Desastres anónimos: cineastas que renegaron de sus películas

Jim Sheridan quería borrarse de los créditos de 'Detrás de las paredes'. No es el primer director que se niega a firmar con su nombre cuando cree que los productores le han quitado una película de las manos. Por DANIEL DE PARTEARROYO
Desastres anónimos: cineastas que renegaron de sus películas
Desastres anónimos: cineastas que renegaron de sus películas
Desastres anónimos: cineastas que renegaron de sus películas

Si bien los actores y las actrices suelen esperar un tiempo prudencial para poner a caldo las peores películas en las que se han visto envueltos por motivos promocionales, es más fácil enterarse cuando son los propios directores quienes están descontentos con el resultado final por todas las injerencias y metidas de mano que han tenido que sufrir a lo largo de la producción. Esto es lo que sucede con Detrás de las paredes, cinta de terror protagonizada por Daniel Craig, Rachel Weisz y Naomi Watts, a cuyo director, el irlandés Jim Sheridan (nominado al Oscar por Mi pie izquierdo, En el nombre del padre y el guión de En América) le gustaría eliminar de su curriculum cuanto antes.

Con apenas 14 millones de dólares recaudados en Estados Unidos (presupuesto: 50 millones) y un raquítico 8% en Rotten Tomatoes, lo cierto es que Detrás de las paredes tiene todos los ingredientes para convertirse en uno de los grandes fiascos del año (ya oímos afilar a los encargados de los Razzies la categoría de "Peor película sólo útil para emparejar a sus protagonistas"). Una excesiva improvisación dejando de lado el guión de David Loucka, desastrosos tests screenings, nuevas filmaciones de escenas y Sheridan muy lejos de la sala de montaje para la edición final no pintan una producción muy placentera. No obstante, el director de The Boxer tendrá que vivir con su nombre asociado al descalabro, pues, según cuenta Los Angeles Times, la petición que realizó al Directors Guild of America de ser sustituido por el funesto Alan Smithee no llegó en el plazo estipulado.

Estos son otros casos notorios en los que los directores sí consiguieron borrar su nombre de películas tan retocadas por el estudio que no podían considerar suyas:

Desastres anónimos: cineastas que renegaron de sus películas

La ciudad sin ley (1969)

Western crepuscular típico de finales de los sesenta cuyo montaje final contenía mitad y mitad de material rodado por su director original, Robert Totten, y Don Siegel, que fue contratado para reemplazar al anterior. Siegel no quiso que su nombre reemplazara al de Totten y, después de discusiones, las quejas del protagonista Richard Widmark y la intercesión del Directors Guild of America, se decidió acreditar al ficticio Alan Smithee como director del filme. Había nacido una estrella.

Desastres anónimos: cineastas que renegaron de sus películas

Dune (1984)

La película de la que David Lynch no quiere ni oír hablar, sin embargo, sí que mantiene sin problemas el nombre del director de Cabeza borradora en los créditos. Al contrario de lo que suele suceder, es el montaje extendido (176 minutos frente a los 136 estrenados en cine) el firmado por el pseudónimo Smithee. Eso sí, el proceso de relleno de metraje, con tomas descartadas, planos procedentes de ensayos de vestuario e incluso reutilizaciones descontextualizadas de escenas del propio filme, es de los más lynchiano.

Desastres anónimos: cineastas que renegaron de sus películas

Ciudad muy caliente (1984)

Aunque esta comedia de tiros con Clint Eastwood y Burt Reynolds resulta correctamente acreditada a Richard Benjamin, su guionista Blake Edwards era quien iba a dirigirla en primer lugar, pero fue fulminantemente despedido por el estudio. El autor de El guateque mantuvo su crédito en el apartado de escritura, pero bajo el pseudónimo Sam O. Brown, que, aparte de ser una referencia al título de su película anterior, S. O. B., es el claro acrónimo de "Son Of a Bitch", es decir, "hijo de puta" en inglés.

Desastres anónimos: cineastas que renegaron de sus películas

Hellraiser 4: El final de la dinastía sangrienta (1996)

La última entrega de la kilométrica saga de los cenobitas concebida para ser estrenada en cines podrá no tener ni pies ni cabeza, pero Kevin Yagner (especialista en efectos especiales al que después de la experiencia no se le volvió a ocurrir dirigir nada) no quiere que se le relacione con el desaguisado. Asfixiado por los constantes cambios que le pedían unos productores que no concebían que el icónico Pinhead tardara tanto en salir en la película, dimitió y Joe Chapppelle (sí, el que luego pasaría por C.S.I., The Wire o Fringe) fue el encargado de rematar esta entrega de una saga a la que tampoco es que hiciera caso tanta gente.

Desastres anónimos: cineastas que renegaron de sus películas

¡Arde Hollywood! (1997)

En una graciosa ironía del destino, esta sátira sobre la industria hollywoodiense en la que un director de cine (interpretado por el Monty Python Eric Idle) manipulado por sus productores no puede firmar con pseudónimo porque su nombre real resulta ser Alan Smithee... aparece acreditada a Alan Smithee por renuncia de su director, Arthur Hiller (Love Story).

Supernova

Supernova: El fin del universo (2000)

A causa de lo sucedido con la película anterior, la naturaleza del pseudónimo Alan Smithee y su peculiar uso empezó a ser conocido por el público y los medios de comunicación (antes no estaba tan extendido). Por eso, Walter Hill firmó como Thomas Lee esta ambiciosa historia de terror espacial en la que la MGM también metió la cuchara de Jack Sholder (Pesadilla en Elm Street 2: La venganza de Freddy) para filmar nuevas escenas y a Francis Ford Coppola en la cabina de montaje. Para ver el resultado final, mejor ponerse el sableado que Paul W. S. Anderson hizo años después en Horizonte final. Sí, por difícil que parezca: mejor.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento