OPINIÓN

Todas ellas

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El otro día, en un festival, conocí a una niña prodigio. Tenía 14 años, venía de Mataró. Llevaba su propio nombre en letras doradas colgando del cuello. Intentó venderme pastillas. Le dije que no. Insistió, me dijo que eran muy buenas, que ella se había comido una. Vi sus pupilas dilatadas, el pelo sudoroso pegado a su frente. Pensé en Christiane F, con el cuerpo desmadejado por la heroína, en una habitación de Berlín. Más tarde la vi bailar, sudorosa, rodeada de amigos mucho mayores que ella que le daban cigarros y copas cada vez que los pedía. Y pensé en Drew Barrymore, con siete años, borracha en la mesa de una fiesta hollywoodiense. Desapareció, subiendo las escaleras de una atracción de feria, e intentó montarse gratis. La bajó de la mano uno de los encargados de la feria, un negro inmenso. Pensé en Bill ‘Bojangles’ Robinson y Shirley Temple, bajando la escalera bailando claqué en La pequeña coronela.

Me contó que odiaba a su padre, que su hermana mayor era idiota, que ojalá su hermanita saliese un poco diferente a esa panda. Vi, bajo su flequillo, la misma mirada de odio de Matilda en El profesional (Léon). Al final de la noche, lloró porque ninguno de sus amigos le hacía caso. “Nadie me quiere cuidar cuando voy ciega”, susurró bajito. Y yo pensé en Claudia, niña vampira, quejosa ante la desatención de Brad Pitt. Al amanecer, besó a un tipo mayor que pinchaba música desde su coche tuneado. Abrazada a él, cogió impulso y le rodeó la cintura con las piernas. Y yo pensé en Sue Lyon despidiéndose de James Mason antes de partir hacia el campamento en Lolita. Ya de día, cuando los últimos borrachos habían empezado a abandonar el after, apareció su padre, la subió el coche y se la llevó a casa. Y yo pensé en Judy Garland chocando las puntas de sus chapines rojos.

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