[Berlín 2014] Linklater, la infancia, el tiempo... y todo lo demás

Y llegó el gran día. Y nadie salió decepcionado. Al contrario. ‘Boyhood’, último trabajo de Richard Linklater, desembarca por fin en la Berlinale haciendo buenos todos los informes llegados desde Sundance. Hoy, en el Palast, la historia del cine ha quedado un poco más definida. A su lado, parece que ya nada importe. Por VÍCTOR ESQUIROL
[Berlín 2014] Linklater, la infancia, el tiempo... y todo lo demás
[Berlín 2014] Linklater, la infancia, el tiempo... y todo lo demás
[Berlín 2014] Linklater, la infancia, el tiempo... y todo lo demás

¿De dónde salen tantos aplausos? Del Berlinale Palast, como no podía ser de otra manera. Los cuatro gatos que hará ya casi un mes nos estábamos congelando en el invierno de Utah, lo advertimos tanto como se nos permitió, tanto como se nos escuchó y, en definitiva, tanto como lo merecía aquel monstruo de película. “Aquel”, que hoy en Berlín se ha convertido en “este”. La penúltima jornada competitiva de esta 64ª edición era la que más tinta roja había acaparado en los calendarios de los asistentes, y a pesar de los peligros del efecto ‘hype’, se han confirmado los mejores pronósticos. El pase de prensa de Boyhood, último filme del gran Richard Linklater, ha sido despedido con una calurosísima ovación por parte de los miembros acreditados. Como exigía la ocasión o, mejor dicho, como exigía la historia. Pues histórica es la película que se ha rodado, con plena consciencia, a lo largo de tres olimpiadas (esto es, doce años, que se dice pronto)... y más increíble es el que el resultado final no sólo no se vea eclipsado por el ambiciosísimo planteamiento, sino que además hasta consiga que nos olvidemos de él. Porque ahí está el verdadero milagro (es lo que es) de San Richard, y es que ha conseguido que la vida (en mayúsculas, con todo lo que implica) fluya por una pantalla de cine, y que el espectador, atónito ante lo que está experimentando, se olvide se olvide de esos famosos doce años, que pesan, sí, pero que pasan literalmente volando. Las casi tres horas de metraje, ni falta hace decirlo, también, porque le pone cara un ejército de actores perfectamente fusionados con sus personajes (que no son tales, sino personas tan reales como tú o yo), porque están escritas con una naturalidad implacablemente certera... porque están dirigidas por un cineasta en pleno control de sus (súper)poderes. Por Richard Linklater, el hombre que habla, que vive... y que nos hace vivir. Los aplausos, continúan.

¿De dónde salen tantas risas? Una vez más, del Palast. Y es que al parecer, la Competición ha recibido ese empujoncito que le faltaba para encarar con las fuerzas necesarias (tanto para ella como para nosotros), el sprint final. Como si estuviéramos aprovechando el rebufo de Linklater, parece que ahora todo entra mejor, que ahora todo es más ingenioso... que ahora todo tiene gracia. Lo de No Man’s Land ciertamente la tiene. Más todavía si se logra analizar fríamente el -delicioso- caos propuesto por el enloquecido director Ning Hao (suya era aquel delirante intento de adaptar ‘Los dioses deben estar locos’ a su territorio, titulado Crazy Stone). Imagínense que el Sean Penn más gafe de la estupenda (e injustamente infravalorada) Giro al infierno, se topa no con uno, sino con dos (o más) diablos sobre ruedas. Pongamos que en las carreteras por las que circula, reina la ley de la jungla como lo hacía en el asfalto de, por supuesto, la saga Mad Max. Añadámosle, por último (aunque podríamos seguir), que el protagonista de este embolado es un abogado decidido a que el imperio de la ley conquiste el salvaje oeste... y que tarde o temprano se va a dar cuenta de que hay sitios simplemente ingobernables (Ford, Leone... quién quieran). La muerte, ni falta hace decirlo, siempre anda con la guadaña bien alta. Como sucediera ayer, urgen las aclaraciones geográficas a pie de página. No, no estamos en Estados Unidos; tampoco en Australia... seguimos en China, nación que, por lo visto, está viviendo, ahora mismo mientras hablamos, su propio proceso de westernización. El Far West en el Oriente Lejano más rabiosamente actual. Genial. Sin complejos y con perfecto conocimiento de causa, Ning Hao nos va envolviendo en una espiral tan absurda (en este universo de colores saturados, los caballos vienen con GPS incorporado, para los jinetes más despistados), como violenta, como (y esto es lo que nos pierde) divertida. Al igual que con casi todas las películas que deciden empezar con la quinta marcha puesta, a la larga la función y el mensaje (sí) acaban perdiendo fuelle, aún así se muestra siempre como una muy estimable muestra de esas dos facetas que, al fin y al cabo, hacen tan grande a este arte. La diversión viene avalada por las risas, que las ha habido y muchas; el estudio (de género, se entiende) se magnifica no sólo al destruir todas las fronteras que se le plantan delante, sino al demostrar que 111 años después (imagínense), sigue habiendo uno que los gobierna a todos. En el western (que se nos presenta en su faceta “noodle”), ya lo ven, sigue cabiendo todo.

¿De dónde salen tantas feromonas? De los Cinestar, donde hemos podido impregnarnos, por fin (y en Panorama, cómo no), de uno de esos programas dobles tan en la sombra pero que a la vez tan bien definen no sólo lo que es la Berlinale, sino también la loca (en negrita) ciudad que la acoge. Berlín es, por lo que cuentan y por lo que se ve, la excepción a la regla alemana. La ley aquí es quebrantada, la prohibición se transforma en permisión y lo mal visto hasta puede llegar a la categoría de maestro de ceremonias. En parte por esto nos encanta estar aquí. La sesión grindhouse compuesta por dos documentales empieza con Fucking Different XXY. La tercera entrega de la trilogía Fucking Different, (dedicada a dignificar / regodearse-en / celebrar todo lo que en algún momento u otro de la historia haya entrado dentro de lo considerado como “sexualmente raro”) se centra ahora en el colectivo trans- (-sexual, -género, -vestido, etc.), a través de la recolección de testigos de todas las procedencias. A veces tirando de -excesivamente- emotiva entrevista; otras haciendo lo propio con material pornográfico, esta obra conjunta muestra lo mejor de sí cuando se entrega al espíritu festivo que, al fin y al cabo, es lo que tanto nos gusta del certamen como de su ciudad (¿ven?). La segunda píldora subidita de tono lleva por título Vulva 3.0 (vamos bien), y trata precisamente sobre... aquello. “Todo lo que siempre quiso saber sobre la vagina y nunca se atrevió a preguntar”. Y así, Claudia Richarz y Ulrike Zimmermann nos llevan al interior del “Sagrado Agujero”. En sus conductos, puntos y trompas nos topamos con cirujanos estéticos de “ahí abajo”, con fotógrafos obsesionados con la zona púbica, hasta con genios del photoshop especializados en que “las partes íntimas” luzcan perfectas en las publicaciones picantonas. Festival (¡¿lo ven?!). Lo mejor: que el Cinestar 7, lleno hasta los topes, se empapó del mismo ambiente que aquellas legendarias proyecciones de The Rocky Horror Picture Show. Interacción total. En la fila de abajo, dos señores se besan y magrean como si no hubiera mañana; dos más arriba, una señorita (?) se magrea los pechos mientras poco a poco su bulto de la entrepierna va haciéndose más y más grande. Un guiriGAY como el coño de la Bernarda, vaya. Sólo posible en la Berlinale, porque recuerden, esto es Berlín, y esto no es escandaloso, mucho menos grotesco... es simplemente una de sus muchas fiestas. Y mientras, en un lugar del mundo, a James Franco, el más guarro de todos, le entró, sin que nadie (ni él mismo) le tocara, uno de esos orgasmos para la historia. Entonces, supo que en Berlín todo iba bien. Nosotros, también.

¿De dónde salen tantos remordimientos? De todos los sitios en los que hemos logrado rapiñar comida. Cualquier alimento se mostraba hoy tan repulsivo como, en el fondo, apetitoso. Los plátanos, peras, melones y sandías (en honor a Tsai Ming-Liang, quien por cierto todavía no ha llegado a la rueda de prensa) de la mañana. El señor bratwurst del mediodía, con la condimentación de patatas fritas manchaditas de mayonesa. Las almejas de la noche, bañadas debidamente con una jarra de espumosísima cerveza... ¿Pero esto qué es? ¿Qué está pasando aquí?

¿De dónde sale Claudia Llosa? De Perú, claro. Y del círculo ártico... y del Hotel Regent de Berlín, donde aparte de enamorarnos (en serio) en el cara, ha intentado arrojar un poco de luz sobre su última película respondiendo, con -nuevas- preguntas, a las que nosotros íbamos planteándole (poetas...) Como por ejemplo... “¿Qué es más importante, el llegar o el viaje hecho?” Lo desconocemos, Claudia, pero se agradece profundamente esta nueva duda existencial. La meditamos y la consultamos con la almohada. “Llegar”, almohada, “viaje hecho”, almohada...

Osómetro: Como en los equipos deportivos más descompensados, aquí van a jugar Richard Linklater... y 19 más. Ahora mismo, parece que sólo un ataque de celos por parte del festival (recordemos, esta obra maestra fue presentada hará ya casi un mes en Sundance, ¿dónde si no?) podría arrebatarle el Oso de Oro a Boyhood. Todo apunta a que Ning Hao al igual que “todos los demás”, y a pesar de su buen papel, tendrá que quedarse con las ganas.

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