El sexo se queda fuera de las salas

Con el fin de no contrariar a la MPAA, la autoridad encargada de la calificación por edades de los estrenos en EE UU, cineastas como Martin Scorsese se ven obligados a eliminar escenas de sexo de sus películas. Por DANIEL DE PARTEARROYO
El sexo se queda fuera de las salas
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Normalmente, cuando hablamos por aquí de la Motion Picture Association of America (MPAA) o Asociación Cinematográfica de Estados Unidos casi nunca suele ser en tono favorable. Esto se debe a que la organización, fundada en 1922 para defender los intereses de los ocho grandes estudios de Hollywood (Paramount Pictures, 20th Century Fox, Universal Studios, Warner Bros., Columbia Pictures, United Artists, RKO Pictures y Loews, futura Metro-Goldwyn-Mayer), se encarga de establecer la calificación de edades para los filmes que se estrenan en EE UU con unos criterios que, en el mejor de los casos, parecen carcas y reaccionarios, ante todo en cuestiones sexuales. Algo con lo que no habría mayor problema que la opinión de unos empresarios pacatos, si no fuera porque sus decisiones tienen un efecto real y censor en el cine que se estrena y produce en Hollywood, como han demostrado una vez más noticias recientes.

Por un lado, Martin Scorsese ha tenido que recortar escenas de sexo de El lobo de Wall Street, su nueva película, debido a que la MPAA amenazaba con otorgarle una clasificación NC-17 si no lo hacía. En el mismo sentido, el debut de Fredrik Bond, Charlie Countryman, protagonizado por Shia LaBeouf y Evan Rachel Wood, también ha pasado por las tijeras genitales por el mismo motivo: evitar la temida NC-17 (no permitida para menores de 17 años) y conseguir una R (los menores de 17 años deben ir acompañados por un adulto). ¿Tan importante es esa diferencia? En EE UU, sí.

¿Quién teme a la NC-17?

NC-17

Básicamente, todo el mundo. Al menos todos aquellos que desean estrenar su película en cadenas de cines por todo el país y, por lo tanto, llegar a mucho más público potencial en vez de que quede relegada a las salas de pornografía y cine X. O alguna que otra sala de arte y ensayo, locales muy localizados en grandes ciudades como Nueva York, Los Ángeles o San Francisco. Pero la mayoría de las cadenas de cine con salas y complejos de multipantallas repartidos por cada rincón del país (con AMC y Regal a la cabeza) consideran que una película NC-17 es impropia y está fuera de lugar en sus locales de entretenimiento para toda la familia. Además, muchos periódicos también se niegan a publicar anuncios de películas con tal estigma. De ahí que una calificación R abra muchísimas más puertas (y ojos). Tanto si se trata de una película de 100 millones de dólares financiada por un gran estudio, protagonizada por Leonardo DiCaprio y con potencial oscarizable por los cuatro costados o de una producción más modesta presentada en Sundance, los productores y distribuidores de los filmes no van a perder la oportunidad de recuperar su inversión. Aunque eso implique (auto)censurar parte del metraje: cada año hay ejemplos a montones.

En la mayoría de las ocasiones, la cosa se resuelve con tijeretazos que luego puede enmendarse o no en ediciones domésitcas unrated (lo cual también ha terminado convirtiéndose en otro tipo de negocio). Claro que, depende de quién se trate y de las ganas de pelear que tenga. Darren Aronofsky se negó a suavizar Réquiem por un sueño y la distribuidora, Artisan Entertainment, lo apoyó estrenando la película sin calificar. Sólo unos años antes, Wes Craven tuvo que pasar por un suplicio de edición para rebajarle la calificación a Scream. A veces la cosa puede acabar en los tribunales, como ocurrió con Blue Valentine, el debut de Derek Cianfrance con Ryan Gosling y Michelle Williams, que fue calificada NC-17 y los Weinstein consiguieron judicialmente que la MPAA diera su brazo a torcer y otorgara una R al mismo montaje.

Los límites del sexo

El sexo se queda fuera de las salas

El caso de Blue Valentine es muy significativo para entender las últimas polémicas. Desde que la MPAA empezase a velar por el "contenido moral" de las películas estadounidenses, es fácil apreciar que la violencia nunca ha resultado tan problemática como el sexo (luego están las palabrotas, pero esa es otra historia). Ahora incluso afina hasta determinadas prácticas sexuales. Como recordarás, la película de Cianfrance era una descarnada radiografía sobre el auge y declive de una pareja heterosexual (y muy bien parecida, por cierto); pues bien, la escena más conflictiva fue aquella en la que Gosling le practicaba un cunnilingus a Williams. Justo lo mismo que ha ocurrido con Charlie Countryman (dejaremos a un lado que tuviera que cambiar su mucho más historiado título original, The Necessary Death of Charlie Countryman). Según cuenta Variety, de la secuencia sexual de la película se ha eliminado sólo lo relacionado con un momento de sexo oral chico-chica.

A Evan Rachel Wood, protagonista femenina del filme y de la escena, no le ha hecho ninguna gracia, y arremetió desde su cuenta de Twitter contra la MPAA. "Me gustaría comunicar mi decepción con la MPAA, que ha creído necesario censurar la sexualidad femenina una vez más", escribió. "La escena en la que dos personajes principales hacen el amor ha sido alterada porque a alguien le pareció que ver a un hombre dar sexo oral a una mujer 'incomoda' a la gente, pero las escenas en las que personas son asesinadas reventándoles la cabeza han quedado intactas y sin alterar".

Cosas de extranjeros

El sexo se queda fuera de las salas

Si al ver lo problemático que resulta el sexo oral femenino para la MPAA has pensado automáticamente en la película de 2013 que lo tiene en mayor cantidad, te estarás preguntando: ¿entonces qué ha pasado en EE UU con La vida de Adèle? Pues la ganadora de la Palma de Oro obviamente recibió una calificación de NC-17, porque no hay premio cinematográfico, prestigio internacional, críticas favorables o contenido artístico que pudiera evitar eso tratándose de una historia de amor explícita y sin tapujos entre dos mujeres. No obstante, el público habituado a ver cine de fuera del país ya está acostumbrado al estigma (¡leer subtítulos y encima esto!), que no ha impedido pequeños éxitos anteriores como los de Soñadores, de Bertolucci; La mala educación, de Almodóvar; Deseo, peligro, de Ang Lee; o la más reciente Shame, de Steve McQueen.

Aunque las recaudaciones no tienen nada que ver con las de los grandes blockbusters de Hollywood, las distribuidoras de estas películas suelen darse por satisfechas. Por ejemplo, Lars Von Trier no espera hacer una taquilla astronómica en EE UU con Nymphomaniac, más que probable futura integrante de esta categoría, aunque tiene claro que su público fiel sí acudirá a las salas donde se proyecte el estreno limitado; después también está el mercado doméstico, claro. Pero esta forma de pensar puede llevar a una peligrosa relativización: admitir que, cuando los responsables de determinados filmes aspiren al público masivo, deban pasar por el aro censor de la MPAA. Algo que, como hemos visto, en materia sexual parece bastante más que arbitrario para caer de lleno en lo retrógrado.

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