Así fue el verdadero ‘Fotógrafo de Mauthausen’

Acudimos a una proyección de la película protagonizada por Mario Casas con el historiador Benito Bermejo, uno de los mayores expertos en Francisco Boix
Así fue el verdadero ‘Fotógrafo de Mauthausen’
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Así fue el verdadero ‘Fotógrafo de Mauthausen’

“¿Ha conocido usted a una persona llamada Francisco Boix?”, le pregunta mi tío a Hermann Schinlauer, exmiembro de las SS destinado durante varios años en Mauthausen. “Claro que sí. ¿Cómo iba a olvidarme de Franz?”, responde el antiguo nazi en el salón de su casa de Genthin sobre un pasado que no ha contado nunca a nadie, ni a sus hijos ni a sus amistades ni a su esposa, a la que conoció poco después de salir del campo de concentración. Mi tío, el historiador Benito Bermejo que unos años después desenmascararía al falso superviviente de Mauthausen Enric Marco, se convierte así, de refilón, en el primer confidente del oscuro secreto de Schinlauer, pero su objetivo entonces era otro: saber quién fue Francisco Boix. Tal y como cuenta en las primeras páginas de su libro El fotógrafo del horror (Ed. RBA), mi tío había conocido el nombre de Boix diez años antes en Toulouse, cuando el exiliado Enrique Tapia le había hablado de “aquel testigo en el proceso de Nuremberg” que había conseguido sacar del campo de concentración un buen surtido de imágenes hechas por oficiales de las SS. Actualmente en cartel, El fotógrafo de Mauthausen, dirigida por Mar Targarona y protagonizada por Mario Casas, recrea tal hazaña.

Así fue el verdadero ‘Fotógrafo de Mauthausen’

Mauthausen, en Austria, fue el campo de concentración donde hubo más españoles. Por él pasaron unos 200.000 presos de todas las nacionalidades de los cuales murieron 100.000. Francisco Boix (Barcelona, 1920), que se había exiliado a Francia durante la guerra civil, llegó allí en 1941 en una expedición de 1506 republicanos españoles tras ser hecho prisionero por los alemanes. Su afición a la fotografía lo convirtió en un candidato idóneo para el Erkennungsdienst, un laboratorio fotográfico destinado a los retratos policiales de indentificación de presos. Trabajando allí, Boix logró esconder y salvar al menos 1000 fotografías, 200 disparadas por él mismo tras la liberación del campo y 800 hechas por los oficiales de las SS durante el cautiverio. “Aparte de esos negativos originales, hay unas 300 de las que tenemos los positivos pero nadie sabe donde están los negativos. Muchas tienen anotaciones de Boix –explica Benito Bermejo–. Además de eso, Boix cuenta en el proceso de Dachau, un mes después de Nuremberg, que escondió unas 20.000 fotografías y que, en el tiempo que estuvo allí, se hicieron 60.000. Boix murió en el 51 sin que se supiese que fue de aquellas fotografías”. En cualquier caso, esas otras 1000 que sí conocemos fueron cruciales como pruebas documentales tanto en los procesos de Dachau como de Nuremberg y la historia de cómo Boix los sacó del campo de concentración es lo que cuenta El fotógrafo de Mauthausen.

Así fue el verdadero ‘Fotógrafo de Mauthausen’

Desinfección general en Mauthausen. @Archiv der Gedenkstätte Mauthausen (Viena).

“¿Hasta qué punto es una recreación fidedigna?”, le pregunto a mi tío cuando salimos de ver la película. Benito Bermejo contesta: “Hay muchas cosas que son una verdadera reconstrucción arqueológica. Es una pena que muchos detalles que son reales vayan a pasar desapercibidos”. Algunos que me comenta después de la proyección son tan increíbles que parecen fruto de la imaginación de Roger Danès y Alfred Pérez Fargas, guionistas de El fotógrafo de Mauthausen. Por ejemplo, esa secuencia en la que Boix (Mario Casas) charla con un preso judío aquejado de acondroplasia (Emilio Gavira) al que los SS le han encargado fotografiar. “En la película dicen que era austríaco pero realmente era holandés, respondía a las siglas A. K. y era profesor de lenguas –explica mi tío–. Incluso esa conversación tan curiosa que tienen, cuando el fotografiado le cuenta a Boix que tiene sus ventajas ser como él porque los SS le han llevado al burdel, tiene algo de real. Efectivamente, en alguno de los procesos judiciales se llega a afirmar que, dentro de los experimentos a los que le sometieron, estaba el de llevarle al burdel del campo”. Lamentablemente, dicha experimentación terminó, como sugiere la película, con el asesinato de A. K. Así lo demuestra una de las fotografías que se salvaron gracias a Boix en la que se puede ver su esqueleto conservado.

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Mujeres en Mauthausen tras la liberación (Boix) @ Gedenkstätte Mauthausen.

Otra secuencia de El fotógrafo de Mauthausen que me impacta muestra a un grupo de presos representando una obra de teatro para los nazis, algo que, según me explica mi tío, “está presente en el relato de los supervivientes, esas representaciones que hacían para los presos pero a las que también acudían los oficiales y sus familias”. Son esas secuencias en las que se retrata la vida cotidiana del campo de concentración, las relaciones entre presos y carceleros, las que más inverosímiles resultan a primera vista en la película, pero cuando las repasamos a la salida del cine casi todas tienen un fundamento histórico en el que basarse. Tan ciertas son esas obras de teatro que muestra la película como las partidas de ajedrez, las orquestas y las bandas musicales que existieron. “La rondalla de Mauthausen es un relato sobre esto mismo –recuerda mi tío–. Los presos se las apañaban para construir instrumentos porque había carpintería y cuerdas, pero faltaban clavijas. Boix, por ejemplo, consiguió que le trajesen clavijas de fuera”. Un relato que también pone de manifiesto el contrabando que existía en Mauthausen y del que da buena cuenta la película. “Los presos les hacían trabajos privados a los SS. Estos no les pagaban con dinero sino con determinados favores, con frecuencia suministrando algo imposible de conseguir para alguien preso en el campo”.

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La gran escalera de la cantera de Mauthausen. @ Archiv der Gedenkstätte Mauthausen (Viena).

Otra de las cuestiones que me llama la atención de El fotógrafo de Mauthausen es el mantra repetido una y otra vez por los personajes presos de que España los había abandonado allí a su suerte. Y, tal como se explica en el libro de El fotógrafo de Mauthausen, varias pruebas documentales acreditan que el gobierno español tuvo conocimiento del envío a campos de concentración de los prisioneros republicanos. Una de ellas, sin ir más lejos, da cuenta de alguna liberación puntual. “Si podían llevar a cabo los trámites de reclamar a un preso podían hacerlo con todos los demás”, añade mi tío que considera que la película refleja bien ese abandono. Pero, ¿por qué habían sido internados los republicanos españoles en campos de concentración? Sigue siendo una incógnita. “Se supone que los que acababan en un campo de concentración era porque habían sido combatientes en la guerra civil. Pero entre los presos encontramos personas que por su edad nunca pudieron tomar parte en la guerra porque en 1936 eran niños (alguno tenía 10 años en 1936, catorce al entrar en Mauthausen) o ya, en el extremo opuesto, de edad muy avanzada”, cuenta mi tío.

Esto conecta con una de las subtramas de El fotógrafo de Mauthausen en la que unos presos españoles son enviados a trabajar a una empresa en el pueblo perteneciente a la familia Poschacher, una práctica poco habitual en los campos de concentración. “Podría ser una forma de curarse en salud convirtiéndoles en trabajadores civiles”, explica mi tío sobre esta suma de ilegalidades. Por un lado, que con los españoles no se respetasen las convenciones de Ginebra sobre el trato a los prisioneros de guerra y, por otro, que se internase a menores de edad. “De eso tuvo constancia el Gobierno de Franco, que optó por omitir el deber de protección al que estaba obligado”, añade. Pero, volviendo a esos presos que trabajaban para los Poschacher, explica mi tío, “lo que cuenta la película es más o menos cierto. El paquete que le dan a la señora y que esta esconde en un muro de su casa existió. El chico al que Mario Casas cuida está inspirado en Jacinto Cortés, que perdió en Mauthausen a su padre y a su hermano mayor, mutilado de una pierna en España, y que fue uno de esos presos que pasó a trabajar para los Poschacher. Boix le confió el paquetito de negativos y este se lo pasó a la señora Pointner, vecina de la cantera Poschacher –y no ama de llaves, como en la película– donde los chicos trabajaron durante casi dos años”.

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Presos jugando al ajedrez. @ Archiv der Gedenkstätte Mauthausen (Viena). Donación familia de Mariano Constante.

No es el único personaje basado en una persona real. Valbuena, el compañero de Boix en el laboratorio fotográfico y al que da vida Alain Hernández, está inspirado en Antonio García, que en una carta dirigida a Mariano Constante, ya a finales de los años setenta, más de un cuarto de siglo después de la muerte de Boix, describió al fotógrafo como “un irresponsable, un intrigante y un chivato”. Nunca sabremos cómo fue Francisco Boix realmente, pero, según Benito Bermejo, ¿le hace justicia la interpretación de Mario Casas? “Boix tuvo que ser un tipo muy simpático, más cándido y con un punto más payaso que en la película. Y llegado el momento, atrevido, hasta ser tildado de temerario. Se ganó el aprecio de muchos de sus compañeros, aunque también es cierto que no de todos”.

Francisco Boix @ Archiv der Gedenkstätte Mauthausen (Viena).

También el oficial de las SS que dirige el laboratorio fotográfico, interpretado en el filme por Richard van Weyden, tiene un pie en la realidad. Aunque en la película se refieren a él como Paul Ricken, su personaje condensa al Ricken real con Schinlauer, SS destinado allí el último año y a quien Benito Bermejo entrevistó muchos años después en Alemania. “Está bien la ambivalencia con la que se retrata a Ricken en la película. Por un lado, era un profesor de arte, hombre sensible, acompañado de su colección de libros de arte incluso en Mauthausen. Y por otro, se hacía autorretratos como si fuera uno de los presos muertos en el campo. En 1945, como jefe del subcampo de Leibnitz-Graz, no tuvo reparos en mandar eliminar a los presos que no podían ser evacuados caminando, lo cual le costó una condena a cadena perpetua en un proceso como criminal de guerra”.

Menos presencia tiene en El fotógrafo de Mauthausen Franz Ziereis, el jefe del campo de concentración, que acabó colgando de una alambrada como recrea el filme en el momento de la liberación. ¿Era tan cruel y brutal este personaje en la vida real como para que en la película se le retrate animando a su hijo, un niño de unos ocho años, a disparar a presos del campo de concentración? Mi tío responde con un recuerdo de cuando visitó a Schinlauer, el antiguo SS, en el salón de su casa de Genthin: “En un momento de mi conversación con Sinchlauer dije que Ziereis había sido promovido (en alemán, “promoviert”). Él me contestó: ‘No diga promovido (“promoviert”), porque eso suena a honores académicos. Diga mejor nombrado (“gennant”). Estamos hablando de una bestia”.

El fotógrafo de Mauthausen está en cartel.

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