CINEMANÍA nº285

Men in Black International
CINEMANÍA nº285
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LA VENGANZA DE LOS TRAJES NEGROS1 BANDA APARTE. No tenían dinero ni para trajes. Harvey Keitel tenía cierta amistad con la diseñadora Agnès B. y se agenció uno, modernito, ajustado, bien. El otro, con diferente hechura, lo rescató Betsy Heinmann, la responsable de vestuario, de un almacén barato del downtown de Los Angeles. Fue para Quentin Tarantino, anchote de hombros, grandullón. Con tan solo dos trajes, ni tan siquiera parecidos, se forjó la leyenda. Michael Madsen llevaba un pantalón barato de algodón y una chaqueta negra que ni siquiera hacía juego. Para Tim Roth, Steve Buscemi y Edward Bunker, los que más se manchaban de sangre, necesitaba varias mudas para cada uno: con los 10.000 euros de presupuesto en ropa para toda la producción encontraron un lote de chaquetas, todas iguales, pero de colores variados: azul marino, gris marengo y, sí, una negra. También encontró unos pantalones tejanos de denim negro a precio de saldo. Y compró. Heinmann, preocupada, se los llevó al director de fotografía para ver qué podía hacerse para que no diesen el cante. “Haremos que parezcan de color negro, no te preocupes”, le respondió Andrzej Sekula.

Una vez creado y presentado en pantalla, el impacto de ver a la banda (aparte) de traje negro, camisa blanca y corbata negra (estrechas, con nudo fino, ahí no hubo problema) era tan potente, que ningún espectador repararía en que nadie en Reservoir Dogs (1994) viste igual que sus compañeros. Ni siquiera van todos de negro. Tampoco llevan las mismas gafas de sol. Y no nos dimos cuenta.

2 BLACK TIME. No sé si será por el influjo de la sala oscura, por la ausencia de color de los clásicos o por el género noir, pero en el cine, el negro es el color más limpio. El más fiable. El más sufrido. Y aquí no caben dobles sentidos. Tarantino, que colorea L.A. en Érase una vez en Hollywood, revolucionó la estética en Reservoir Dogs. Con trucos y trampas de mal pagador, una pequeña película independiente renovó el concepto de lo cool. El hábito hizo al monje, al monasterio y hasta construyó un mito divino con la ropa que se usaba en los funerales. O para los villanos. Menos cuando vestían de etiqueta con frac, que es otra cosa, los protagonistas no usaban traje negro. Ni siquiera Cary Grant, de azul, gris o marrón ya fuese perseguido por aviones, entre huesos de dinosaurio o en una mansión de Filadelfia. Ni James Bond, excepto con su pajarita de esmoquin para los días de casino, solía ir de negro. Incluso la moda femenina, salvo casos peculiares (Kim Novak en Vértigo, Rita Hayworth en Gilda, Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes), evitaba ese color para las divas. Quedaban el malísimo Hans Gruber (Alan Rickman) en La jungla de cristal, La novia vestía de negro de Truffaut, Pacino satánico en Pactar con el diablo, los corruptos de Wall Street… Todo tipo de malvados. Ahora los héroes y heroínas (¿verdad Natasha Romanoff?) pasan de la tradición. Es tiempo de trajes negros. Otra vez. El retorno con caras nuevas de los Men (and Women) in Black coincide en el tiempo con los 20 años de la revolución Matrix y su Agente Smith clonado. Todos con su traje negro con camisa blanca. Pero ya no lucen vestuario de saldo. No tienen problema de presupuesto ni hay que rebuscar en tiendas de ropa de segunda mano. Al acabar el rodaje de Men in Black: International, nadie quiso devolver su traje a medida, entallado, elegante, lustroso, diseñado por el gran Paul Smith.

3 SIN FIN. Se cerró una etapa de los Vengadores, acabó Juego de tronos con más sangre entre sus seguidores que entre los personajes (y ya es decir) y llega el final de Star Wars con su Episodio IX. Hay una nada disimulada obsesión por los finales, por generar un fenómeno concluyente que oculta (mal) un ansia enfermiza por volver a empezar. El valor de lo inacabado está en peligro. Y ni siquiera el final anticlimático por excelencia se libra: Los Soprano tiene título para su largo precuela: The Many Saints of Newark, nueva manera de continuar lo que había terminado. Aquí me pasa lo mismo, hay que pergeñar todos los meses un final para regresar al número siguiente con más brío. CINEMANÍA no iba a ser menos que Juego de tronos: el mes que viene, precuela y secuela en una sola revista.

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