraje en 1991 demostrando su sobresaliente pulso planificador al convertir en una comedia romántica con deliciosos momentos screwball algo que, sobre el papel y en manos de otra persona, podría haber quedado en poco más que en una set piece de revista televisiva. Sólo con tu pareja fue la declaración de principios de un cineasta clave en la generación de cineastas mejicanos clave, a su vez, en el Hollywood actual. También fue la película que selló su asociación con Emmanuel Lubezki, el único director de fotografía que —valga como ejemplo de esa destacada presencia mejicana en la industria estadounidense— ha ganado el Óscar a la mejor fotografía en tres ocasiones consecutivas (por Gravity, Birdman y El renacido). Ya entonces se les auguraba el futuro brillante que todavía tienen ante sí y del que Hijos de los hombres es para muchos la mayor promesa cumplida hasta la fecha.

De la misma manera que imprimió carácter a aquella comedia de enredos, Cuarón hizo una robusta adaptación del libro de P. D. James. Descartó elementos fundamentales en él, empezando por el personaje del Guardián (dictador de Gran Bretaña) y muchas de las intrigas relacionadas con Omega (nombre que recibe tanto la enfermedad que ha atrofiado la reproductividad humana como la última generación de seres humanos). Lo que le interesaba era la infertilidad como metáfora de un mundo sin esperanza.

En el drenaje de la literatura al cine asumió el trasfondo cristiano presente en el libro, en particular la Natividad y la persecución de recién nacidos atribuida por el relato bíblico a Herodes I, y aprovechó de manera brillante el potencial cinemático que había en ellos. En última instancia, la película tiene tanto de adaptación del texto de la novelista inglesa como de la huida a Egipto del evangelio de Mateo. Y más allá de lo iconográfico, el personaje de Jasper Palmer (un guiño al humorista gráfico Steve Bell que Michael Caine interpretó con la cabeza puesta en John Lennon) subraya expresamente esa sensibilidad religiosa cuando expone, entre caladas de porros con regusto a fresa y teorías conspiranoicas sobre ovnis, la pugna entre fe y azar que ha marcado la vida a la baja que Theo lleva desde que su hijo muriera en una epidemia de gripe en 2008.

Pero vamos a lo que nos ocupa en Cinemanía porque tanta fuerza como esos dos relatos tiene el cine en el que confluyen. Uno de los recursos que se conserva de la novela es el punto de vista de Faron. Si en el original literario adquiere la forma de un diario, en este caso se asume a través de un manejo de la cámara que acompaña en todo momento al protagonista; una elección de la que se deriva uno de los grandes logros de la película.

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Hijos de los hombres propone un cine que redimensiona las imágenes de los informativos. La suya es una forma de audiovisual que hace inmersión en otra forma de audiovisual. Frente a ese Londres pre mortem al espectador no le resulta difícil identificarse con un burócrata abúlico, un punto cínico, como Faron. Él es nuestro guía por ese futuro sin futuro, por ese mundo estancado. En su muy entusiasta comentario ("sólo películas como esta garantizan que el cine sobrevivirá como arte"), Slavoj Žižek decía que lo importante es la mirada oblicua que la película arroja sobre la realidad, y lo cierto es que el dispositivo pensado por Cuarón tiene algo de carrusel. El recorrido empieza en la oficina en la que trabaja y, una vez sale de ella, nos detiene en todos los nodos que sostienen la cosmovisión de la llamada guerra contra el terror: al poco de presenciar el atentado que abre la película Theo es secuestrado por un grupo terrorista, con el que acepta colaborar para trasladar a una inmigrante ilegal a cambio de dinero, lo que le convierte, primero, en prófugo del gobierno y, después, de los propios terroristas, que lo consideran contrario a sus intereses una vez han hecho uso de sus servicios. En su huida adquiere la categoría de refugiado —su calzado, cuando lo tiene, pasa a ser el precario calzado de la urgencia— y como tal es testigo del control y puntual exterminio de inmigrantes indocumentados a manos del gobierno. Por último, presencia una revuelta de refugiados que el ejército británico sofoca sin contemplaciones mediante una masacre asistida con fuego aéreo. Cuarón toma imágenes recurrentes pero desperdigadas en los medios de comunicación y las recrea y engarzada en un solo hilo argumental. Crea una visión panorámica de los conflictos de lo que llevamos de siglo XXI, en la línea de los óleos monumentales que se popularizaron en el siglo XIX para explicar ciudades, batallas y otros acontecimientos históricos.

Además de esa secuencia, conceptual, están las otras secuencias que no tardaron en convertir la película en material de uso habitual en escuelas de cine. El estilo realista de Cuarón y Lubezki culminó en las largas tomas del asalto al coche y, sobre todo, del levantamiento en el campo de refugiados. La segunda no sólo es la mayor pericia técnica del filme sino el pico de su acción (las inesperadas gotas de sangre salpicando la óptica de la cámara) y su emoción (el llanto del primer bebé en casi dos décadas deteniendo en seco una batalla). Aun teniendo en cuenta los empalmes digitales, el responsable de la ejecución del plano, George Richmond, recibió por ellas el premio Historical Shot Award de la Society of Camera Operators, que antes que él merecieron camarógrafos como Alexander Calzatti o Tilman Büttner, capaces de otros tour de force inolvidables.

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Hijos de los hombres se completó a remolque del atentado del 11 de marzo de 2004 en Madrid y de los del 7 y 21 de julio de 2005 en Londres, este último ocurrido un mes y medio antes del que se rodó para la película. La realidad ha avanzado hacia el futuro que proponía la ficción de una manera especialmente vertiginosa desde que en 2011 se desatara la guerra civil siria. Basta consultar los datos: según el Global Terrorism Index de 2015, en el año 2004 se registraron 1.000 atentados terroristas en todo el mundo, mientras que, siguiendo una tendencia general ascendente, en 2014 la cifra anual superó los 32.000, vinculados en su mayoría a conflictos bélicos (el 78% de las víctimas de violencia terrorista de 2014 se concentró en Afganistán, Iraq, Nigeria, Pakistán y Siria). Este país ha sido, en conexión directa con dicha violencia, el epicentro de una crisis de refugiados que no ha tenido parangón desde que se firmara la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados en 1951, y que está cuestionando la imagen que Europa tiene, o quiere tener, de sí misma.

En medio de todo esto, el 23 de junio de 2016, tres meses antes de la celebración de esta efeméride cinematográfica y casi como si formara parte de sus preámbulos: el brexit. El tradicional euroescepticismo inglés reforzó su perfil más xenófobo para acaparar votos en el referéndum, lanzando mensajes alarmistas y torticeros sobre los inmigrantes y los refugiados del Oriente Medio desestabilizado, deformándolos hasta presentarlos como una bomba demográfica con el temporizador puesto a varias generaciones, preparada para explotar y demoler la civilización europea.

Estos diez años del apocalipsis poblacional de Cuarón se cumplen en un momento en el que el nombre más popular entre los varones recién nacidos en Londres es Muhammad, según cifras de 2014 y 2015, y el Reino Unido ha abierto un proceso de insularización lleno de incertidumbres. Las imágenes de la película se sucedieron en medios generalistas y redes sociales antes, durante y después de la votación sobre la permanencia, esgrimidas en muchos casos por los partidarios del remain como réplica satírica a la propaganda del UKIP. Si Nigel Farage utilizó una imagen de Eslovenia para advertir de los emigrantes sirios hacia Inglaterra (sugiriendo una tendencia migratoria en contradicción con los datos oficiales suministrados por el gobierno inglés) y Donald Trump una de Melilla para hablar de los emigrantes mejicanos hacia Estados Unidos, el director mejicano parece usar el discurso de ambos (aunque Trump no hubiera acaparado los medios todavía) para describir el final de la democracia. En su caso con la sinceridad del que hace ficción.

La acumulación de refugiados en Turquía, el ascenso de la extrema derecha y la entrada de nuevos actores en la guerra siria, en la que confluyen todos los factores belígenos que puedan imaginarse, garantizan un presente cautivo de los fotogramas de Hijos de los hombres. La realidad y la película proseguirán su diálogo. En la tierra yerma de Siria florecerán bebés milagro, cuyo rescatador quizás muera al poco de su acto heroico, como Theo, y las imágenes del conflicto pondrán a prueba nuestra fe (en Dios, la humanidad, Europa o uno mismo, según la conciencia).

Les podríamos recomendar que vuelvan sobre esta película a propósito de su décimo aniversario, pero no hace falta. El mundo se encargará de publicitarla y será ella la que vuelva, una y otra vez, sobre ustedes.

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