Érase una vez en el rodaje de 'Érase una vez en Hollywood'

Así fue pasar una tarde en el rodaje de la nueva película de Quentin Tarantino.
Érase una vez en el rodaje de 'Érase una vez en Hollywood'
Érase una vez en el rodaje de 'Érase una vez en Hollywood'
Érase una vez en el rodaje de 'Érase una vez en Hollywood'

Cuando recibes una propuesta como la de ir a visitar el rodaje de una película de Quentin Tarantino se te ponen los ojos como el interior del maletín de Pulp Fiction. Aunque uno viva en Los Ángeles, poder ver de cerca cómo trabajan algunos de los mayores iconos de la industria, sencillamente, no ocurre todos los días.

Era octubre de 2018 y nos citaron a las 18:30 en el parking del 1763 de La Baig Ave, muy cerca de la intersección de Hollywood con la carretera 101, donde tiene lugar la magnífica escena de Margaret Qualley tumbada sobre el regazo de Brad Pitt mientras este conduce de camino al rancho Spahn.

Aunque lo que estamos a punto de ver en el rodaje de Érase una vez en Hollywood ocurre poco después, cuando Pitt se pasea con ese precioso Cadillac DeVille por las calles de Hollywood. La escena apenas dura un par de segundos en el montaje final de la cinta, pero su rodaje se extendió durante toda la tarde y buena parte de la noche.

El equipo de Sony nos trasladó en autobús al lugar donde se iba a filmar la escena, con decenas de curiosos merodeando las zonas cortadas al tráfico. Curiosamente, todos los miembros de la prensa tuvimos que entregar los móviles y no pudimos captar ninguna imagen de todo aquello. Los fans allí presentes tuvieron más suerte en ese aspecto. Lo que más llamaba la atención de aquel montaje era, sin duda, el gran trabajo de decoración y ambientación de todos los locales de la acera norte de Hollywood, con gran presencia también de vehículos de la época. Pero como en todo rodaje que se precie, el tiempo de espera fue mucho mayor que el de ver la propia acción, así que pasamos un buen rato en una cafetería vacía hasta nuevo aviso.

Ese aviso llegó en torno a las 9 de la noche. Nos acercamos a uno de los laterales de Hollywood Boulevard, justo delante de las vallas que nos separaban de la acera a la que tenían acceso los peatones para ver el rodaje. Y, de repente, la magia: Brad Pitt “conduciendo” el Cadillac, aunque en realidad el coche se desplazaba con la ayuda de un camión negro que tiraba de él y de todo el equipo de cámaras que grababa la escena. Y así con cada repetición, hasta cuatro en casi dos horas.

Suena realmente emocionante, pero la realidad es que, si no nos llegan a decir que aquel tipo era Pitt, jamás lo habríamos adivinado. A quien sí pudimos atisbar sin problema dirigiendo el cotarro fue al propio Tarantino, colocado a unos 50 o 100 metros de nuestra ubicación, siempre caminando entre grúas y focos y dando instrucciones sobre todo a los coches de los extras, que daban marcha atrás hasta colocarse en el punto de partida cada vez que grababan de nuevo la escena. Aún faltaba por ver a DiCaprio en acción, pero nadie sabía a ciencia cierta cuándo se empezaría a rodar, así que nos devolvieron los móviles y nos llevaron a una cantina donde comía todo el equipo.

Después, la cosa se puso interesante y nos llevaron a un local real de striptease de lo más sórdido: Déjà Vu Showgirls, un lugar inmejorable para entrevistar a Arianne Phillips, diseñadora de vestuario, y a Shannon McIntosh, productora de la cinta, en un reservado con el cartel de Hollywood de fondo.

Entre una charla y otra, más tiempo de espera. Pero como no podíamos ni sentarnos, aguardamos en las sillas de la sala de striptease, entre escenarios y barras de pole dance. En un momento dado aparecieron unas chicas, tal vez strippers del local para una sesión de fotos. Y tras la charla con McInstosh, la escena con DiCaprio seguía sin llegar así que nos volvimos a casa frustrados pero con el orgullo de haber vivido algo para el recuerdo. Una experiencia fascinante y desesperante. A todas luces única.

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