[Cannes 2017] Haneke como puedas

El director austriaco cae en la repetición de los grandes éxitos de su filmografía mientras sus cachorros del cine contemporáneo le ganan en atrevimiento y crueldad.
[Cannes 2017] Haneke como puedas
[Cannes 2017] Haneke como puedas
[Cannes 2017] Haneke como puedas

¿De qué se habla hoy en Cannes? Las desorbitadas medidas de seguridad que puntúan el acceso a las salas y cada espacio del festival -formando diversas esclusas de detectores de metales, revisadores de mochilas e inspectores del color de acreditación- han terminado haciendo habitual algo que antes era excepcional: se da por sentado que las proyecciones empezarán con varios minutos de retraso. Todo ello unido a un nivel tirando a regular de la competición oficial hace que los ánimos a mitad de festival estén también así. Regulares.

¿Qué películas has visto? Ayer, Happy End de Michael Haneke. Esta mañana, The Killing of a Sacred Deer, de Yorgos Lanthimos. Las dos plasman de manera muy significativa los derroteros por los que se mueve el actual cine de autor de prestigio promovido por festivales como Cannes.

Por un lado, Happy End debería sepultar cualquier posibilidad existente de que Haneke haga historia ganando su tercera Palma de Oro -y por títulos consecutivos en su filmografía-. Pero bueno, tampoco descarto tener que retractarme cuando se anuncie el palmarés; con los jurados, nunca se sabe. El caso es que el cineasta austriaco, quizás el autor europeo que más prestigio y recursos a su disposición puede tener ahora mismo, ha decidido ponerse cómodo dentro de su última película.

Happy End puede leerse como una autocita continua a la filmografía hanekiana, de modo que no sólo repiten Isabelle Huppert Jean-Louis Trintignant como hija y padre -¡la secuela de Amor que nunca te planteaste si querías!- sino que prácticamente todas las películas del director están representadas. Tenemos una familia burguesa con problemas como en El séptimo continente, imágenes de vídeo casero (aquí, Instagram Stories en formato vertical de cámara de móvil) y menor con malas pulgas como en El vídeo de Benny o Caché, una música obsesa sexual como en La pianista (aquí, violonchelista), historia coral y fragmentada como en Código desconocido... En fin, sólo falta que salgan unos chavales con palos de golf para citar Funny Games; supongo que como esa ya la ha hecho dos veces no le apetecía tanto repetirla.

La mayor diferencia con los referentes es que, en este caso, la repetición de situaciones va revestida de cierto toque cómico. Nada evidente, claro; por algo Christian Berger no mueve un milímetro la rectitud de sus planos. Pero sí perceptible en las interpretaciones de Huppert, Trintignant o la insólita displicencia con la que Haneke plantea su habitual búsqueda de shock en el patio de butacas. Homicidio, infidelidad, indiferencia, eutanasia... todo muy Haneke, pero con un emoji de sonrisa al final. ¿El Happy End del título? :)

Un ejemplo dentro de este mismo Cannes basta para ver cómo Haneke ha terminado siendo devorado por sus propios aprendices en el tan aclamado cine de la crueldad. Happy End, que en algún momento se vendió como una historia ambientada en Calais con la crisis de los refugiados de fondo, alcanza uno de sus momentos de mayor vergüenza ajena cuando el atolondrado hijo menor de la familia invita a una cena de gala a unos inmigrantes africanos sin techo. El austriaco resuelve la escena como una suerte de parodia Zucker-Abrahams-Zucker de su propia idea. Haneke como puedas. Un acto perezoso que queda a eones de distancia del bochorno producido por una secuencia de The Square, del sueco Ruben Östlund, donde un hombre con comportamientos de simio violenta una cena de alta sociedad.

Ruben Östlund, Andrey Zvyagintsev, Michel Franco, Yorgos Lanthimos... Todos ellos (con trabajo presente en Cannes este año) son fácilmente alineables en unas coordenadas narrativas, temáticas y formales cercanas a Haneke, pero han acabado yendo más lejos que su maestro en términos de misantropía y disección cruel de las relaciones humanas. No es que eso sea algo especialmente loable, aunque en el caso de The Killing of a Sacred Deer ha permitido que Lanthimos coquetee con el cine de género por vía del terror. Cuando un autor muy asentado lo hace, siempre resulta como mínimo interesante; recordemos la Anticristo de Lars Von Trier o, por ir más atrás en el tiempo hacia referentes de consenso, El resplandor de Stanley Kubrick.

Bastante de esa última hay a nivel formal en lo último del director de Canino. También de Teorema, de Pasolini, y hasta de la saga Insidious de James Wan. The Killing of a Sacred Deer es tanto el drama de una familia (Colin Farrell, Nicole Kidman y sus dos hijos) demolida por la aparición de una fuerza exterior como un relato de posesión sobrenatural. Es difícil adelantar mucho del argumento sin fastidiar una de las mayores virtudes del filme: cómo Lanthimos toma la premisa y la lleva hasta sus últimas consecuencias. Estamos ante la que quizás sea una de las películas de venganza más enrevesadas e inexplicables de los últimos años, filmada y sonorizada para irritar con precisión de cirujano. Su final, que en cierto aspecto recuerda a Funny Games, termina de cerrar el círculo: la referencia hanekiana que le faltaba a Happy End estaba fuera de la película. Igual que el cine de Haneke parece haber terminado fuera de Haneke.

La imagen del día: Cualquiera de los disparatados planos secuencia de acción de propulsión a chorro con los que abre y cierra The Villainess (Ak-nyeo), una de las bombas coreanas de la sección Midnight Screenings. Y la película de la Viuda Negra que Marvel Studios nunca se atreverá a hacer. El debutante Jung Byung-gil convierte a Kim Ok-bin (Thirst) en una asesina letal e implacable, cuyas misiones de venganza acumulando cadáveres son seguidas al milímetro por una cámara que pasa de ser subjetiva (a lo Hardcore Henry) a pegarse a la acción con la misma celeridad que un videojuego, logrando que (casi) todos sus movimientos tengan justificación narrativa. Un subidón al mismo nivel de adrenalina y de serotonina.

¿Qué esperas de mañana? La sesión de homenaje póstumo al maestro Abbas Kiarostami, de quien se proyectará 24 Frames, la última película experimental que terminó unos meses antes de su muerte el verano pasado. Y si alguien con VPN me invita a ver los primeros episodios de Twin Peaks no voy a decir que no.

Palmómetro: Dado el nivel demostrado por los pesos pesados de la competición, los primeros rumores apuntan a que un filme tan templado y coyuntural como 120 battements per minute, la crónica de Robin Campillo sobre la lucha contra el sida, podría acabar convenciendo bajo mínimos al jurado con su temática y corrección. Ante esa perspectiva, esperemos que, al menos, Park Chan-wook meta caña defendiendo la venganza enrevesada de Lanthimos y Almodóvar recuerde su La piel que habito a la hora de decidir los premios.

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