Así sonaba la película sobre el nazismo de Stanley Kubrick

'Swing frente al nazi': repasamos uno de los proyectos sobre la Segunda Guerra Mundial que el director de 'La chaqueta metálica' dejó inconcluso.
Así sonaba la película sobre el nazismo de Stanley Kubrick
Así sonaba la película sobre el nazismo de Stanley Kubrick
Así sonaba la película sobre el nazismo de Stanley Kubrick

Un nazi, oficial de la Luftwaffe, haciéndose una foto con cuatro negros, un judío y un gitano por los que sentía admiración. En esa imagen podía haber una historia.

El romaní, guitarrista medio manco, figura estelar del conjunto, era el más sobresaliente músico de jazz surgido en Europa: Django Reinhardt. El nazi, Dietrich Schulz-Köhn, también conocido como Doctor Jazz, una de las personas que más hizo por promover, en el seno del Tercer Reich, aquella música prohibida por el Tercer Reich.

No sólo podía haber una historia sino que podía tratarse de la que permitiera a Stanley Kubrick abordar la Segunda Guerra Mundial. Ese conflicto y, en particular, el nazismo y el Holocausto fueron motivos de obsesión para su intelecto megalómano y minucioso, que los encontraba difíciles de abarcar en una película. No obstante, la Primera Guerra Mundial ha quedado en la memoria colectiva como él la pensó en Senderos de gloria y durante años dio vueltas a la manera de que el gran conflicto armado del siglo XX le fuera accesible como narrador. Volvía sobre el reto con la persistencia de quien se había autoimpuesto un imperativo.

Cuando en 1985 cayó en sus manos el libro que recientemente ha publicado en España la editorial Es Pop, Swing frente al nazi. El jazz como metáfora de la libertad, lo vio como una opción. Como señala Jan Harlan en The Kubrick Archives, en aquel momento el director consideraba una aproximación tangencial al Holocausto. Una posibilidad era situarse en la industria cinematográfica alemana de la época, retratando el día a día en el aparato propagandístico de Goebbels. Otra era la del Dr. Jazz. La vitalidad del swing podía funcionar de contrapeso dramático al genocidio nazi, y Dietrich Schulz-Köhn no parecía alguien menos contradictorio que, por poner un ejemplo en el que Kubrick estaba trabajando entonces, un soldado norteamericano que va por Vietnam con un casco en el que pone que ha nacido para matar mientras lleva una chapa pacifista en el chaleco. Vislumbraba esta historia en tonos noir. En el papel de Dr. Jazz imaginaba a alguien parecido a Peter Lorre. Definitivamente, el personaje era tan icónico como para intentar resumir en él todo lo que le interesaba sin caer en metrajes de nueve horas y veintiséis minutos.

Uno de los asistentes de Kubrick, Tony Frewin, lo define como un gran aficionado al jazz de la época del swing, en particular de Benny Goodman. Incluso tocó un poco la batería en la banda de swing del instituto. Durante su etapa de fotógrafo en la revista Look, el joven Stanley, émulo de Weegee, visitó, y revisitó de buena gana, garitos de variedades, boxeo y jazz. Aunque al final fue el boxeo lo que le animó a pasar de la fotografía al cine, adaptando a cortometraje documental una exitosa serie de fotografías que había publicado en la revista, de alguna manera el gusto por el jazz le acompañó el resto de su vida. Al fin y al cabo había sido un adolescente del Bronx en los años en los que nada quemaba suelas y pistas de baile mejor que el hot swing.

Mike Zwerin, autor de Swing frente al nazi, comprendía bien el jazz. Fue trombonista de Archie Shepp y Miles Davis. Cuando los pulmones no le dieron de sí la carrera profesional que necesitaba, compaginó sus labores musicales con el periodismo para continuar su amor al jazz a través de la escritura. Pero había cosas que Zwerin no comprendía tan bien como el jazz. Por ejemplo, qué podía pasar por la cabeza del Dr. Jazz o cómo sobrevivió una pequeña, numantina parte de la escena jazzística alemana bajo los rigores del Reich. Para intentar aclararlo mantuvo conversaciones durante dos años de viajes por Europa, recogidas en estas páginas.

tumblr_nvpj8lDoUf1u2ary4o1_1280

SWING HEIL!

En una fecha tan temprana como 1928, el parlamento austriaco debatió si Josephine Baker, de visita en Viena con aquellos números de revista en los que estaban contenidas todas las Madonnas, Miley Cyrus y Nicki Minajs que han sido y van a ser, era una amenaza para la moralidad pública. En 1941, cuando el parlamento austriaco ya ni siquiera existía como tal por la anexión al Reich y el Reichstag había sido entregado a los nazis para, acto seguido, arder, las SS celebraron un congreso para ver cómo se aplicaba la prohibición del jazz, que figuraba con todos los deshonores en lo más alto de la lista de músicas degeneradas, por encima del tango y el foxtrot. La propaganda animaba a los jóvenes fascistas de Francia a rapar el pelo de los zazús, aficionados al jazz que se peinaban a la moda anglófila. Incluso, como recoge el escritor Josef Škvorecký, en la Checoslovaquia ocupada intentaban calcular en porcentajes lo sincopada que tenía que estar una música para poder denunciar en ella lo que denominaban, literalmente, excesos negroides.

Totalitarismos de signo hitleriano y estalinista escucharon con recelo, cuando no abierta aversión, la primera gran aportación musical de EE UU; la música negro-judía de la selva, en palabras de Goebbles. Pero por muy duros que quisieran ponerse frente a lo que consideraban propaganda yanqui, por muchos discos que vetaran y músicos judíos que mandaran a los campos de exterminio o a que se les atrofiara la musicalidad de los dedos a base de trabajos forzados, el jazz fue la banda sonora de la primera mitad del siglo XX. Era casi imposible que no llegara a oídos de las masas, por lo que el plan de exterminar a una parte de Europa, tal cual, para matar de aburrimiento a la restante a base de una inflexible programación de polkas, cánticos tradicionales, valses, óperas y marchas militares era complicado. El libro, con Django como protagonista, da fe de ello. La vieja Europa no podía dejar de tararear algunas de las ideas del nuevo mundo y el jazz fue la nueva, buena, genial idea que, en esencia, habían tenido los descendientes de los esclavos africanos para hacerse habitable un país, EE UU, que empezó su proyecto de libertades a partir de un genocidio racista y de una industria esclava racista.

Si los nazis prohibían piezas compuestas por negros o judíos, se cambiaban los nombres en los discos y a bailar que son dos días. Benny Goodman en la Alemania nazi llegó a los oyentes como Gene Krupa. Los censores ni siquiera se dieron cuenta de que el nombre real de Artie Shaw era Arthur Jacob Arshawsky o de que Count Basie era negro.

249A

En medio de esa política cultural aislacionista, el Dr. Jazz editó su boletín clandestino sobre jazz. Tras la guerra retornó a su trabajo para la Deutsche Grammophon y se convirtió en un destacado divulgador musical en la República Federal Alemana. Dentro del círculo de melómanos al que pertenecía era el único que no albergó conflicto alguno entre ser nazi y aficionado al jazz. Zwerin no explica cómo podía afinar tanto en la escucha de aquellas melodías al tiempo que hacía oídos sordos a cuanto ocurría a su alrededor. No lo hace porque, al preguntar a sus allegados, ellos tampoco eran capaces de explicárselo, y es posible que esa falta de conclusión, de moraleja tranquilizadora sobre la naturaleza humana, fuera lo que en último término atrajera a Kubrick.

Michael Herr, cronista de referencia de la guerra del Vietnam con el que el director guionizó La chaqueta metálica, habla en su libro Kubrick de la obsesión del director por la Segunda Guerra Mundial. Mantuvieron horas y horas de conversaciones a lo largo de los años. Kubrick le insistió durante meses en que leyera un libro sobre el Holocausto que le había gustado, hasta que Herr, agobiado, le dijo que no podía leerlo. "Supongo —añadió— que en este preciso momento no quiero leer un libro titulado La destrucción de los judíos europeos". "No, Michael", replicó Stanley. "El libro que no quieres leer en este preciso momento es La destrucción de los judíos europeos. Segunda parte".

El relato histórico de Zwein sobre esa Europa que le costaba entender está repleto de incisos en primera persona del presente de indicativo. Por ejemplo: "consulto la cita del párrafo anterior en un libro que está sacado de la Biblioteca Manuel Alvar, Calle de Azcona 42, Madrid, frente a la que hay un edificio ocupado por neonazis. La leo el 23 de mayo de 2016, el mismo día en que la extrema derecha austriaca ha estado a unos pocos votos de presidir el país". En su collage de párrafos se preocupa por la actualidad a la que se refería Kubrick. Denuncia el racismo sudafricano del Apartheid pero apunta a muchas otras direcciones que llegan a nuestros días. En última instancia escritor y director sabían que, más allá de un hecho histórico concreto, Auschwitz fue el ictus del racionalismo europeo y es, hoy, el pasado que no acaba de pasar porque, como apunta Arturo Lozano, su temporalidad es la del trauma. En esas estamos.

Swing frente al nazi nunca se llegó a empezar como guión cinematográfico. El proyecto en el que Kubrick se embarcó fue Aryan Papers, adaptación de la novela de Louis Begley Wartime Lies, que contaba el periplo de dos judíos polacos, tía y sobrino, para ocultar su identidad mediante los certificados de pureza racial que expedía la administración hitleriana. En un punto avanzado de la preproducción llegaron noticias de la puesta en marcha de La lista de Shindler. El proyecto de Spielberg hizo que Kubrick pospusiera su historia en favor de Inteligencia Artificial, que irónicamente acabaría dirigiendo Spielberg años después. Además, el mismo año en el que se estrenó La lista de Shindler también lo hizo Swing Kids, un largometraje cuyo mayor aliciente —por decir algo— es ver a Christian Bale en pantaloncitos cortos y vistiendo parafernalia nazi, pero que fue el que al final se metió de lleno en el tema para contar la historia de un grupo de aficionados al jazz en la Alemania de Hitler. En eso, casi nada, quedó cualquier imagen que pudiera haber pasado por la cabeza de Kubrick en relación al texto que nos ocupa.

Queda la duda de qué clásicos del swing habría elegido y cuál habría sido su destilado audiovisual. Dado que no vamos a ver esta historia a través de sus ojos, me permito un último inciso en primera persona y sugiero una adaptación en dos clicks: este cuadro de Felix Nussbaum, pintor asesinado en Auschwitz, mientras suena este tema que solapa su título con el original del libro (Tristesse de St.Louis: Swing Under the Nazis); y que vivan nuestros muertos.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento