10 años de 'Infiltrados': ¿la mejor película de Scorsese?

La única película de Marty premiada por la Academia cumple una década y así le han sentado los años.
10 años de 'Infiltrados': ¿la mejor película de Scorsese?
10 años de 'Infiltrados': ¿la mejor película de Scorsese?
10 años de 'Infiltrados': ¿la mejor película de Scorsese?

Estamos en la gala de los Premios Oscar de 2007. Francis Ford Coppola, Steven Spielberg y George Lucas suben al escenario del Kodak Theatre. Un guiño descarado, todo el mundo sabe ya qué nombre van a pronunciar cuando abran el sobre de Mejor Director.

¡MARTIN SCORSESE!

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Aplausos.

Marty sube al escenario. Está radiante. Feliz de que sus colegas le brinden una estatuilla que se le ha resistido décadas a pesar de ser él, el director más influyente (o uno de ellos) del Nuevo Hollywood.

Le dan el Oscar por Infiltrados. Una película que adapta un éxito japonés sobre dos Infiltrados. Un mafioso que trabaja en la policía. Un policía que trabaja en la mafia. “Infiltrados es mi única película con guión”, dice Scorsese, orgullosísimo… Fue como una cuchillada, el tipo que ha rodado Taxi Driver, Toro Salvaje, Uno de los nuestros o La edad de la inocencia destaca Infiltrados, una película que es un remake. Esta fue la traición de Martin Scorsese. Y cómo dolió.

Pensemos un momento en el personaje de Matt Damon. Desde pequeño este chico listo de barrio siempre quiso ser un gangster y ese megalómano de Costello, interpretado por el no menos vanidoso Jack Nicholson, convertido en el dios de los bajos fondos de Boston le acuna y le convierte en policía. Una rata. Un gangster infiltrado con un expediente impoluto que comienza a medrar apoyándose en la traición. Al final solo necesita esconder un par de cadáveres y conseguir el preciado reconocimiento de un departamento de policía confuso y en descomposición.

Precisamente eso fue lo que hizo Martin Scorsese, enterrar un par de cadáveres para conseguir el aplauso de los académicos.

La Mentira

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Aquí trabajamos con la mentira. Pero no nos mentimos a nosotros mismos.

Martin Sheen y Mark Wahlberg lo dicen al principio de la película cuando le cuentan a Leonardo DiCaprio los planes que tienen para su personaje. La auténtica víctima del filme. El policía que debe perder su identidad y olvidarse de tener una vida para poder formar parte de los hombres de confianza de Costello.

Martin Scorsese trabaja con la mentira. Es un narrador de historias, uno de los mejores.

El director agarra una película titulada Infernal Affairs, que es la quintaesencia del cine de Hong Kong, y se la lleva a Boston para convertirla en una película criminal americana. Marty llevaba un tiempo obsesionado con la historia fundacional de los irlandeses en Norteamérica, de ahí Gangs of New York, pero eso solo era un calentamiento, con Infiltrados explora profundamente el ámbito metropolitano de ese asentamiento celta que llegó al sur de Boston. Pero esto no es mérito de Scorsese, aquí entra William Monahan, el guionista que consiguió que Marty se olvidara de Paul Schrader, un bostoniano de ancestros irlandeses que cambió los elementos asiáticos por los celtas, que consiguió transformar la película de Wai Keung Lau, de una hora y media de duración, en un libreto mucho más complejo, mucho más profundo que desembocó en una cinta de dos horas y media. Que escribió frases y diálogos en los que se escucha el espíritu de Boston, que huele a bajos fondos. Y Martin Scorsese vuelve a demostrar una vez más la importancia de las mentiras, o sea, de las historias, porque demuestra que esta película se podría haber desarrollado en Río o en Buenos Aires, o en Madrid.

Martin Scorsese ya nos había hablado de la mafia (de la italiana) en varias películas y desde varios prismas, desde Malas Calles, su cinta más adolescente hasta Uno de los Nuestros, uno de sus iconos cinematográficos. Pero nunca hasta Infiltrados había desarrollado el concepto de sociedades dentro de sociedades dentro de sociedades. Guerras en las calles entre ciudadanos condenados a pertenecer a un bando solo por haber nacido. En al pasado siglo sólo Martin Scorsese y David Simon llegaron tan lejos en su análisis de los bajos fondos en la sociedad americana. Infiltrados y The Wire compiten en la misma liga.

La religión

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Cuando te decides a ser algo, puedes serlo. Eso es lo que no te dicen en la Iglesia. Cuando tenía tu edad, decían que podíamos ser policías o criminales. Hoy lo que te digo es: Cuando estás frente a una pistola cargada… ¿cuál es la diferencia?

Otra de las fantásticas frases de Costello que el propio Jack Nicholson ayudó a construir. Un personaje aterrador que devora cada plano en el que sale. Exagerado sí, pero funciona como funciona Marlon Brando para Coppola, no en El Padrino pero sí en Apocalipsis Now. Dos genios devorados por ellos mismos. En este caso Nicholson tiene su particular “El horror” en su cara a cara con Leonardo DiCaprio cuando decide imitar a las ratas. Costello es un personaje con una idea radicalmente distinta de la Iglesia católica de la que Scorsese ha demostrado en toda su filmografía.

El sentimiento católico irlandés, que contrastado con el italiano es bastante más endeble, es uno de los elementos que explora el director en Infiltrados. La película comienza con una premisa católica: “El cielo acoge a aquellos que parten de la fe”, pero nadie comulga con esto. Los que mueren, y mueren muchos, no lo hacen en este estado de gracia. Martin Scorsese dibuja a un montón de personajes que caminan por una especie de yermo de la moral, y todos bajo el mando de un Dios que es Costello cuyo poder reside en la corrupción absoluta. Sus atajos, sus influencias y sus conocimientos entretejen un laberinto imposible de vislumbrar para los personajes y para el espectador. Y cómo todo Dios, se regodea en su poder hasta que cae en la locura.

La condición humana

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La muerte es dura. La vida es mucho más sencilla

Infiltrados es una película de contrastes. Una pugna. Un pulso brutal lleno de enfrentamientos dialécticos, contradicciones, imposturas que son forzadas y que caminan por la delgada línea que existe entre lo verdadero y lo falso. La dualidad es el espíritu sobre el que Scorsese dirige esta película: Las dobles identidades de los protagonistas, la doble relación sentimental que ambos mantienen con la psicóloga interpretada por Vera Farmiga que pasa del romanticismo artificioso de uno a la pasión salvaje con el otro, la oscuridad de las tabernas irlandesas y la luminosidad de las comisarías, el rostro de Martin Sheen y el de Jack Nicholson

Martin Scorsese se regodea como nunca, en términos morales, en los baños de sangre, en las traiciones de los personajes, sus terribles destinos, las mentiras, las verdades incómodas… Y lo hace porque esta es la historia con menos implicación personal de todas las que el genio ha producido. Y eso lo convierte en su trabajo más pulcro y, y aquí va la gran contradicción, el que más habla de sí mismo.

Taxi Driver no habla de él, sino de Schrader.

Toro Salvaje fue una película que Robert DeNiro le vendió a Marty cuando este estaba en su peor momento. El actor solo quería lucirse y el director solo quería rodar un combate de boxeo en el que se viera al público salpicado de sangre.

Infiltrados es el reflejo de un Scorsese lleno de contradicciones, en el que su personalidad de adolescente, la que libera en El lobo de Wall Street, echa un pulso contra su lado más maduro, el responsable de La invención de Hugo. Scorsese es al mismo tiempo Matt Damon y Leonardo DiCaprio. El cine de Scorsese tiene sus propias normas, como Costello, pero también puede transmitir la afabilidad de un rostro como el de Martin Sheen.

Puro rock and roll

The Rolling Stones vuelven a abrir su obra, esta vez con la magnífica Gimme Shelter, en un comienzo portentoso con Jack Nicholson escupiendo frases en la oscuridad que colocan al espectador en el Boston más sucio posible. Y así comienza esta espiral de medias verdades rodada (y montada por la siempre magnífica Thelma Schooonmaker) con un ritmo endiablado, repleta de violencia descarnada e interpretada por unos cuantos actores en estado de gracia, sobre todo Wahlberg, DiCaprio y el exagerado pero hipnótico Jack Nicholson. Melodías celtas convertidas en rock muy duro y el cine de Scorsese homenajeándose a sí mismo en la memorable escena del cine porno.

Lo único que hace que Infiltrados no consiga superar a las demás obras maestras de Scorsese es el maldito epílogo, el único momento del filme en el que se echa de menos al Marty adolescente. La condescendencia de esa escena final en la que el director le brinda a su público la posibilidad de irse feliz a casa es terrible... La última y la peor de las traiciones a las que se somete el director en este filme.

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