[Goya 2017] Manolo Solo: "Los cobardes también podemos ser temerarios"

Hablamos con el nominado de su pasado rockero, el oficio de la interpretación y el papelón por el que aspira al premio a mejor actor de reparto
[Goya 2017] Manolo Solo: "Los cobardes también podemos ser temerarios"
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[Goya 2017] Manolo Solo: "Los cobardes también podemos ser temerarios"

foto: Raúl Arévalo

Una sorpresa dentro de otra. La reveladora ópera prima de Raúl Arévalo, que los periodistas esperábamos con una mezcla de curiosidad e injusto prejuicio, contenía en su interior el descubrimiento del año que acabamos de dejar marchar. Ocurría en una secuencia al comienzo de la película, el thriller desenredándose en la historia de venganza cañí que Antonio de la Torre apuntaba con su escopeta furiosa. Su personaje y el de Luis Callejo se iban de ajuste de cuentas por los malos barrios de Madrid buscando a un tal Santi, el Triana, especímen de gimnasio lumpen con sus trapicheos, su cocaína y esos viejos amigos que mejor que no vuelvan. En esa atmósfera densa y cruda hacía su espectacular entrada este tipo baqueteado y berborreico a pesar de su afonía, incapaz de contenerse ni con estos visitantes de procelosas intenciones, un personaje tan histriónico y con tanto revuelo que costaba un rato identificar al actor que se encontraba detrás: Manolo Solo. El trabajo que este secundario habitual del cine español despliega en su secuencia en Tarde para la ira, apenas unos minutos de risa nerviosa y violencia repentina, ha conquistado a crítica, público e industria, recibiendo una nominación a mejor actor de reparto en la presente edición de los Goya. Por fin, la excusa perfecta para entrevistarlo.

El año pasado también estuviste nominado al Goya por tu papel en B. ¿Ilusiona menos la segunda vez?

El año pasado me sorprendió mucho. Me había levantado tarde y estaba desayunando mientras escuchaba la radio. Y digo: "A ver si dicen mi nombre, que no lo van a decir, y de pronto, lo dicen". Me quedé con las patas colgando. Sobre todo, por la película que era. No confiaba en que la Academia la viese. Este año… Mentiría si te dijese que no me lo esperaba un poco, porque era consciente de la repercusión que ha tenido el personaje del Triana, tan llamativo. Estoy incluso superado por las felicitaciones, sobre todo de mis compañeros de profesión. Me siento muy halagado. ¡No quepo por las puertas!

¿Te imaginabas todo esto cuando aceptaste el papel?

Yo no quería hacerlo, eso lo primero. Cuando lo leí la primera vez hace siete años ya noté que Raúl tenía la intención de darme ese papel y yo pensaba que era dificilísimo. Esperaba convencerle, de ahí a que se rodase, de no hacerlo. De que me diese otro personaje. Pero él no nos dio mucha opción. Venía con el casting hecho. Así que empecé a ponerme nervioso. ¿Cómo iba a abordar ese personaje tan extremo, tan lumpen? Se parecía mucho al que he hecho, hablaba en argot pero de Madrid. A mí me costaba creérmelo, un tío tan baqueteado por la vida, al que le quedaban cuatro dientes. Me parecía muy difícil a nivel de casting encontrar a un tío que diese ese perfil y que lo sostuviese a nivel actoral. Yo creía que era más importante el físico, pero Raúl estaba empeñado en que lo hiciera yo. Y bueno, al final lo hice yo. Y lo hice de la única manera que se me ocurría que podía tener cierta verosimilitud. Aunque, paradójicamente, fuese haciéndolo más máscara, más alejado de mí.

En ese proceso, me imagino que fue fundamental llevártelo a Sevilla, tu ciudad.

Sí, fue fundamental pasarlo por el acento y por la galería de personajes lumpen que yo he conocido en mi juventud en Sevilla. No es el retrato fidedigno de nadie en concreto pero sí tiene mucho de ese ambiente. Raúl me dio permiso pare moldear el texto como quisiese. Él sabe que soy un actor al que le gusta versionar, adaptar, proponer, sugerir. Creo que tengo un pequeño director dentro que no sabe parar. Con algunos directores, si no tengo mucha confianza, me guardo esa faceta. Pero cuanta más confianza hay, más la muestro. Raúl quería precisamente esa faceta mía. Él confiaba. Yo notaba que él confiaba mucho y eso es lo que me hizo aceptar el personaje. He tenido muchas crisis durante. Incluso el primer día de rodaje le he llegado a decir a Raúl: “Raúl, voy a cambiar esto, yo tengo mucho miedo”. Y él me decía que no. Me decía: “Estate tranquilo. Yo no voy a dejar que esto esté mal en mi película y, por otro, veo que lo estás haciendo bien”.

Esa es una tarea del director, el de dar confianza a los actores, dirigirlos y guiarlos, de la que no se habla mucho.

Es que Raúl es actor, es director de actores. Sabe como contar historias a través de la cámara, pero la baza de trabajar con actores la tiene. Es tan importante y tan rara, en el sentido de difícil de encontrar. Yo asumo que los directores no saben dirigir actores. Lo asumo sin maldad. Tienen muchas cosas en la cabeza y también está el casting, que suele ser de actores que se acercan mucho al personaje. Pero cuando te encuentras a un director que te dirige se te saltan las lágrimas. Y con Raúl pasa.

Sois material humano, muy delicado.

La capacidad de empatizar con el actor, otro actor que dirige la tiene. Yo creo que estaría muy bien que los directores hiciesen cursos de interpretación, sin la expectativa de ser un De Niro, pero por ver cómo funciona, qué se pone en funcionamiento, los miedos, las dudas y las inseguridades. Y todo lo contrario, también. Algunos lo hacen, pero sería muy bueno que lo hiciesen todos.

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Hablemos más del Triana, el personaje de Tarde para la ira por el que estás nominado al Goya.

La base es de David Pulido y de Raúl Arévalo, que son los que escriben el guión. El personaje es muy potente, muy complicado, pero muy potente. Pero el trabajo no sólo es de Raúl y mío, construyéndolo en los ensayos y los rodajes, dándole forma, sino del resto del equipo. Yo me he sentido muy cuidado. A nivel de cámara y de montaje, sé que han sacado lo mejor de mí. Lo hemos hecho entre todos. Soy un tío vanidoso. Y como sé que lo soy intento dármelas de humilde todo lo que puedo y me paso muchas veces hacia el otro lado. Pero yo creo que en este caso soy objetivo. Esto lo hemos hecho entre todos.

¿Te ha reconocido alguien por la calle por este personaje?

Sí, me ha pasado dos o tres veces. En todos los casos les había gustado mucho la película. Hace poco estuve en Valencia por una función de teatro y me paró una pareja joven con un niño que acababa de ver la película el día antes. “Perdone, ¿usted es el que hace del Triana? Nos gustó mucho la película”.

La pena es que Tarde para la ira no se haya visto más. Está en muchas listas de lo mejor de 2016.

A mí también me lo parece, pero la gente tiene sus gustos y sus predilecciones. Y parece que esta película no ha entrado en ellas. Ojalá le den muchos premios y eso haga de efecto llamada. De todas formas, esto pasa. Que se conjuguen crítica y público no es tan normal. Mira La próxima piel, que ha pasado desapercibida y a mí me parece una joya. Ni siquiera yo, que vivo de esta profesión, me he enterado de que existía esta película hasta hace poco. Es un pedazo de película. Una maravilla.

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En la creación del Triana me imagino que la voz fue un elemento fundamental. ¿Te ayudó el hecho de haber sido doblador?

Sí, yo he sido doblador. Y mira que con el doblaje tengo una cosa… no te digo que tengo complejo de culpa… pero es que el doblaje no me gusta, me siento muy dividido. Me parece que es un atraso para este país. Te hablo de política cultural. Creo que es una medida que nos ha empobrecido y ha abierto una puerta al colonialismo cultural americano. Doblar sus películas es una manera de que entren en nuestras casas hasta la cocina. Pero sí, he sido doblador y lo soy. Es un trabajo muy divertido, aunque formar parte de eso no me guste. Por otra parte, no sé por qué en España hay tanto respeto, eso que se dice de que en España se dobla muy bien. Pues, aunque se doble muy bien, le estás robando la mitad de su trabajo al actor.

¿Dónde has trabajado como doblador?

Sobre todo en telefilmes de Antena 3 de esos que ponen después de comer. También en películas cuyos derechos de doblaje han caducado. He doblado cosas de Fellini, de cine negro americano que se ha doblado para dvd, series… Últimamente ya casi no hago nada, aunque hace poco me han dado un personaje de Bola de Dragón. Yo empecé a doblar en los 90, justo cuando empezaban las televisiones privadas. Se hicieron unos cursos de doblaje en los que estaban también Ana Waneger, Ana Fernández, Juan Fernández… Me vine a Madrid de Sevilla cuando eso empezaba a hundirse. Y ahora está en unas condiciones paupérrimas.

¿Fue el doblaje tu entrada al mundo del cine?

No. Yo estudié Pedagogía, aunque me hubiese gustado estudiar periodismo. Quería vivir de la música, pero un día me encontré a un amigo de la infancia con el que había hecho algo de teatro en el colegio. Me contó que estaba haciendo un curso gratuito en el Instituto del Teatro, en Sevilla. Dejé la carrera y me matriculé allí. Al año vi que yo servía para eso. Rodé Bailonga, el corto de Chiqui Carabante, con Julián Villagrán de compañero de reparto. Entonces me empezaron a llamar para hacer episódicos de series en Madrid, iba y venía de Sevilla. Poco después hice El laberinto del fauno… Pero me costó mucho dar el paso. He sido muy cobarde. Soy muy cobarde, en general. Me costaba verme viviendo aquí, soltando los amarres de mis amigos, de mi gente, mi ciudad. Vine a hacer una obra de teatro en la que conocí a Raúl Arévalo, dirigida por Víctor García León. Luego me salió una serie con un personaje fijo. Entonces fue cuando me quedé. Además, yo tenía mi novia aquí. Eso también fue determinante para que decidiese quedarme.

Da un poco la sensación mirando tu IMDb de que no has parado de trabajar.

Es verdad que he tenido pocos periodos sin trabajar. También es cierto que he hecho mucho de francotirador, papeles pequeños. Aunque hubo un momento, hace tres o cuatro años, en los peores años de la crisis, que me planteé volver a Sevilla. Tuve unos cuantos meses sin nada y la cuenta corriente a cero. En el último minuto me salió una serie, El incidente, que después no se ha estrenado, y me quedé.

A esa hay que sumarle José Ramón, la genial serie de Montero y Maidagán (Los del túnel) en la que compartes cartel con Raúl Cimas.

Bueno, pero es sólo un piloto. Me da mucha pena que no se haya hecho esa serie porque es estupenda. Es un producto asequible y muy interesante, inteligente. Que respeta al espectador. Es comercial pero lo respeta, no lo trata como gallina que come pienso. Es que Pepón y Juanito valen mucho.

Ahora tienes en cartel Los del túnel, El guardián invisible, Es por tu bien y La peste… buena racha.

Buena racha, sí. Es por tu bien es una intervención pequeña. Yo he trabajado con el director, Carlos Therón, he hecho un corto y un largo, Impávido. Era una peli que yo no quería hacer en su momento y que, al final, hice por lo económico, siendo sincero, y es de los papeles de los que más orgulloso me siento. Me lo pasé muy bien interpretando un personaje con recorrido, que es una experiencia que no suelo tener. Fueron muchas secuencias para disfrutar el personaje, y más, en comedia.

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Los actores de reparto tenéis que resumir vuestros personajes en mucho menos tiempo. ¿No es más complicado?

Mucho más complicado. Tienes que dar mucha información muy rápido y hacerlo bien. Yo si fuera director cuidaría mucho los papeles pequeños y la figuración. No se suele cuidar mucho, aunque hay excepciones. He visto hace poco Que Dios nos perdone y la señora que sale con un gato, dos minutos, me parece genial. Eso es lo que tiene que ser, que todos los que hacen piezas pequeñas estén geniales. Pero, claro, para eso hay que trabajarlos mucho.  Son papeles a los que no se suele prestar mucha atención pero suele ser síntoma de que la película se ha cuidado, que está bien. Yo es que he hecho tantos… Pero yo siempre los he hecho como si fueran protas. Y no es un tópico. Me implico exactamente igual que cuando hago papeles más grandes.

A mí me gustaría reivindicar tu papel en El tren de la bruja, el corto de Koldo Serra.

Por eso he hecho tantos cortos. En los cortos y en el teatro es donde me resarzo, donde hago protagonistas.

Y en B.

Fíjate, pero era un proyecto teatral. Partió del teatro y un espectador vino un día, vino un segundo y un tercero. Y ya al cuarto intentó convencernos de hacer la obra película. Y al final, milagrosamente, se hizo. Si esa película se hubiese hecho por los cauces normales no sé si me hubiesen cogido a mí. Pero es que esa película era difícil de hacer si no éramos los dos que nos sabíamos el texto. Era muchísimo texto, teníamos los personajes y la situación muy pillada. Si no, hubiesen pillado a alguien con valor de producción, no a Manolo Solo.

¿Pero tú no tienes ya valor de producción?

No lo sé. Yo a los productores les sueno. Pero no creo que tenga valor de producción. Sé que puede sonar inmodesto, pero puedo tener cierto prestigio, pero no valor de producción. No lo digo con amargura. Me fastidia porque cuando me llega un guión nunca me toca el personaje que me gustaría hacer. Y hay muchos guiones que ni siquiera me llegan. Me cuesta mucho que me lleguen personajes potentes, al margen del rango de importancia. Los personajes buenos ya están dados. En España te pones de moda y, de pronto, lo haces todo.

Pensándolo bien, tu personaje en Tarde para la ira es un homenaje a los actores de reparto.

No era mi intención. Ni hacer un homenaje, ni una demostración de nada… Me abruma y me halaga leer cosas en ese sentido. El otro día lo leí y me ruboricé: “A partir de ahora a comerte una secuencia con un personaje se le puede llamar 'Hacerte un Manolo Solo”. Pero la intención no era esa para nada, era no hundirme, era sobrevivir. Era llegar a la otra orilla, ya veremos cómo, en qué estado. Yo no controlaba lo que estaba haciendo. No tenía las claves, estaba muy inseguro. Raúl fue el que me llevó de la mano a cruzar el río.

Pero los actores, ¿tenéis las claves alguna vez o es más una cuestión de intuición?

No, pero hay personajes que son más fáciles y otros que cuestan más. Y hay algunos que parecen imposibles, como este… porque no sabía cómo conectar con él, como llegar a él o cómo él podía pasar por mí, o, por lo menos, creérmelo lo suficiente para jugar a ser. Como los niños chicos. Nunca llegas a ser y nunca estás cien por cien metido en el personaje. Y está bien que mantengas el control como actor y que puedas manipularlo, eso es el oficio.

A mí siempre me ha dado la impresión de que hay algo irracional en la interpretación, algo que tiene que ver con el arrojo.

Tiene que ver también con la vanidad y el egocentrismo del actor. Nos gusta que nos miren, necesitamos que nos quieran. Somos como los niños chicos y aquel “Mamá, mira lo que hago”. Somos un “Mamá, mira lo que hago sin parar”. Hacemos de eso una profesión.

Sobre todo, porque sois vuestro propio instrumento. Eso es lo que más difícil me parece de la profesión a un nivel de autoestima.

Es complicado. La vanidad también hace que la autoestima dependa de la valoración externa. Eso se asume como “Estás bien o no”, “vales o no”. Los actores somos una gente un poco taradilla. Tienes que tener una buena pedraílla. La vanidad per se no es mala, hay una parte que te ayuda a mejorar y a marcarte objetivos, pero depende de donde coloques tus expectativas te puede hundir también. Este oficio es muy de eso, del brillerío, del esplendor. De joven, salvo los que son hijos de actores que ya han visto lo que es ir de gira y ensayar y lo que es la parte dura del trabajo, vemos el oropel, lo maravilloso del trabajo. Sólo se ve la punta del iceberg, los actores que ganan premios haciendo papeles estupendos y cobrando mucho dinero por ellos. Eso no es esta profesión. Es una parte muy pequeña.

¿Qué hay para contrarrestar la vanidad?

Fracasar. Que tu entorno no te alimente esa vanidad y cagarla. Hombre, mejor no fracasar a lo grande…

[caption id="attachment_76045" align="alignnone" width="558"] Rodaje de la pelicula Isla Minima de Alberto Rodriguez Produccion Atipica Films[/caption]

¿Dirías que es una profesión con mucha tolerancia al fracaso?

Por la cuenta que nos trae. Muchos son los llamados y pocos los elegidos, eso son los castings. Ese tipo de cosas te ponen en tu sitio. Es el pequeño fracaso, que vayas a un casting y no te cojan. Que hagas un piloto para una serie de televisión y no se emita. Que hayas hecho una obra de teatro y no vaya a verla la gente. Duele pero curte, mientras que no te aniquile. Es que somos vanidosos pero a la vez muy frágiles. Y a la vez muy fuertes, porque para dedicarte a esto, que es una de las profesiones con más incertidumbres… No sabes si en dos meses vas a estar rodando en Tombuctú o poniendo cervezas en un bar. Esa inestabilidad laboral es muy dura. Somos unos bichos raros.

Sois contradictorios. Me hablabas de la palabra cobardía. Un cobarde que se arroja todo el rato a retos.

Bueno, ese soy yo. Y los cobardes también podemos ser temerarios. El mismo miedo te puede impulsar a tirarte en paracaídas. Reconozco las dos cosas. Yo soy muy miedoso, el miedo predomina en mi personalidad, pero también puedo ser valiente. Lo he sido y puedo serlo. Enfrentarte a un público también da miedo. Enfrentarte a la cámara también pero es otra cosa. En el teatro el actor está solo para bien y para mal. Tú eres el piloto de la nave. Tú y tus compañeros. El cine es del director y el teatro es del actor. De las situaciones que a mí me dan más angustia son las noches de estreno. Con la edad que tengo y me siguen sudando los dorsos de las manos, ese es el indicativo de que estoy nervioso. Y luego la cosa está en no pensar y en hacer.

El de Tarde para la ira no es tu primer robaescenas. En ¿Quién mató a Bambi? ya hacías uno: el taxista bizco.

Me lo pasé muy bien con ese personaje. Con Santi Amodeo tengo mucha confianza. Tocábamos juntos, teníamos un grupo de rock y grabamos dos discos. Nos llamábamos Los relicarios. Alberto Rodríguez rodó nuestro primer videoclip. Lo rodamos en Londres en 16 milímetros, uno de los rollos lo pusimos al revés y casi lo perdemos. Mi abuela se murió y con eso pagué todo el rodaje en Londres. Santi era el guitarrista y yo el cantante y bajista.

No sabía que os habíais conocido en el mundo de la música…

Sí, sí. Nos conocemos desde hace más de veinte años. Los relicarios cambió muchas veces de formación. En la segunda fiché a Santi Amodeo, que tocaba en otro grupo. Fuimos los dos miembros fijos del grupo durante cinco o seis años. Grabamos dos discos que no son muy conocidos. Uno era todavía vinilo y el otro ya cd. Discutíamos muchísimo. El líder era yo pero él tenía mucho talento y mucho que decir. Progresivamente, nos fuimos equiparando, acabó siendo una cosa bicéfala. Acabó siendo el grupo de los dos. Yo, en aquella época, era una enciclopedia de cine y el batería también era muy cinéfilo. Santi no conocía nada de lo que le contábamos, por ahí le entró la afición. Luego conocimos a Alberto Rodríguez, Daniel de Zayas (el sonidista), Paco Baños…

¿Es verdad que no te llamas Manolo Solo?

Viene de que yo quería ser estrella del rock con quince años y yo me veía en los carteles como “Manolo Fernández” y no me convencía. Yo soy huérfano, abanderé ese sentimiento en la adolescencia, una tontería. De verdad que me arrepiento de haberme puesto ese nombre.  Y además rima, qué horror.

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