[Berlín 2019] 'Suc de síndria': cómo disfrutar del sexo tras una violación

El corto de Irene Moray es lo mejor que hemos visto en el arranque de la 69 edición del festival alemán
[Berlín 2019] 'Suc de síndria': cómo disfrutar del sexo tras una violación
[Berlín 2019] 'Suc de síndria': cómo disfrutar del sexo tras una violación
[Berlín 2019] 'Suc de síndria': cómo disfrutar del sexo tras una violación

Será por la novatada –primer año en la Berlinale–, pero me cuesta recordar un arranque peor en un festival. Tras la inaugural The Kindness of Strangers, poco más había para ver que la sección Forum. Las colas en la sala 6 de los cines que acogen la gran mayoría de los pases de prensa eran prometedoras. Se quedó gente fuera. ¿Y todo para qué? Para ver dos películas –Querencia y Fourteen– intrascendentes y amateur. Salí de los cines, volví a casa cabizbaja, sintiéndome algo enferma por el frío, cuestionándome por qué las cosas parecen siempre mejor cuando las miramos en la lejanía, rumiando que tal vez fuese cierto lo que me decían mis compañeros de otros medios: "Vaya año has elegido para venir a la Berlinale".

Por el camino a casa me crucé con madres que llevaban a sus bebés en trineos o vestidos con monos de esquiar. Este surrealismo berlinés me devolvió el ánimo y no tardé en leerlo como un buen presagio. La respuesta a mi optimismo llegó esa misma noche con el corto catalán Suc de síndria, protagonizado por Elena Martín, actriz y directora de Júlia Ist, y dirigido por Irene Moray. El cortometraje comienza con un plano corto, cenital, de dos amantes en la cama, Elena Martín y Max Grosse Majench. El amor está fuera de campo, pero en sus caras adivinamos el disfrute, algo parecido al placer, hasta que, casi llegando al clímax, ella le pide que pare y él acepta complaciente. Se abre el plano y vemos que es verano, que los personajes pasan las vacaciones en una casa de campo rodeados de amigos y se bañan desnudos en un lago, sensuales, jóvenes, felices, comiendo sandía a mordiscos, aunque algo, no sabemos qué, falla.

Irene Moray mantiene el suspense durante algunos minutos hasta que la confesión repentina y sincera del personaje de Elena Martín estalla. A partir de aquí, la mirada del espectador cambia. Hacia ella, hacia él. Y lo que hasta ahora eran dos jóvenes en plena ebullición hormonal, es decir, dos jóvenes a secas, se convierte entonces en un interrogante que secuestra por momentos el idílico paisaje de campiña francesa y curvilíneos cuerpos desnudos, ese cine de tradición más naturalista, para convertirse en otra cosa, reduciendo lo político a los planos cortos de la sexualidad más íntima, preguntándose explícitamente si es posible disfrutar del sexo con la persona amada después de haber sido violada por otro, entendiendo así lo injusto de la imposibilidad del goce, y, lo mejor, dejando la respuesta a tal pregunta en lo más alto.

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