Olivier Assayas: “Lo de tuitear sobre la película cuando aún no han acabado los créditos es muy ingenuo”

Entrevista con el director y guionista francés por el estreno de su último filme, 'Dobles vidas', protagonizado por Juliette Binoche y Guillaume Canet.
Olivier_Assayas
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De apariencia ligera, Dobles vidas, la última película del guionista y director francés Olivier Assayas es una profunda reflexión sobre un tema al que damos muchas vueltas en nuestra vida: la irrupción del mundo digital. En el caso del filme aplicado a la edición literaria y el arte, pero también se ven sus ramificaciones más allá en la sociedad actual. Después los mundos fantasmales de Personal Shopper y las intensidades de Viaje a Sils Maria, como director y como guionista a la vez, se adentra en una comedia que le salió por casualidad, asegura.

La conversación de este gran nombre del cine francés, que también fue crítico de cine, es tan articulada y productiva como su carrera.

Viendo la película es imposible no verse a uno mismo hablando con colegas periodistas o amigos de otras profesiones sobre rede sociales, internet…

Me gusta la idea de hacer una película en la que la audiencia es parte de la conversación. Como espectador, encuentras un lazo con los personajes porque ellos están expresando ideas que compartes, pero también cambias alianzas. El filme es como un juego. Por supuesto, trata temas que nos preocupan a todos hoy, de una forma o de otra. No solo los cineastas y los periodistas nos preocupamos por la tecnología, todos las profesiones están preocupadas por la llegada de la tecnología, incluso la más banal ha sido transformada por algo que está dando la vuelta a nuestras sociedades. Y todos tenemos que adaptarnos. No es un simple cambio, es un cambio que nos está obligando a cuestionar el corazón de nuestros valores.

Está trastocando nuestra brújula moral.

Exacto. Son cosas que nos dejan con un vacío moral. Y nos crea conflicto, porque queremos aceptarlo, pero al mismo tiempo no sabemos muy bien dónde están los límites. Porque también abre la puerta a mucha inmoralidad. Quizá el mayor ejemplo lo vemos en los tuits feos de Donald Trump. De repente, las redes sociales parecen legitimar actitudes inmorales, no preocupadas por el bien común solo por la brutalidad del individualismo. Las sociedades modernas no saben dónde poner los límites y los tuits de Trump son los ejemplos más llamativos. De verdad pienso que es ahí donde deberíamos poner un límite, creo que los medios no deberían reproducirlos, no deberían sacar titulares de esos tuits. Ahí sí necesitas poner muros (ya que él habla de muros) sobre lo que es aceptable o no. Si la ley no puede ser nuestra brújula moral, entonces es cosa de los individuos, pero sobre todo de los medios.

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Es así de triste, pero consumimos cada vez más noticias a través de las redes sociales.

Sí, todo tiene que ver con el tiempo —y con esto que voy a decir no digo que fuera mejor antes. Lo que digo es que los periódicos deberían tener más tiempo para filtrar lo que es verdad y lo que no lo es, tiempo para analizar las noticias y jerarquizarlas. Sé que el ciclo y ritmo de la actualidad va mucho más deprisa y tienen que llenar 24 horas, pero es entonces cuando a la estupidez que sale de Twitter le otorgan el mismo valor que a un drama humano importante. Es un tema muy relevante y la sociedad no está dando las respuestas necesarias, de ahí el caos en el que vivimos. Y lo mejor que creo que podemos hacer, como cineastas, es reproducir ese caos.

¿De esa reflexión nace tu idea de hacer esta película?

Bueno, en la vida real, cuando tienes conversaciones con tu gente no todos somos tan articulados o tenemos ideas tan complejas, pero me gusta la idea de que la vida real y la película se parezcan mucho, creo que el arte representa la vida real. Me gusta experimentar sobre dónde están los límites, cómo de lejos puedes ir en representar el estado de la conversación, las diferentes capas de la conversación. Me gustan las películas en las que el público se identifica con los temas que se tratan, con las conversaciones y tienen su propio posición sobre ellos. Me gusta también que se sientan desafiados con lo que se dice en la película.

Como director, guionista y como crítico que fuiste, esta urgencia y rapidez en la que vivimos como sociedad, ¿cómo crees que afecta al cine?

Depende del significado de urgencia, creo que en términos cinematográficos estamos regresando a un terreno salvaje. Antes, el cine, la escritura cinematográfica (en la que me gusta englobar todo: crítica, teoría del cine) estaba estructurado por ideas y valores compartidos. Ahora creo que no hay una teoría compartida, y cada vez hay menos valores. Cuando tienes pocas voces es más fácil establecer un diálogo, cuando de pronto la conversación está por todas partes, te pierdes, no tienes referencias. Lo mejor que las películas pueden hacer, tanto las que te gustan como las que no te gustan, es que te obliguen a pensar, a analizar, a posicionarte en un tema. Pero para lograrlo necesitan tiempo de reflexión, un par de días, no puedes tener un análisis definitivo según sales del cine, necesitas reposarla. No estoy seguro de que puedas verbalizar lo que piensas de una película con esa inmediatez. Necesitas al menos unas horas. Yo escribí para periódicos, entonces pensaba que el proceso era rápido, pero me adapté y aun así tenía al menos 18 horas. Y esas horas 18 eran importantes. Y cuando trabajaba para Cahiers du Cinéma un artículo o análisis largo, me podía llevar una semana. Me requería un tiempo entender qué había sacado de la película. Y creo que entendía de verdad lo que había extraído de la película durante el proceso de escribir sobre ella, ahí me cuestionaba mis propios instintos. Esta cultura de acelerar el proceso, que los créditos aún no han acabado y tú ya estás tuiteando sobre la película, creo que es muy ingenuo, es una utopía digital. Para mí es como esa gente que sale del cine hablando muy alto para que otros les oigan [se ríe].

¿Te sientes más cercano a alguno de los personajes en cuanto a este debate digital?

Soy todos ellos, estoy un poco en todos ellos. Con algunos personajes siento más empatía, con otro más afinidad intelectual, a algunos simplemente me siento más atraído. Tengo algo en común con todos ellos.

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Uno de los personajes dice en la película: “El caos es más productivo”. ¿Es algo que te pasa?

Sí, me estoy riendo un poco de mí mismo ahí. Soy como él cuando dice: “Creo en el caos porque es más productivo, pero no estoy seguro de que eso funcione en el mundo real” —se ríe—: así soy yo.

¿Era una comedia desde el principio?

No, no lo era para nada. No tenía ni idea de que estaba escribiendo una comedia, pero se fue convirtiendo en comedia gradualmente. En algún momento del proceso de escritura, empecé a verlo. No sabía cómo hacer esta película, sentía que era lo contrario a lo que la industria quiere ahora mismo; entonces, mientras escribía, vi que podría venderlo como una comedia y que si tenía los actores correctos podría ser realmente divertida. Escribí pensando en Guillaume Canet y en Juliette Binoche y luego elegí a actores que pudieran aportar su propio sentido del humor.

¿Te consideras más a escritor que director?

Soy totalmente esquizofrénico sobre el tema: cuando estoy escribiendo no pienso para nada en cómo voy a rodar a la película; y cuando empiezo a rodar odio al guionista que me ha metido en ese lío [risas].

Si no piensas la película visualmente mientras escribes, ¿cuándo lo haces?

Como director, lo decido cada mañana según llego al set. Siempre me da miedo el primer día de rodaje porque nunca sé cuál es el estilo que va a tener la película. De verdad: día a día voy descubriendo el tono, el estilo y va creciendo en mí hasta tenerlo claro, pero siempre ocurre mientras estoy rodando ya, trabajando con los actores, encontrando las dinámicas con ellos.

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Decías antes que es una película que se sale un poco de lo que la industria quiere hoy y, por otro lado, viéndola piensas “es una película muy francesa”.

Lo entiendo. Porque se habla mucho, pero es un calificativo que hay que agradecer a los cineastas francesas, me imagino que en todas las culturas hablamos mucho, no creo que sea solo algo francés. Pero Francia es el país en el que puedes salirte con la tuya y hacer películas con mucho diálogo [se ríe]. No puedo decir, de todas formas, que fuera fácil financiarla. Porque la realidad es que esa era la reacción que obtenía de todo el mundo es: “Es demasiado francesa”. Incluso en Francia me decían eso. Tuve que rodarla con un presupuesto muy pequeño. Todas mis últimas películas las he hecho con presupuestos muy ajustados porque no encajan fácilmente en el tipo de cine que se hace hoy en Francia. De películas como Viaje a Sils Maria o Personal Shopper me decían que eran muy internacionales y que las financiara en el mercado internacional; y cuando hago Dobles vidas me dicen que es demasiado francesa. Estoy un poco en ninguna parte, pero estoy feliz así porque hacer cine es un poco inventar tu propio espacio. Nunca he intentado encajarme en una etiqueta concreta.

¿Qué puedes contar de Red avispa?

Hace mucho que quería volver al territorio de Carlos y esta es mi manera de volver [es la historia de cinco espías cubanos de los 90]; con Edgar Ramírez y Penélope Cruz. Es mi película latina, porque buena parte será en español. Aunque Carlos ya era un poco latina. Me gusta la idea de contar algo que tiene que ver con historia moderna, personajes reales, situaciones reales, obviamente estructurada narrativamente, pero tendrá cierta textura documental. Es una película mucho más grande de lo que hago últimamente: rodaremos en Cuba, Puerto Rico, Miami.

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