Chris Pine desenvaina en 'El rey proscrito'

Todo lo que verás en esta secuela de 'Braveheart'… además del desnudo integral de Chris Pine.
Chris Pine desenvaina en 'El rey proscrito'
Chris Pine desenvaina en 'El rey proscrito'
Chris Pine desenvaina en 'El rey proscrito'

Empieza este filme igual que Comanchería, la fabulosa última colaboración entre Pine y McKenzie: un plano secuencia para ponernos en situación. Aquí, el plano es más virguero, porque es más largo y porque juega constantemente con iluminación interior y exterior, con el diálogo y con la acción. Acadabrante: si el Mago Merlín se hubiera dedicado al cine en vez de hacer brebajes con alas de mosca, no lo habría filmado mejor. Cuando termina esta primera escena, con una catapulta, la película ya está lanzada… Solo que no está lanzada. En realidad, a la catapulta le pasa como a Robert The Bruce, el personaje que interpreta Chris Pine: requiere de un empujoncito para funcionar.

McKenzie se ha preocupado durante toda su carrera de reflexionar sobre la virilidad (o la falta de ella). Lo hizo en la incomprendida American Playboy (2009), en la prestigiosa Convicto (2013) y, por supuesto, en la más conocida de sus películas, Comachería. Como en esta última, el hombre debe ser hombre a su pesar. Es decir, debe tomar decisiones que le apetecen tanto como tatuarse la jeta de su suegra en el escroto pero, oye, que así es el destino y si no quieres, pues lentejas. De hecho, Robert The Bruce, su héroe, es tan poco viril que hasta le vacila la esposa de su matrimonio de conveniencia la noche de bodas, algo inédito para los cánones medievales.

A él, que solo quiere retozar con ella, le cargan el mochuelo de ser Rey y liberar Escocia de la opresión inglesa, y el tipo acepta resignado, arrastrando lacónicamente las erres en su impostación del acento escocés. ¿La catapulta? Que han hecho pedacitos a William Wallace, alias Braveheart, alias El Hombre Que Enseñaba El Culo A Los Ingleses. ¡Acabáramos! Lo que pretende McKenzie, pues, es retomar la historia donde Mel Gibson la dejó. En ese momento en el que los sucios escoceses cargan a cámara lenta contra los pulcros ingleses en la batalla de Bannockburn. Es, por así decirlo, una secuela de Braveheart.

Pero McKenzie, que es escocés, no parece muy feliz con la versión hollywoodiense de la historia de su tierra. Aquí los soldados no se pintan la cara con los colores del RCD Espanyol, ni enseñan el culo al enemigo, y rara vez se nos muestran sus pintorescas rutinas. El humor también se ha esfumado como los magos y brujas que tanto juego dan en este tipo de relatos. La guerra no tiene nada de épico, ni de romántico, ni de divertido. Ni siquiera es cierto ese mantra de Mel Brooks en La loca historia del mundo: no, no es bueno ser rey, es un rollo y está lleno de aburridas responsabilidades. La película se construye así, como ese plano secuencia del inicio, entre conceptos binarios y anti braveheartianos: diálogos shakesperianos propios de La Enriada en interiores y guerra de guerrillas en exteriores: pequeñas batallitas en castillos y nada de campo abierto, con un uso más que recurrente de la steadycam.

Ah, bueno, y lo del desnudo integral. Pues eso, que Pine sale de las aguas de una marisma como dios lo trajo al mundo. Y suponemos que ya está la mitad del planeta haciendo gifs y congelando los frames de sus atributos. Lo cual debería hacernos reflexionar acerca de hasta qué punto lo del desnudo masculino sigue siendo una anomalía (propia de los tiempos medievales) en el cine contemporáneo. Sin embargo, como dicen en primero del Actors Studio, “es coherente y lo requiere el guion”: como El rey proscrito es un Braveheart a calzón quitado y sin maquillaje, ninguna escena expresa mejor lo del rey desnudo, esto es, sin la armadura de las convenciones hollywoodienses.

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