Cuando pensamos en Aladdin (o, si nos ponemos castellanohablantes, en Aladino y la lámpara maravillosa), los cinéfilos sabemos de inmediato por dónde tirar: aquella película de Disney que, en 1992, rescató las maneras del mejor musical de Hollywood, le proporcionó a Robin Williams uno de sus mejores papeles y nos sigue haciendo cantar Si a Arabia tú vas cada vez que la vemos. Pero, ojo, porque esta no fue ni mucho menos la primera versión del cuento más popular de Las mil y una noches: desde 1906, cuando el cine frotó la lámpara por primera vez, la historia del ladronzuelo y su genio ha aparecido innumerables veces en la pantalla. Y, de entre todas esas adaptaciones, hay una en la que participaron dos poderes oscuros del séptimo arte (uno más benévolo que el otro, para qué mentir). Dos poderes que, además, están vinculados a Disney. Porque, en 1986, un Tim Burton casi desconocido reclutó a James Earl Jones, la voz en inglés de Darth Vader, para que fuera su genio en una adaptación televisiva de Aladdin. Y, por si esto fuese poco, Robin Williams también tuvo que ver en el sortilegio. ¿Suena raro? Pues, ahora que se estrena El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares y que Rogue One: Una historia de Star Wars nos va a devolver a Earl Jones en el papel del Lord del Sith, queremos explicaros la extraña historia de este extraño cuento.
Empecemos explicando a qué viene lo de Robin Williams: en 1979, cuando rodaban la muy catastrófica Popeye, de Robert Altman, Williams y su compañera de reparto Shelley Duval (exacto: la sufrida esposa de Jack Nicholson en El resplandor) idearon una serie televisiva que, en cada episodio, adaptaría un cuento tradicional para niños. Dicha serie, que se estrenó en 1982, acabó titulándose Cuentos de hadas (Faerie Tale Theatre, en inglés, también conocida en español como Cuentos de las estrellas), con Duval como presentadora, productora y, a veces, actriz. Williams, siempre con la agenda repleta, participó en el primer capítulo, interpretando a un príncipe transformado en rana.
Realizando su serie, Duval se tomó el trabajo muy en serio: aunque ahora el show pueda parecer más cursi que un repollo, cosa que era a todas luces, su diseño de producción y sus libretos estaban mucho más cuidados de lo normal para la TV infantil de la época. Además, la hermana de Robert Duval aprovechó sus contactos en la industria para reclutar personajes de tronío: en varios de sus capítulos, Cuentos de hadas tuvo frente a la cámara a Jeff Bridges, Gena Rowlands, Christopher Reeve, Susan Sarandon y a una niña llamada Sofia Coppola, por citar sólo unos pocos ejemplos. En cuanto a los directores, entre ellos estuvieron Francis Ford Coppola, Eric Idle (de los Monty Python), el francés verduscón Roger Vadim... y un Tim Burton que, por entonces, acababa de estrenar La gran aventura de Pee Wee, su primer largometraje, así como un episodio muy aclamado para Alfred Hitchcock presenta.
Para tratarse de un cineasta sin demasiado renombre, Tim Burton pudo trabajar con materiales de primera en este Aladdin. Aunque Robert Carradine, que interpreta al personaje titular, no se luzca demasiado, el reparto contaba con dos actores muy en su onda. El primero, claro, fue James Ear Jones, maquillado de pies a cabeza con purpurina azul, luciendo unas inenarrables orejas puntiagudas y siempre dispuesto a soltar risotadas retumbantes con su inconfundible voz. Puede que este genio sea menos espectacular que el de Robin Williams, pero está igual de loco que él. Y, por otra parte, también resulta amenazador cuando se pone: en sus cortos rodados hasta la fecha, como el famoso Vincent, Burton ya había ensayado la dualidad de terror y de ternura que habría de hacerle famoso.
¿Faltaba algo más? Pues sí: el malo de esta historia no se llama Jaffar ni es el gran visir del Sultán, pero es... Leonard Nimoy. Para este trabajo, Burton pudo contar como villano con otro icono de la ciencia-ficción, el primer (y, ejem, mejor) Spock de Star Trek. El cual se lo pasa pipa vistiendo un turbante sobredimensionado, amén de la perilla postiza de rigor, y portándose como un maldito bastardo hechicero. Además, también debió disfrutar lo suyo viendo cómo un actor de la franquicia rival tenía que ponerse esas malditas orejas de plástico...
Pero, tratándose de una obra de Tim Burton, lo más interesante de esta Aladdin está en su diseño de producción. Porque, según puede apreciarse, el director tuvo pista libre para dotar al episodio con su estética. Algo que se aprecia desde la tipografía de los créditos iniciales...
...al diseño de los decorados (todo maquetas, of course: aún faltaban muchos años para el CGI)...
...y que llega a su paroxismo en el diseño de la cueva donde se oculta la lámpara maravillosa. Aquí, sospechamos, es donde Burton se debió sentir más a sus anchas, llenando el plató de elementos que, con el tiempo, acabarían resultando emblemáticos de su estilo. Lo único que se echa de menos en estos momentos es una banda sonora de Danny Elfman, pletórica de "lalalalás", para resultar cien por cien burtonianos.
En general, el Aladino de Tim Burton resulta una buena demostración de cómo el futuro director de Bitelchús ya sabía plasmar su estilo y sus obsesiones antes de hacerse famoso. Así pues, tenemos una pieza de 'Burton antes de Burton' que merece un vistazo, al igual que el resto de Cuentos de hadas, incluso 30 años después de su estreno. Ahora que Disney prepara una precuela en imagen real de su filme, protagonizada por el genio, ¿habrá pensado encargarle el trabajo a Burton, ya que tiene experiencia en el asunto?
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