¿Cuándo dejó Ridley Scott de ser un genio?

Ha llovido mucho desde 'Alien' y 'Gladiator', mientras que 'El consejero' amenaza con dejarnos fríos. Tal vez la carrera del cineasta británico nunca haya sido para tanto. Por YAGO GARCÍA
¿Cuándo dejó Ridley Scott de ser un genio?
¿Cuándo dejó Ridley Scott de ser un genio?
¿Cuándo dejó Ridley Scott de ser un genio?

Dos semanas después de cuestionar seriamente la carrera de Luc Besson, al equipo de CINEMANÍA nos ha dado otra vez por poner en solfa a otro cineasta reputado. Pero ojo, porque esta vez no vamos a atrevernos con cualquiera: hablamos de Ridley Scott, nada menos. El director inglés estrena mañana en España El consejero, una película que no ha caído excesivamente bien entre los críticos (empezando por los nuestros) pese a contar con un guión original del novelista Cormac McCarthy (No es país para viejos, La carretera) y con Michael Fassbender, Javier Bardem, Penélope Cruz, Brad Pitt y una Cameron Diaz superlativa.

¿Cuáles son los defectos de El consejero? Nuestra reseña del filme deja claro que, sobre todo, se trata de una adecuación muy pobre entre la sordidez del guión y una puesta en escena demasiado funcional y aseada, cuando no mediocre. Pero aquí vamos a fijarnos en el hecho de que Scott, aclamado como un genio hoy en día, podría ser un ejemplo de director sobrevalorado. Para empezar, tratemos de responder a una sencilla pregunta: ¿cuántos filmes del director pueden ufanarse de ser obras maestras? Y, profundizando en el tema, ¿qué proporción representan estas películas en una filmografía que arrancó hace 36 años?

La respuesta al primer interrogante parece clarísima: tenemos Alien, tenemos Blade Runner, tenemos Gladiator, y dependiendo de las debilidades de cada uno podríamos añadir títulos como su debut Los duelistas o Thelma y Louise. La segunda cuestión, eso sí, no arroja un saldo precisamente positivo. Aun sin exigirle al cineasta de South Shields las marcas de un Kubrick o un Hitchcock (por mencionar a dos directores que daban en la diana prácticamente con cada estreno), un repaso a los 23 largometrajes con la firma de Scott nos llevaría a recordar películas que no llegan por un pelo a la categoría de clásico menor, como Black Rain y American Gangster, junto a trabajos claramente de encargo (1492, la conquista del paraíso, Hannibal). El resto del lote, formado por cintas tales que La sombra del testigo y las más recientes Black Hawk derribado y Red de mentiras. Las cuales no es que nos parezcan malas. Nos parecen olvidables, algo que resulta casi peor.

Guiones, xenomorfos y la cuestión de la autoríaAun sin ánimo de desempolvar los libros de André Bazin, aceptemos que un cineasta necesita reunir varias cualidades para ganarse el título de 'autor'. Y la más importante de ellas es la personalidad: resulta irónico que entre los 70 y los 80, justo cuando Scott entregó las obras que le han ganado el amor de la cinefilia, los críticos más encorsetados se lanzasen a por él acusándole de ser un estilista sin ideas propias.

Herencia de sus días en la publicidad (formato al que tuvo que volver tras el batacazo de Blade Runner) y algo frecuente en los cineastas ingleses de su generación (piénsese en Alan Parker o, ya desde el underground, en Derek Jarman), ese cuidado maniático que Scott dedica a la puesta en escena es su mayor virtud, y también lo que ha propiciado otro rasgo desgraciadamente indisociable de un titán del cine: sus batacazos industriales. Sin ir más lejos, la defensa puede enumerar los casos de Legend (sí, la de Tom Cruise haciendo de elfo) y El reino de los cielos en el capítulo de fracasos épicos y memorables. Ambas cintas, atribuladas en el rodaje, machacadas y recortadas en la postproducción e incomprendidas en su momento, podrían ser esgrimidas por los fans de nuestro director como debacles épicas y, en último extremo, reivindicables por su osadía.

Pero, por lo demás, ¿qué obtenemos profundizando en sus títulos de referencia? Pues que Scott es un virtuoso de lo visual, al menos cuando tiene el día bueno, pero también que sus mejores momentos han tenido lugar al poner sus manos sobre el trabajo de otros. Alien fue desarrollada por Dan O'Bannon y Ronald Shusett tras el cataclismo que supuso el Dune de Jodorowsky, y la idea de adaptar el libro de Philip K. Dick que dio origen a Blade Runner circulaba por Hollywood desde finales de los 60. Así mismo, el cineasta se hizo con Gladiator tras recibir la oferta de Dreamworks para filmar un guión ya existente. Es cierto que otros cineastas señeros, como Clint Eastwood, no suelen inventar ellos mismos las historias que pasan por sus cámaras. Tan cierto como que, a la hora de regresar a sus orígenes, Scott entregó un trabajo muy ambicioso y muy cuestionable: hablamos de Prometheus, ese remake-reboot-precuela de Alien que dejó fríos a muchos amantes veteranos de la saga.

Señalemos algo más como despedida, ya que viene al caso: lo que más nos preocupa de la obra de Ridley Scott no es lo que ya ha llegado, sino lo que está por venir. Tras Exodus, el filme bíblico con Christian Bale como Moisés (por favor, excúsense los chistes sobre Aronofsky, Russell Crowe y Noah), nos esperan el regreso al mundo de los xenomorfos y los ingenieros en Prometheus 2 y, ojo, también esa secuela de Blade Runner que tanta pereza nos da. Si el director ha señalado muchas veces que la ciencia-ficción no es su género favorito, ¿a qué tantas ganas de retomar esas incursiones que hizo en él cuando era un novato? Tal vez el porvenir de Ridley Scott consista en echar tierra sobre su propio legado. Y tal vez la pregunta que hemos de hacernos sobre él no es cuándo dejó de ser un genio, sino si lo fue alguna vez.

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