Una ignota producción canadiense que germinó a la sombra de Heavy Metal y Pink Floyd: El muro. Su contenido adulto (sexo, drogas y rocanrol) y las canciones de Debbie Harry, Lou Reed, Iggy Pop o Earth Wind & Fire no fueron suficientes para que fuera bien atendida en su momento y todavía hoy permanece como un título arrinconado y maldito que nadie recuerda.
Entre el modernismo y la psicodelia, este largometraje inspirado en el famoso ensayo de Michelet La bruja fue concebido al amparo de Mushi, la productora de Osamu Tezuka, aunque en su atrevimiento llegó a suponer el canto de cisne de la empresa. Contemplativo y exótico, hoy es apreciado por sus intenciones estéticas, pura vanguardia y ejemplo temprano de pinku eiga (el erotismo japonés) animado.
Un surtido irresistible a partir de las historietas cortas de Yoshihiro Tatsumi, el primer practicante de lo que se llamó gegika, un tipo de manga que en la segunda mitad del siglo pasado se empeñó en temáticas que pudieran despertar el interés de un lector adulto. La película alterna pasajes de la vida del autor con varias historias costumbristas, siempre de tono sórdido y crudo, que se quedan en ti para siempre.
Chumy Chúmez, El Perich, Gila, Ivà, Óscar Nebreda o Vallés, nombres clave del humor satírico de la segunda mitad del siglo XX, se liaron la manta a la cabeza en plena Transición y dieron a luz esta anomalía de nuestro cine que tira con bala y no deja títere con cabeza. Es de un feísmo desaforado y una irreverencia hoy impracticable. Una pieza heroica de su tiempo y circunstancia.
Erotismo y horror extremados y de alta gama. Una auténtica rareza de factura underground que adapta el manga homónimo de Suehiro Maruo, el príncipe de la perversión en viñetas. De animación casi estática y distribución clandestina, todavía puede rastrearse, aunque cuenta la leyenda que no existe una copia íntegra ya que las autoridades dictaron destruir algunas de sus imágenes más chocantes.
Aunque no se ha estrenado ninguna película suya en nuestro país, Svankmajer ya no es ningún desconocido gracias a festivales, editoriales audaces y exposiciones espléndidas como la todavía vigente Metamorfosis (pág. 71). En esta comedia estrambótica el capitán de la stop-motion nos mostró los mecanismos del erotismo como lo que son: ingenios del deseo y de las neurosis.
Esto es un clásico que todo el mundo debería haber visto, pero su condición de culto lo hace muy escurridizo. El dibujante, escritor, poeta y genio multidisciplinar Roland Topor y René Laloux, uno de los grandes de la animación europea, llevaron al cine una novela de ciencia-ficción humanista de Stefan Wul con tal inspiración que todavía hoy no tenemos claro si esto es una película o si fue un licor que nos brindaron los dioses.
Adaptación de un cómic de Raymond Briggs que cuenta la emotiva historia de un matrimonio anciano intentando comprender, mientras las sufre en su casita de pueblo, las consecuencias de un ataque nuclear sobre Gran Bretaña. Musicada por Roger Waters, David Bowie o Genesis, se trata de un drama tan dulce y emotivo como terrible que, quieras o no, te pone a llorar como una María Magdalena.
Viene muy bien como representación de las voces recientes de la animación latinoamericana, de Colombia para más señas. Realizada con la técnica del rotoscopio (el calcado de actores reales), narra la patética existencia de un oficinista cuarentón que verá sus rutinas sacudidas por una reestructuración en su empresa, y aunque tiene un trasfondo amargo, por momentos te meas de la risa seguro.
Una versión británica y muy libre de las peripecias de Pulgarcito, que aquí ha sido secuestrado por un laboratorio dedicado a la experimentación genética y debe encontrar el siniestro camino de vuelta a casa. Stop-motion en clave lúgubre con ecos, tanto en su habilidad técnica como en su conseguida atmósfera, de los mejores maestros checoslovacos.
Ríete tú de Toy Story y de Chicken Run. De los autores de la deliciosa Ernest y Célestine, esta chifladura protagonizada por juguetes es una de las películas más desquiciadas que ha dado el cine de animación desde el Coyote y el Correcaminos. Nacho Vigalondo la describió como “cocaína para niños”, aunque en realidad es stop-motion centrifugada para todas las edades.
Un proyecto compuesto de segmentos autónomos con los miedos cervales como denominador común. La irregularidad es connatural a toda obra colectiva y ésta no se salva, aunque ofrece la garantía de contar con primeros espadas del mundo del cómic y la ilustración como son Blutch o el mismísimo Charles Burns, pasando por Lorenzo Mattoti o Richard McGuire. Siniestra y cautivadora.