OPINIÓN

Tintín y los escritores fantasma

Tintín y los escritores fantasma
Tintín y los escritores fantasma
Tintín y los escritores fantasma

Escribir esta columna comienza a ser incómodo para mí. Cada vez tengo menos ideas y mi estilo no ha mejorado casi nada en estos tres años que llevo haciéndola. Soy un genio, eso está claro, famoso además y precisamente por eso alguien debería redactarla por mí. ¡Ey! Esas personas existen. Son escritores que trabajan para ti, sin pedir casi nada a cambio. Hacen lo que tienen que hacer, rápido y bien, y después se marchan chocando los talones en el aire. Si no, ¿cómo pensabais que Sánchez Dragó podía compaginar su actividad amatoria con sus compromisos profesionales?

Por cierto, es verdad que a los escritores septuagenarios les es relativamente fácil seducir a jovencitas veinteañeras, lo sé porque el otro día, precisamente, una de ellas me confesaba lo que le gustaban: “Los viejunos, con el culo gurrumio, arrugados como una pasa, que además cuentan batallitas y se les va la olla”. Lo dijo así, textualmente.

Dicho esto, voy con la que espero sea mi última colaboración surgida de mi puño y letra. Cuando era pequeño podía estar durante horas mirando la pared porque en el gotelé se me aparecían caras. A veces, también abría algún cómic. Mis favoritos eran los de Tintín y creo que lo siguen siendo. De hecho si me preguntarais con qué personaje de ficción me iría de vacaciones a Marina d´Or, respondería sin dudar que con el reportero belga. Seguro que no tendría ningún problema a la hora de hacer planes o de pagar a medias.

Ahora, por fin, se prepara una nueva adaptación del personaje y la espero como agua de mayo. Ahora bien, me gustaría que en esta ocasión le pusieran una pareja, una novia o, mejor todavía, una esposa. Creo que le vendría muy bien al personaje y además se podrían dar conversaciones como la siguiente:

–¿Dónde has dicho que te vas, Tintín?

–A Sydney, al Congreso Internacional de Astronáutica.

–¿Y qué te vas, con tu amiguito el marinero borracho?

–Se llama Haddock.

–Ni lo sueñes, si te quieres ir a Australia, me voy contigo.

–Esto ya lo hemos hablado cariño, a las aventuras me voy solo.

–Estoy harta/o de tus aventuritas. ¡Que te crees que soy gilipollas! Además, ¿para qué te vas? A ver, ¿para qué te vas? Nunca te he visto escribir ni una sola crónica para ese periódico para el que dices que trabajas.

–Cariño, por favor, no empieces.

–Quieres más a ese estúpido perro que a mí.

–No te metas con Milú, es un perro muy sagaz.

–Vete, ya no quiero verte más.

–Bueno, nos vemos a la vuelta del viaje.

–¡Te odio! ¡Y quítate esos estúpidos pantalones de golf!

Portazo.

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