20 aniversario de 'Star Wars: La amenaza fantasma': No todo fue tan malo

Un niño que quería volar alto, dos Jedi y una joven reina contra la Federación del Comercio. George Lucas regresaba hace dos décadas a la Galaxia, Muy, Muy Lejana.
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“ES COMO SI OBI-WAN KENOBI fuera a desvelar una cura secreta para acabar con el cáncer cuando la película se estrene”. CNN se refirió en estos términos a la histeria colectiva que había provocado el estreno de La amenaza fantasma en la población estadounidense. Aún quedaban unos meses para ver en gran pantalla el primer capítulo de la nueva trilogía galáctica, pero los fans ya acampaban fuera de los cines para ver su primer teaser (¡primer teaser!), que acompañaba a ¿Conoces a Joe Black?.

El canal recogía testimonios  de seguidores que hasta compraron la entrada solo por el adelanto y abandonaron la sala sin ver a Brad Pitt. Las expectativas podían parecer desmesuradas, pero también estaban justificadas. 16 años después de El retorno del Jedi, George Lucas por fin cumplía con su promesa de regresar a la Galaxia Muy, Muy Lejana con tres precuelas sobre el origen de Darth Vader. O, más bien, de Anakin Skywalker, un pequeño esclavo de Tatooine, aspirante a piloto, que, en lo que duraran estas tres producciones, terminaría sucumbiendo al Lado Oscuro.

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Pero vayamos por partes, que las cosas del espacio van despacio y no fue fácil para Lucas reabrir este proyecto que tantas úlceras prometía causarle. A finales de los 80, “quemado” de maquetas de nave espacial y de combinar letras y números para nombrar droides, el creador había cancelado los planes de aquellas precuelas que llevaban rondando su mente desde que se le fuera la mano con la suma de páginas del guion de Una nueva esperanza.

Pero algo cambió a principios de la década siguiente, y no fueron sus ansias irrefrenables por reencontrarse con los Skywalker, ni esa fiebre warsie que seguía captando adeptos gracias al merchandising friki, los cómics de Dark Horse o novelas como la trilogía Thrawn, de Timothy Zahn. Lo que realmente animó a George a revivir la taquillera franquicia fueron los avances tecnológicos que se estaban produciendo en la industria, sobre todo en lo referente al CGI. La semilla estaba plantada, ahora solo quedaba hacer florecer una película a la altura de sus predecesoras...

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"Siente, no pienses, usa tu instinto"

“Lo primero que hice fue escribir unos borradores de las tres precuelas en los que se trataba el ascenso de Darth Vader”, recordaba

Lucas en una entrevista. Sobre la primera de ellas recaía la responsabilidad de fidelizar al público con una nueva historia. ¿Y cuál fue el germen de ese arranque? El siguiente planteamiento: “Anakin necesita una madre, Obi-Wan un maestro, Darth Sidious un aprendiz. Sin todos estos elementos, no habría drama. Así que hay que jugar con esos elementos”.

La idea se tradujo en la historia de dos Jedi y una joven reina que, en pleno conflicto comercial interplanetario, se cruzaban con un niño al que le salía la Fuerza por los poros.

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Una vez completado el guion del primer filme, que en un principio iba a llamarse The Beginning, el bueno de George, más interesado en pasárselo pipa (o todo lo pipa que sabe pasárselo él) jugando con el aspecto visual de la producción y la tecnología digital, comenzó a formar el equipo con el que pretendía hacer historia del cine.

El director de arte Doug Chiang diseñaría los escenarios principales de la película (Naboo, Coruscant y Tatooine), más próximos a la realidad, a excepción de la modernista Otoh Gunga. En cuanto a la concepción de nuevas criaturas como Jar Jar Binks, la tarea correría a cargo de Terryl Whitlatch, mientras que Trisha Biggar idearía un vestuario de inspiración oriental. John Williams volvería a componer la banda sonora y el especialista Nick Gillard tendría que coreografiar las peleas de forma que fueran “casi como las de los samuráis de Kurosawa”, recordaría.

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En cuanto a los protagonistas, bastó con convertir a la niña de El profesional (León) en la reina Amidala (Natalie Portman), a Renton de Trainspotting en el padawan Obi-Wan Kenobi (Ewan McGregor fue el gran acierto de casting, aunque Lucas no lo pensaba cuando el escocés se ponía a imitar el sonido de los sables de luz durante las escenas de lucha) y al niño más adorable sobre la faz de la tierra en Anakin Skywalker (Jake Lloyd).

Entre las doncellas de Padmé, se escondían Sofia Coppola y una jovencísima Keira Knightley, que hacía las veces de reina. Con tanto nombre propio, a Qui-Gon Jinn (Liam Neeson) le tocó poner orden en pantalla. Detrás de ella, el ideólogo de todo esto buscaba director, pero tras la negativa de Steven Spielberg y Ron Howard, no tuvo más remedio que sentarse él mismo en esa silla. Como homenaje (o venganza), se llevó a dos personajes icónicos de sus amigos: E.T., presente en el Senado Galáctico, y Willow, vitoreando en la carrera de vainas.

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Rodada en verano de 1997 entre los estudios Leavesden, en Inglaterra, y el desierto de Túnez, lo más arduo fue coordinar al equipo de efectos especiales, que contaba con tres supervisores: John Knoll se encargó de la carrera de vainas y las secuencias de batallas espaciales; Dennis Murano, de las escenas submarinas y los enfrentamientos en tierra; y Scott Squires, de las espadas de luz. Tres meses de rodaje y un año de postproducción más tarde (los ruiditos de McGregor eran difíciles de eliminar), La amenaza fantasma era una realidad.

Las mieles del odio

Durante las entrevistas promocionales, miembros del equipo recordaban la tormenta de arena que destruyó parte del decorado mientras rodaban en Túnez. Sorprendentemente para todos los allí presentes, George Lucas, lejos de agobiarse, sonrió: había pasado lo mismo con Una nueva esperanza y le trajo suerte, les contó. Esta vez, la tormenta de arena también arrastró consigo un éxito indiscutible en taquilla (recaudó casi 1.000 millones de dólares en todo el mundo), pero no de crítica.

El 19 de mayo de 1999, La amenaza fantasma se estrenaba con una alfombra roja por la que pasaron Kevin Spacey, Donald Trump, Macaulay Culkin y Melanie Griffith, entre otros. Según relataba The Wall Street Journal, varias empresas estadounidenses cerraron ese día para que sus trabajadores pudieran ir a ver la nueva aventura galáctica de Lucasfilm. Las expectativas eran altas y millones de personas acudieron en masa a las salas aquel primer fin de semana. Sin embargo, los especialistas no tardaron en tacharla como “la peor película de Star Wars que vas a ver” (en CINEMANÍA fuimos más benévolos, describiendo el filme como “el regalo carísimo y sofisticado que Lucas le hace a los críos de fin de siglo”).

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Para colmo de males, a finales de los 90 internet había llegado a los hogares de EE UU y los usuarios no tardaron en difundir sus opiniones negativas, provocando así una reacción en cadena inimaginable unos años antes. El propio Lucas criticó a los medios yanquis por hacerse eco de esas valoraciones. La viralidad jugó en contra de La amenaza fantasma, antes incluso de que supiéramos qué significaba ‘viral’.

Entre los aspectos más odiados se repetían el tono infantiloide, los midiclorianos y ese Jar Jar Binks (ojo, estuvo a punto de interpretarlo Michael Jackson), descrito por los críticos como “un alivio cómico sin gracia”. 20 años después, el Episodio I sigue siendo una de las películas peor valoradas de la saga, aunque también le han salido defensores que aún se preguntan a qué vino ese odio. Natalie Portman tiene probablemente la clave: “Fue un chasco porque la gente pasó de estar muy emocionada a enfadarse. Pero cuando algo crea tantas expectativas al final solo puede decepcionar”.

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