Así ha retratado el cine (y las series) el terror psicológico de Shirley Jackson

Con motivo del estreno de 'Shirley', buceamos en la relación de la autora de 'La maldición de Hill House' con el audiovisual.
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"A mi heroína le pasa al final lo que a todas las chicas perdidas: se vuelve loca". Basta con esta frase pronunciada al final del tráiler de Shirley, y el modo triunfal en que la declama Elisabeth Moss, para deducir que Shirley Jackson ha sido llevada a la pantalla con fortuna. La película dirigida por Josephine Decker (disponible a partir del 13 de marzo en Filmin) propone asomarse a la vida íntima de la escritora, pero descarta hacerlo en un biopic al uso.

De hecho, el film de Decker se basa en una novela que Susan Scarf Merrell publicó en 2014, y que se amparaba en la obra de esta escritora californiana y los posteriores estudios sobre su figura para convertirla en la protagonista de una historia de terror. Eso sí, de terror equívoco, del que no eres capaz de discernir si todo forma parte exclusivamente de tu imaginación, aquí contemplado desde los ojos de un joven matrimonio que se aloja en la casa de Jackson.

Casa que la autora de La maldición de Hill House comparte con su marido Stanley Hyman (crítico literario), sus cuatro hijos y sus siete mascotas, y en la cual hubo de desarrollar penosamente su carrera, teniendo que lidiar con los compromisos domésticos y lo que la sociedad exigía de ella como mujer y madre. Pese a las dificultades en su ejecución (y a su brevedad), la obra de Jackson es tan deslumbrante e influyente como aterradora.

Shirley se postula como un homenaje original y retorcido que a buen seguro habría sido del agrado de la autora, pero dista de ser la única aproximación que el audiovisual ha realizado con la figura y pensamiento de Jackson. Hagamos un repaso de las veces que el cine y las series se asomaron a la perturbada mente de la escritora, y calibremos durante el camino la importancia de quien, en opinión de Stephen King, fue la gran autora de terror del siglo pasado.

Caos doméstico

La obra de Shirley Jackson se compone de seis novelas, un centenar de relatos, numerosos ensayos y varios escritos cotidianos centrados en la convivencia con sus hijos que ella misma apodó como fiction of domestic chaos, y fueron recopilados en volúmenes de títulos tan elocuentes como Life among the savages. Jackson, básicamente, escribía de lo que conocía. Y como lo que conocía era el encierro, la opresión y la amargura, escribía en consecuencia.

Su primer gran éxito sobrevino en 1948, cuando publicó un relato titulado La lotería en el New Yorker, y en los próximos meses recibió multitud de cartas de lectores escandalizados por el contenido de su narración. La lotería describía un terrorífico ritual desarrollado en un pueblo anónimo y reunía gran parte de la misantropía de Jackson, así como su desconfianza en cualquier colectividad, siempre susceptible a sus ojos de caer en el linchamiento.

Fue un relato tan controvertido entonces que el nombre de Jackson empezó a ser conocido a lo largo de EE.UU., proyectando una imagen pública que (con la "ayuda" de su marido Stanley) rápidamente opacada por lo huraño de su carácter, su incómoda excentricidad, e incluso unas supuestas prácticas de brujería. Paralelamente a esta fama, el medio audiovisual empezó a sentirse interesado por ella.

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La primera adaptación de La lotería tuvo lugar apenas dos años después de su controvertida publicación, dentro de un segmento en la antología de teatro filmado Cameo Theatre. Sin dejarse devorar por el fenómeno, Jackson siguió escribiendo hasta convertirse a lo largo de la década en una novelista de gran éxito comercial, siendo llevado su libro Nido de pájaro al cine en 1957.

La película tuvo por título Lizzie, dirigía Hugo Haas y protagonizaba Eleanor Parker. Se trataba de un film de escasos medios que sacaba provecho del minimalismo expresivo de Jackson, cuya estrecha relación con el aislamiento y la alienación había conducido en Nido de pájaro a la creación de Elizabeth, una mujer con trastorno de personalidad que tiene hasta tres identidades: Elizabeth, Lizzie y Beth.

Más allá del terror de cierta raigambre social que había cultivado en La lotería, Jackson demostraba aquí un gran talento para el retrato psicológico (y su posterior derrumbe), que en aquella época estaba a punto de vehicular su obra más ambiciosa. En 1959 publicó La maldición de Hill House irrumpiendo en el subgénero de las casas encantadas, del que cabía erigir a Henry James y su Otra vuelta de tuerca (1898) como punta de lanza, para cambiarlo por completo.

Hill House se inspiraba en las memorias de unos investigadores paranormales que habían caído en manos de Jackson, y que se habían internado en una casa supuestamente maldita como parte de una misión para la Sociedad de Investigación Psíquica. A la autora, como recogió luego su biógrafa Lenemaja Friedman, no le interesaba tanto la casa como el perfil de los investigadores.

"La historia no era la de una casa encantada, sino la de varias personas desorientadas y de sus diferentes motivaciones y pasados". A partir de este planteamiento escribió Hill House (la "gran novela sobrenatural del último siglo" según escribía el ya citado Stephen King en su ensayo Danza macabra): una historia de terror psicológico que dependía totalmente del punto de vista de su trastornada protagonista, Eleanor Vance.

Hill House fue tal éxito que no tardó en motivar una adaptación al cine, conocida en España como La mansión encantada. Dirigida por Robert Wise, constituye un clásico que no ha dejado de sumar adeptos desde su poco celebrado estreno en 1963, cuando solo fue visto como un exploitation de la formidable Suspense de Jack Clayton, estrenada dos años antes para adaptar, precisamente, Otra vuelta de tuerca.

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La mansión encantada no solo se beneficia de unas grandes actuaciones (con una Julie Harris que lo da todo en el papel de Eleanor), sino de una profunda comprensión del material de partida. El guion de Nelson Gidding sabe que cada elemento inquietante debe estar condicionado por la perspectiva de su protagonista, de ahí que la puesta en escena obedezca a un estado de conciencia alterado, primando la subjetividad e incluso la deformación del espacio físico.

Asistimos en este film, de hecho, a algo parecido a una adaptación perfecta por cómo sus artífices son conscientes de que traduciendo a Shirley Jackson no pueden limitarse a la literalidad: han de capturar su esencia macabra y dar con una sensibilidad estética que pueda canalizarla, respetando al mismo tiempo sus temas y sabiendo que los jumpscares han de ser lo de menos. Aunque alguno haya por ahí, y funcione la mar de bien.

Remakes y cabezas rodantes

Poco antes del estreno del film de Robert Wise, Jackson había publicado su última novela, considerada por muchos el mayor logro de todos. Siempre hemos vivido en el castillo llegó a las librerías en 1962, y tres años después Jackson moriría a la prematura edad de 48 años. En esta última historia dio a luz a uno de los grandes personajes de la literatura moderna, Merricat Blackwood, y terminó de decir todo lo que tenía que decir sobre lo mucho que le espantaba la sociedad.

El fallecimiento de Jackson estuvo rodeado de otras adaptaciones de sus relatos en series de TV como Lux Playhouse o Shoestring Theatre, pero para descubrir la siguiente gran obra relacionada con su escritura hemos de desplazarnos hacia el final de la década, cuando Larry Yust dirigió The Lottery. Que sí, se basaba en el relato más famoso de Jackson y en uno que ya había sido llevado con anterioridad al audiovisual, pero que se las apañaba para tener identidad propia.

Yust, realizador de género no excesivamente prolífico, tuvo el acierto en The Lottery de destinar su mayor esfuerzo a diseñar la atmósfera de la historia. De este modo, el horror que despertaba lo contado por La lotería se acogía a un in crescendo donde no había personajes, sino una muchedumbre vociferante viviendo en un escenario pesadillesco, pero inequívocamente rural y adscrito al folk horror que cuatro años después, en 1971, estallaría con El hombre de mimbre de Robin Hardy.

El concepto visual de The Lottery impactó tanto en su momento que con el transcurso de las décadas puede ser fácilmente rastreado en la Midsommar de Ari Aster, demostrando en el momento de su lanzamiento que el imaginario de Shirley Jackson iba a sobrevivir durante mucho tiempo a su autora. Hasta el punto de transmutarse y dar pie a propuestas cada vez más diferentes, incluso sacrílegas.

En 1981 Joanne Woodward dirigió Come Along With Me para otra antología, American Playhouse. Protagonizaba Estelle Parsons y se basaba en una novela  inconclusa, titulada provisionalmente Deja que te cuente. La narración, centrada en una amistad femenina mucho menos inquietante que la descrita en Siempre hemos vivido... (pero igualmente jugosa a efectos discursivos), daba pie a un producto amigable y luminoso, sin mucho que ver con la filmografía previa.

Por otro lado, La lotería volvió a ser adaptada al audiovisual para enganchar al público a un telefilm de 1996 (El sorteo), protagonizado por Keri Russell y teniendo poco que ver en realidad con el relato original. Un año después la literatura de Jackson dio el salto a Europa, cuando su relato El bus fue convertido en el film húngaro Hosszu Alkony (Long Twilight), dirigida por Attila Janisch.

En todo este tiempo Steven Spielberg había intentado sacar adelante su propia versión de La maldición de Hill House (habiendo conseguido quitarse la espinilla ligeramente gracias a trabajar en la Poltergeist de 1982), pero sus dificultades para materializar el proyecto dejaron vía libre a Jan de Bont, que estrenó The Haunting (La guarida) en 1999. Una película que, bueno, no estaba demasiado bien.

The Haunting se planteaba como un remake de La mansión encantada de 1963 adaptándolo a las dinámicas blockbuster de los 90: esto es, limitando la introspección psicológica, aumentando la violencia y metiendo CGI a tutiplén. Sus presupuestos, desde luego, no contemplaban repensar la obra de Robert Wise o el modo en que Shirley Jackson la había modulado, prefiriendo dar pie a un entretenimiento idiota, casi slasher, con unos cuantos actores guapos.

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Desde ese punto de vista entra dentro de lo posible que alguien la disfrutara en su estreno a finales de los 90, sobre todo gracias a la recordada (y divertidísima) muerte de Owen Wilson. Si alguien esperaba una buena adaptación de Jackson hubiera hecho mejor en salir por patas, y librarse de asistir a la mayor traición a la novela de la autora: y es que, en la Hill House de los noventa, era la casa quien mataba directamente a los huéspedes.

Cualquier ambigüedad fue dejada de lado, en efecto, y las críticas demoledoras que recibió la película protagonizada por Catherine Zeta-Jones y Liam Neeson pugnaron por asfixiar el arraigo de Shirley Jackson en el terror contemporáneo. Afortunadamente, con la llegada del siglo XXI asistimos a una suerte de revalorización de su figura, que nos ha conducido directamente a la Shirley que ahora protagoniza Elisabeth Moss.

Una justa consagración

En los años siguientes tuvimos más cortometrajes basados en La lotería, algún otro que quiso buscarse un referente nuevo (como el que dirigió Gretchen Almoughraby en 2012 basándose en El amante demoníaco, por título June), e incluso una adaptación musical de Siempre hemos vivido en el castillo, representada en el Yale Repertory Theatre en 2010. Ninguna de estas adaptaciones, claro, alcanzó el reconocimiento de La maldición de Hill House en Netflix.

Podemos responsabilizar fácilmente a Mike Flanagan de la nueva fiebre por Shirley Jackson que se ha despertado en el audiovisual, aunque lo suyo sería hacerlo con cierta prudencia. Más que nada, porque la serie de Netflix (que continuó como La maldición de Bly Manor adaptando la ya citada dos veces Otra vuelta de tuerca) es más un pastiche de las obsesiones de su director y guionista que una adaptación fidedigna.

Las diferencias entre la serie y la novela son enormes, empezando por el propio argumento. Desarrollada a través de dos líneas temporales, Flanagan cuenta la historia de la familia Crain, que en el pasado vivió en Hill House y sufrió una serie de traumas que se han prolongado hasta la actualidad. Tal y como se señaló en su momento (y Flanagan ya había experimentado con Oculus: El espejo del mal), este entramado olía más a Stephen King que a Jackson.

La relación de Flanagan con el escritor de Maine nos ha deparado grandes regalos a sus seguidores (de El juego de Gerald a Doctor Sueño) pero es curiosamente en La maldición de Hill House donde esta ha conducido a sus puntos más emotivos e interesantes. En la serie de Netflix, por sintetizarlo de algún modo, Flanagan combina la ambiciosa narrativa de una novela como It con el universo iconográfico/existencial de Jackson. El resultado es simple y llanamente magnífico.

La maldición de Hill House ofrece una especie de juego mitómano para los conocedores de la escritora californiana, diseminando alegremente nombres y personajes del libro original, pero sobre todo se marca una hazaña interesantísima en lo que se refiere a conciliar dos imaginarios tan antitéticos como suponen los de King y Jackson. Uno, un férreo humanista. Otra, una pesimista recalcitrante, con poca o ninguna fe en el ser humano en tanto a animal gregario.

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La serie ofrece una relectura de La maldición de Hill House capaz de regalar finales felices aunque sus criaturas hayan hecho numerosos méritos para no merecerlo y, por tanto, también puede ser considerada una traición a los designios de Jackson. De hecho, hay quien ha querido ver en esta serie una falta de respeto a la memoria de una escritora ya lo suficientemente invisibilizada, y aunque este argumento tenga legitimidad de sobra... lo cierto es que hay desplantes peores.

Casi al mismo tiempo que La maldición de Hill House fue puesta en marcha la primera película basada en Siempre hemos vivido en el castillo. Dirigida por Stacie Passon y con un reparto formado por Taissa Farmiga, Alexandra Daddario, Crispin Glover y el Soldado de Invierno Sebastian Stan, no llegó a estrenarse en España y a estas alturas (con pandemia o sin ella) es poco probable que lo haga.

We Have Always Lived in the Castle supone una adaptación fiel, lindando lo temeroso, de la novela magna de Jackson. A su favor cuenta que seguir a ciegas una historia tan rotundamente buena es una estrategia prudente, y que Glover ha nacido para interpretar papeles como los del tío Julian: aristócrata de salud mental escasa que vive obsesivamente en el pasado y comparte hogar con Merricat (Farmiga) y su hermana Constance (Daddario).

A partir de ahí finalizan las virtudes, ya que dirección y guion se muestran incapaces de aprehender el potencial perturbador de la historia de Jackson, careciendo de la cuidada abstracción que poseían las obras de Wise, Yust o, sin ir más lejos, Flanagan. Bien al contrario, el tratamiento peca de superficial (desesperado por apartarse de cualquier escenario moral ligeramente equívoco), y se marca una dolorosa escabechina con el personaje de Merricat: antaño fascinante y magnético, ahora lastimoso.

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No es la adaptación que un libro totémico como Siempre hemos vivido en el castillo merecía, pero al menos sirve como síntoma de un interés recuperado por parte del cine hacia la obra de Jackson. Queda esperar, ahora, que Shirley sea capaz de retener el embrujo y contribuya a aumentar el interés del público por esta escritora inagotable, imprescindible y, ante todo, perversa.

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