12 películas con amores de verano

Empezaron tan calientes como agosto, pero cuando llegó septiembre nos dejaron llorando por las esquinas. Recordamos nuestros rolletes estivales de cabecera.
12 películas con amores de verano
12 películas con amores de verano
12 películas con amores de verano

Ya lo cantaba el Dúo Dinámico: "El final del verano llegó, y tú partirás (ratataplam, ratataplam)". Esta canción, que el público español de cierta edad se sabe de memoria (entre otras cosas, porque salía en el último capítulo de Verano azul) nos sirve para recordar un tópico muy habitual en las películas de ambientación estival: esos romances que la imaginación popular, y la de Hollywood, suelen definir como asociados a la juventud y a las primeras experiencias, muy intensos y, sobre todo, muy fugaces.

Ya que estamos en el último día de agosto, que los exámenes de recuperación están a la vuelta de la esquina y que toca abandonar la playa o montaña para volver a la residencia habitual, te ofrecemos una lista de películas cuyos amoríos siguen esos cánones. Con ellas, seguro que te repondrás rápido de ese rollete que tan prometedor parecía hace un mes, y que ahora te tiene llorando por las esquinas.

Verano del 42 (Robert Mulligan, 1971)

La primera película por antonomasia sobre rolletes veraniegos (de la segunda hablamos en un rato) demuestra que las hormonas no descansan ni siquiera en tiempos de guerra. Medio año después del bombardeo de Pearl Harbor, el joven Jerry Houser conoce a Jennifer O'Neil, solitaria esposa de un piloto militar. Las ganas de estrenarse del adolescente colisionan con los anhelos de la veinteañera, y como resultado queda un 'sí es, no es' con trasfondo trágico, pero tan arrebatador como la oscarizada banda sonora de Michel Legrand.

Grease (Randal Kleiser, 1978)

Efectivamente: cuando hablamos de otro filme que definió el concepto de amorío estival nos referimos a este. Porque, amén de consagrar a Olivia Newton-John como sex symbol australiano, y de revalidar los laureles engominados de John Travolta como rey de los bailones tras Fiebre del sábado noche, la epopeya de Danny Zucco y Sandy Olsen cuenta con una canción titulada Summer Nights (equivalente a un curso acelerado de dinámicas de género) como hito de su gloriosa banda sonora. Pero, ojo: Grease no versa sobre el rollete propiamente dicho, sino sobre sus consecuencias, cuando un reencuentro inesperado hace que ella descubra que el chico de sus amores es un crápula necesitado de un escarmiento urgente.

Faldas revoltosas (R. F. Maxwell, 1980)

Un año después de que Los albóndigas nos demostrasen que los campamentos de verano pueden ser un campo abonado para el vicio, esta comedia ofreció la versión femenina del asunto: en lugar de a un Bill Murray monitor y salidorro, aquí tenemos a las adolescentes Tatum O'Neal (la pija) y Kristy McNichol (la choni) compitiendo deportivamente por ver cuál de las dos pierde antes el virgo durante las vacaciones. Tatum acabará armando la marimorena por acechar a Armand Assante, mientras que su rival se enamorará nada menos que del entonces melenudo Matt Dillon, volviéndose una romanticona en el proceso.

Pauline en la playa (Eric Rohmer, 1981)

¿Quién dijo que los amores de verano eran cosa exclusiva del cine de Hollywood? No, señor: el poder afrodisíaco de la canícula es tal que incluso un puritano como Rohmer puede ceder ante él... Aunque, claro está, a su estilo. Mientras su tía, la muy neumática Arielle Dombasle, se dedica a pendonear con los surfistas en la costa de Normandía, la quinceañera Amanda Langlet no sabe si perseverar en su amor por un chaval algo inocentón o dejarse corromper por el madurito y cínico Fiodor Atkine. El cual, para colmo, se ha beneficiado a la pariente. Lo dicho, muy francés y muy intelectual todo.

Un amor de verano (R. Kleiser, 1982)

Mientras en España celebrábamos el mundial del Naranjito, el director de Grease demostraba que lo suyo con el sexo veraniego era como para hacérselo mirar. Porque, tras enredar a Brooke Shields y al peloestropajo Christopher Atkins en el affaire edénico de El lago azul (sí, esa también es suya), Kleiser decidió rizar el rizo montando un menáge á trois playero y vacacional entre Peter Gallagher, la francesa Valérie Quennesen y la mismísima Daryl Hannah. Ahora bien: pese a su propuesta erótico-festiva ambientada en las islas del Egeo, la película no cayó nada bien en la taquilla. Y, para colmo, a nuestro país llegó en noviembre.

Dirty Dancing (Emile Ardolino, 1987)

Puede que Patrick Swayze y su beibi Jennifer Grey se llevasen a matar entre bastidores, pero el mito queda ahí. Porque la pareja desarrolló tal química ante la cámara y en las coreografías de Kenny Ortega (futuro responsable de High School Musical) que consagró como clásico del cine romántico una película bastante turbia, con clasismo, conservadurismo e incluso un aborto clandestino como parte de su telón de fondo. El rollete entre la niña de papá y el profe de baile ha aguantado tan bien los años que incluso le perdonamos una banda sonora extremadamente ochentera... Pese a desarrollarse en 1963.

Mi chica (Howard Zieff, 1991)

Atención, lectores, porque aquí no sólo tenemos un amor veraniego, sino dos. Por un lado, el viudo inconsolable Dan Aykroyd (funerario de profesión) demuestra que no lo es tanto cuando la maquilladora de cadáveres Jamie Lee Curtis se le pone a tiro. Por otro, su hija (Anna Chlumsky) divide su tiempo entre intentos de romper la incipiente relación y un despertar sentimental prepúber con Macaulay Culkin. A base de ambientación nostálgica y música de los Temptations, la película se las apañó para romper muchos corazones, y para provocar muchos ataques de pánico ante la mera visión de una abeja.

La familia Addams: La tradición continúa (Barry Sonnenfeld, 1993)

Entre las muchas satisfacciones (siniestras) que nos deparó esta secuela (tenebrosa) se halló la de descubrir que en el negro corazón de Miércoles (Christina Ricci) también había sitio para el romance. Cuando, por culpa de la cazadotes Joan Cusack, se vea encerrada en un campamento tan soleado y risueño que parece el infierno en la Tierra, la peque sentirá palpitar su corazón por un tímido y adorable gafotas (David Krumholtz) a quien parece importarle menos de lo debido que el primer amor de su vida tenga aficiones tales que disfrazarse de Pocahontas y quemar vivas a las compañeras repipis.

Antes del amanecer (Richard Linklater, 1995)

Ni Reservoir Dogs, ni gaitas: si un filme conquistó para las filas del cine independiente (o así) a toda una generación de espectadores noventeros, ese fue el que nos mostró a Ethan Hawke y Julie Delpy materializando su amorío veraniego en las calles de Praga. El resultado del romance fueron nada menos que dos secuelas (la última, Antes del anochecer, de este mismo año), cada una con su propia franja horaria, y un aumento desmedido en el contingente de universitarios que hacían Interrail rumbo a la República Checa.

Krámpack (Cesc Gay, 2000)

Entramos en el siglo XXI señalando que, aunque el cine suela olvidarse de ello, los rolletes veraniegos no son exclusivamente heterosexuales. Y, aunque la química entre Jordi Vilches y Fernando Ramallo no fuese para tirar cohetes, esta película española nos lo enseñó en su día: el primero está seguro de que le gustan las chicas, mientras que el segundo padece un problema describible, casi literealmente, como "tener la picha hecha un lío" (y así lo comprueba Chisco Amado, madurito interesante). Pero, eso sí, que nadie les quite las sesiones de frotamiento mútuo que dan título a la cinta.

El diario de Noa (Nick Cassavetes, 2004)

Toca constatar una realidad inevitable: en una lista de películas románticas, sin importar la estación del año, tiene que haber hueco para la adaptación de una novela de Nicholas Sparks. Y, aunque La última canción y Querido John demuestren que a este autor de best sellers filmables le gusta lo suyo el verano, nosotros nos quedamos con El diario de Noa por reunir innumerables méritos: desarrollo trágico a través de los años y el siempre socorrido recurso a las diferencias sociales como obstáculo entre los amantes. Bueno, y también porque Ryan Gosling es mucho Ryan Gosling, a qué mentir.

Adventureland (Greg Mottola, 2009)

Pregunta: ¿existe una película capaz de hacer que la Bella de Crepúsculo y el Zuckerberg de La red social nos resulten simpáticos, e incluso nos caigan bien? La respuesta es "sí", y su responsable fue el director de Supersalidos. Claro que, si nos ponemos, la pareja protagonista es lo menos importante de Adventureland: el decadente (y delirante) parque de atracciones regentado por Kristen Wiig y Bill Hader es terreno abonado para el surrealismo cotidiano, las aventuras cerca de casa y los secundarios tan impagables como ese Ryan Reynolds que parece llevar tatuadas en la frente las palabras "prometo hasta que la meto". La mezcolanza de todos estos ingredientes dio lugar a uno de los filmes más entrañables de la década pasada.

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