Hay pocas ocasiones en las que es posible usar la expresión "leyenda viva" sin ataques de urticaria. Al hablar de Kirk Douglas es una de ellas. El actor estadounidense cumple hoy 100 años convertido en uno de los últimos enlaces supervivientes del presente con el cine clásico, cuando su icónica barbilla grecolatina era éxito de taquilla.
Y eso que en uno de sus primeros papeles hizo todo lo posible para partirse la cara.
El ídolo de barro (Mark Robson, 1949)
Pero su carisma estaba a prueba de sensacionalismos.
El gran carnaval (Billy Wilder, 1951)
No se le resistía nadie.
Brigada 21 (William Wyler, 1951)
Manejaba el Hollywood de los 50 como quería.
Cautivos del mal (Vincente Minnelli, 1952)
Todos se apartaban a su paso.
Senderos de gloria (Stanley Kubrick, 1957)
Y con razón.
La pradera sin ley (King Vidor, 1955)
Era la ley.
El último tren de Gun Hill (John Sturges, 1959)
Y el fuera de la ley.
Duelo de titanes (John Sturges, 1957)
Un marinero de agua dulce.
20.000 leguas de viaje submarino (Richard Fleischer, 1954)
Y salada.
Los vikingos (Richard Fleischer, 1958)
Su barbilla era irresistible.
Un extraño en mi vida (Richard Quine, 1960)
Él, inimitable.
El último de la lista (John Huston, 1963)
Un héroe.
Espartaco (Stanley Kubrick, 1960)
Un titán.
Los valientes andan solos (David Miller, 1962)
Y un padrazo, claro.
¡Felicidades!
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