[Crónica San Sebastián 2011] Menos mal que nos queda Portugal

'Sangue do meu sangue' brilla en una jornada plena en películas olvidables. Por MANUEL PIÑÓN
[Crónica San Sebastián 2011] Menos mal que nos queda Portugal
[Crónica San Sebastián 2011] Menos mal que nos queda Portugal
[Crónica San Sebastián 2011] Menos mal que nos queda Portugal

El Festival de San Sebastián es un poco como la Vuelta a España: llega cuando los grandes lo han dado todo en las grandes citas previas. Quizá por eso, la frase "este año la Sección Oficial está más floja que nunca" está siendo un manthra que se va repitiendo del Kursaal al Teatro Principal pasando por el Victoria Eugenia y rebotando contra las barras de los bares. ¿Tan malas están siendo las películas a competición? En justicia hay que decir que no. Sí, van unos cuantos sonoros truños, pero quedarán al menos tres o cuatro películas muy rescatables entre las que repartir los premios. Además, los jurados siempre fallan; vamos, que acaban dando algo al filme más absurdo. Se rumorea que la presidenta, Frances McDormand, tiene predilección por la sueca Happy End, sin ir más lejos.

En ese selecto grupo de películas que no rechinarían en un palmarés está Sangue do meu sangue, del portugués Joao Canijo, un drama familiar situado en un barrio periférico de Lisboa. Dominada por tres poderososos personajes femeninos –dos hermanas y la hija de una de ellas– muestra una visión amarga sin recrearse demasiado de la vida en los márgenes. No es Rocco y sus hermanos, pero tiene forma y fondo de película, lo que por comparación con alguna de sus competidoras la hace parecer todavía mejor.

San Sebastián homenajea este año con una retrospectiva Jacues Demy, el cineasta de la Nouvelle Vague que prefirió que, en lugar de fumar, mirar al infinito y citar a Sartre, sus actores cantasen en joyas como Los paraguas de Cherburgo. Su hijo, el actor Mathieu Demy debuta en la dirección con Americano, uno de esos filmes que se lo ponen fácil al resto de las que acuden a la Sección Oficial y, por contraste, muy difícil al espectador que las soporta. Un francés con pasaporte norteamericano viaja a EE UU para recuperar el cuerpo de su madre, de la que ha vivido separado desde que era un niño. En el camino se le cruza Geraldine Chaplin, se escapa a Tijuana, va a un bar de strippers regentado por Carlos Bardem, se encapricha de Salma Hayek, una bailarina exótica, recibe unas cuantas palizas y se le traga la tarjeta un cajero automático. Si así contado tiene sentido es que le he hecho un gran favor a Americano.

También se proyectó ayer Los Marziano, una película argentina… ¡en la que no sale Ricardo Darín! A esa hora estaba charlando con El Hombre, Michael Fassbender, y me la perdí, pero los que la han visto 24 horas después casi no la recuerdan. Malo.

Y a Zabaltegi, el lugar en el que se ve el mejor cine del festival, concurrieron dos películas españolas. Por un lado Madrid 1987, el duelo interpretativo entre Imanol Arias y María Valverde que dirige David Trueba –"parece una película de Garci de las de los 80", ha dicho un fan de ambos directores– y Al final del tunel, un nuevo documental de Eterio Ortega y Elías Querejeta sobre el conflicto vasco –y van ya…– que aborda el final de la violencia gracias a los testimonios de abertzales de todos los ámbitos.

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