De 'Borat' a la subsiguiente película film: ¿Se ha domesticado Sacha Baron Cohen?

Es posible que quienes esperaban que el cómico británico arremetiera contra todo lo que se mueve en la secuela hayan quedado decepcionados.
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[ESTE ARTÍCULO CONTIENE SPOILERS DE BORAT, BRÜNO, AGENTE CONTRAINTELIGENTE Y BORAT 2]

"Cuando eres una celebridad te dejan hacer lo que quieras, puedes hacer lo que quieras. Agarrarlas por el coño. Puedes hacer de todo". Este amasijo de frases no fue pronunciado por Borat para lograr que aflorara el machismo de su incauto interlocutor. Ni por Brüno, ni por Ali G, ni por ninguna de las creaciones con las que Sacha Baron Cohen lleva provocando que sus víctimas se muestren como verdaderamente son desde finales de los años 90.

La frase, en cambio, fue pronunciada por Donald Trump en 2005, y el hecho de que su grabación fuera recogida por The Washington Post en el verano previo a las elecciones presidenciales de EE.UU. no impidió que este fuera elegido gobernante del país más poderoso del mundo. En este tiempo Borat ha permanecido ausente, y se ha ido desarrollando un panorama sociopolítico mucho más enfermizo que el que el reportero kazajo recogiera con cámara oculta en 2006.

El auge de la alt-right. La crisis del coronavirus. El Black Lives Matter. Cómo el POTUS ha gestionado todo esto. La realidad se ha deformado mucho más de lo que Baron Cohen jamás habría podido cubrir ejerciendo de espejo, y de esta imposibilidad de abarcarlo todo ha nacido Borat Subsequent Moviefilm: tardía secuela cuyo compromiso a un signo político determinado (llegando al punto de exigir a sus espectadores que vayan a votar en las inminentes elecciones al final de su metraje) puede haber decepcionado a los numerosos fans de la virulenta primera parte.

La cuestión es, ¿hay tanta diferencia entre una y otra película? ¿Ha echado a perder la ideología progresista el espíritu punk de Cohen? ¿Se ha vuelto Borat, en fin, políticamente correcto? Quizá sea algo en lo que vale la pena pensar echando la vista atrás. Y comprobar, haciendo acopio de todas sus ocurrencias, que pese a lo que pudiera parecer este cómico británico sigue siendo el mismo de siempre.

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Conociendo a SBC

El humor de Sacha Baron Cohen tiene, como no podría ser de otro modo, unas raíces biográficas muy marcadas. Él mismo cuenta cómo Peter Sellers y su gusto por disfrazarse ha sido "la fuerza seminal" que le inspira, así como también rememora siempre que se lo piden el momento en que supo lo que pretendía conseguir con la comedia. Fue cuando vio en el cine La vida de Brian con menos de diez años y las risas incómodas, mezcladas con el enfado del público, activaron algo en su cerebro.

El creador de Borat quiere incomodar. Siempre ha sido su propósito, pero también ha tenido claro que esta incomodidad no se puede lograr a cualquier precio y desordenadamente: ha de tener un objetivo. Generar un discurso. Cohen, judío practicante, pronto resolvió que su comedia debía apelar a los prejuicios culturales y sociopolíticos de quienes les rodeaban, creando personajes de los que disfrazarse para impulsar situaciones donde dichos prejuicios quedaran retratados y demostraran seguir a la orden del día.

Creaciones como Brüno, Ali G o el mismo Borat buscaban canalizar la homofobia, el racismo o el machismo de quienes entraban en su radar, y pronto Cohen descubrió que EE.UU. podía ser una fuente inagotable para desenmascarar imposturas. Borat se enmarcó en la Administración Bush, en plena guerra de Iraq y con la pulsión de ridiculizar la american way of life. En Borat, por cierto, ya aparecía plantando un pino en la Torre Trump. Porque otra cosa no, pero siempre ha sabido dónde defecar.

Las inquietudes de Sacha Baron Cohen son, por tanto, de índole inequívocamente progresista, pero una performance tan extrema iba a exhibir por fuerza ciertas grietas en su manufactura, y estas fueron las mismas que condujeron a su consideración como un humorista "políticamente incorrecto". Casi de forma accidental, por tanto, pero no cabe duda que nuestro hombre se lo buscó.

Sus objetivos eran sumamente ambiciosos, tanto como para ver peligrar su vida en varias ocasiones, y las debilidades en el modo de abordarlos fueron profusamente estudiadas al hilo del estreno de Borat en 2006. En su recomendable ensayo Examining Borat and His Influence on Society, Pauline Carpenter analizaba la creación de este reportero kazajo, y cuestionaba la validez de una crítica al racismo de EE.UU. que empleara herramientas ya racistas de por sí.

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For Make Benefit Glorious Nation of Kazakhstan

Borat es alguien terriblemente misógino y chovinista, y dado que afirma venir de Kazajistán (un país bastante desconocido por los espectadores estadounidenses), resulta inevitable que quienes le ríen las gracias se forjen una imagen de esta nación en sintonía a la performada por Cohen. Una contradicción que ha perseguido siempre al humorista (también en el caso de Brüno y el dictador Aladeen), y que al poco del estreno de Borat provocó un incidente diplomático entre EE.UU. y la propia Kazajistán.

Desde entonces ha sido habitual leer sobre miembros de la política kazaja tomándoselo con filosofía o incluso achacando un aumento en el turismo de la región al estereotipo forjado por Cohen, pero el momento en que la polémica estalló fue muy ilustrativa la respuesta del cómico. Apareciendo siempre en público caracterizado como Borat, animó a que Kazajistán "demandara a ese judío" (refiriéndose a él mismo y apelando al supuesto antisemitismo del país), e incluso hizo una rueda de prensa muy publicitada por los medios.

“Los recientes comunicados sobre mi país, Kazajistán, que dicen que las mujeres son tratadas por igual y que todas las religiones son toleradas, son fabricaciones repugnantes y una campaña de propaganda contra nuestro país por parte de los malvados imbéciles de Uzbekistán", declaró Borat entonces, manteniendo la broma y pitorreándose aún más de las demandas del país ofendido.

"Cohen defiende su personaje Borat como una herramienta para descubrir el racismo y el antisemitismo en EE.UU. Sin embargo, es irónico que los mismos métodos que emplea en la producción y filmación de su personaje sean discriminatorios", escribe Carpenter, y sobre el circo mediático montado por el cómico en 2006 apunta: "Kazajistán no estaba en la broma y por lo tanto podía ser visto como atrasado, irracionalmente ofendido y que su problema era que no lo 'entendía'".

No deja de ser significativo que Borat: Subsequent Moviefilm haya provocado otro incidente político muy laureado pero esta vez, en lugar de un país de Asia Central, el damnificado haya sido un político republicano de relación estrecha con Donald Trump. Y que la respuesta de Cohen, sin salir tampoco del personaje, haya sido bastante similar.

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¿A quién incomoda Borat?

A lo largo de su carrera, la ambición de Cohen le ha metido evidentemente en muchos líos. Sin salir de Borat y yendo más allá de los titulares que copó este personaje con sus payasadas, pronto trascendió que las escenas de Kazajistán que vemos en el film dirigido por Larry Charles fueron rodadas en un pueblo de Rumanía cuyos habitantes no tenían ni idea de las verdaderas intenciones del cómico. De hecho, la barrera idiomática permitió que estos participaran en la película pensando que era un documental destinado a denunciar sus condiciones de pobreza.

Más tarde, en Brüno, el activista Ayman Abu Aita apareció retratado como un terrorista miembro de la milicia palestina Al-Aqsa. "Brüno puede bromear sobre lo que le dé la gana, pero esto no es una broma. Llamarme terrorista no es divertido, es mentir", le contó a los medios en 2009. Sumando a esto las demandas que iba acumulando Cohen por parte de los afectados por sus bromas, el estatus del humorista como alguien extremadamente incómodo no hizo sino intensificarse.

De hecho, cuanto más famoso se hacía Cohen más difícil era continuar con sus bromas, lo que dio pie tanto a películas más convencionalmente "narrativas" como a una sólida carrera en calidad de actor dramático... sin motivar conflictos de ningún tipo en Hollywood. De forma similar a Ricky Gervais (también británico) presentando una y otra vez los Globos de Oro, Cohen fue aceptado en sus círculos como algo parecido a un ocurrente enfant terrible, y nada le impidió trabajar con cineastas reputados como Martin Scorsese, Tim Burton o Tom Hooper.

La única conclusión de esta evolución profesional es que Cohen nunca fue tan incómodo en EE.UU. como quisimos creer, aunque sus intereses como cómico llevaran las tragaderas del establishment algo más lejos de lo que pudieran aceptar en las cenas y galas a las que asistía. Y si bien es cierto que nunca había acostumbrado a hablar claramente sobre sus posturas políticas (prefiriendo que los logros de sus personajes hablaran por él) en 2016 algo cambió.

A vueltas con la corrección política

Ese año Cohen estrenó Agente contrainteligente, un regreso a las calles londinenses donde había nacido, que no obstante le siguió siendo de utilidad para examinar el devenir de EE.UU. Esta formidable comedia dirigida por Louis Leterrier no solo daba pie a los gags más salvajes que nos ha regalado el cine comercial reciente, sino que también se anticipaba al Thanos de Vengadores: Endgame en sus delirios malthusianos y llegaba a contagiar a Donald Trump de VIH. Dentro de la ficción, por supuesto.

¿Fue el mayor golpe que se llevó el entonces aspirante a la presidencia de EE.UU.? Ni por asomo, ya que durante la promoción de Agente contrainteligente Cohen dijo con total tranquilidad que "la gente dice que estoy dañando la reputación de Donald Trump al hacer que contraiga SIDA, pero yo creo que estoy dañando la reputación del SIDA al hacer que contagie a Donald Trump". Además de, en el lado más interesante, reflexionar sobre la naturaleza de su humor.

Como comentábamos antes, los conflictos desencadenados por Cohen y el desinterés con el que este los afronta le han erigido entre cierto público como adalid de la incorrección política; como un tipo que no se casa con nadie, desafía convenciones y solo se guía por una honestidad y principios propios que no tienen por qué alinearse con la progresía. Y sin embargo, hete aquí lo que le comentaba a Screen Rant sobre el objetivo último de sus bromas y escándalos:

"Creo que puedes ser políticamente incorrecto, pero con responsabilidad. Tienes que asegurarte de no reforzar ningún estereotipo racial. Tienes que ser libre de hacer bromas, pero asegurarte de que no quieres ir a algún lugar con blackface solo demostrar algo. Si es insultante u ofensivo solo por el hecho de serlo, eso es problemático”, defendía Cohen anticipándose por cuatro años a la polémica de la pintura negra reavivada por el Black Lives Matter.

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Y continuaba: "Quiero decir que al otro lado del espectro te encuentras a alguien como Donald Trump, que está usando como base de su campaña la incorrección política, y es claramente intencionado. Tendría que ser un completo imbécil para insultar al mismo tiempo a mexicanos, mujeres, discapacitados y musulmanes. Claramente lo está usando como un reclamo de votos, pero los comediantes debemos guiarnos por una responsabilidad".

Justo un año después, cuando Donald Trump pasó a ocupar la Casa Blanca, Cohen sacó adelante ¿Quién es América? para ridiculizar a figuras de la política estadounidense, con especial apetencia por las republicanas. Más tarde, al inicio del 2020, quiso volver a ser Borat con la idea de que EE.UU. nunca había estado tan al borde del colapso. Pero se equivocaba.

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Una película inevitable

Antes de Borat 2 hemos tenido oportunidad de ver a Sacha Baron Cohen con otro papel dramático, de potencial oscarizable incluso, en El juicio de los 7 de Chicago de Aaron Sorkin. Es inevitable leer la película distribuida por Netflix (por mucho que se ambiente en 1969) en relación a la tormentosa situación de EE.UU., exhibiendo una urgencia y una ansiedad bastante llamativas para un escritor que inauguraba The Newsroom con un monólogo que defendía que "EE.UU. no es el mejor país del mundo, pero puede serlo".

Borat 2 está bañada en un sentimiento de urgencia muy similar al de El juicio de los 7 de Chicago. La Administración Trump y todo lo que esta representa es el target primordial de su nueva película, y el retrato que ofrece de su país es notoriamente distinto al que veíamos en la primera parte de Borat. Más grotesco y, sí, menos divertido.

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Nuestro humorista sigue sin tener interés en releer las implicaciones sociopolíticas de sus performances desde un ángulo que pueda llegar a cuestionarlas, pero a cambio ha aumentado la virulencia a la hora de afrontar su crítica y, allanando la senda de ¿Quién es América?, ha convenido en afinar sus objetivos. La tesis con respecto a la Borat original ha ganado homogeneidad, y ante una coyuntura tan dramática Cohen no ha visto ninguna contradicción discursiva a la hora de abogar por un voto que aparte a Trump de la presidencia.

Con un vistazo en retrospectiva a su carrera tampoco cabe, por nuestra parte, insistir en contradicción alguna: lo único que ha cambiado con respecto a 2006 es lo mismo que ha cambiado en multitud de ámbitos de la sociedad: el dramatismo, la polarización y el pensamiento de que ya no podemos andarnos con medias tintas. Sobre todo cuando EE.UU. está gobernado por el presidente "agarracoños", como le llama Borat: McDonald Trump.

Puede entenderse esta deriva como decepcionante, pero solo en la medida de haberle asignado previamente a Cohen una desafección política y/o nihilista que nunca fue tal. De hecho, el empeño en desacreditar a Cohen solo porque ahora proclama (abiertamente) a quién deberían votar los estadounidenses puede implicar perderse el potencial saludablemente revulsivo que sigue conservando Borat 2.

Sí, es significativo que Pamela Anderson haya sido sustituida por Tom Hanks como aliado de Cohen dentro de la compleja diégesis de la película y, sí, puede que Borat 2 peque de demasiado obvia en muchos momentos (casi todos derivados de la necesidad por darle una narrativa más contundente que aquella que espoleaba la primera Borat). Pero hazañas como el asunto Giuliani, la reflexión aparejada a la mujer trumpiana (magnífica Maria Bakalova) o la exploración de las dinámicas conspiracionistas siguen estando ahí. Brillando. Violentando a la gente adecuada.

El giro final de la película, asimismo, supone una sátira magistral de cómo EE.UU. se ha enfrentado a una crisis tan inabarcable como la del coronavirus y, al tiempo de servir de documento histórico al que regresar en años posteriores, podrá ayudar a calibrar qué ha sido del mundo en este tiempo. Por qué Borat pretendía quitarle la careta de prosperidad al proyecto estadounidense, y por qué Borat 2 se ha limitado a bailar, de forma muy políticamente correcta, sobre la tumba de ese mismo proyecto.

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