OPINIÓN

River by the Sea

River by the Sea
River by the Sea
River by the Sea

El agua golpea contra las rocas negras. De pequeña, el mar era nuestro amigo y nuestro enemigo. Le dábamos la comida que no queríamos -recuerdo mi bocadillo, separado el pan del queso, revuelto entre las olas- pero también podíamos castigar a alguien lanzando a los charcos un muñeco, una cadena de oro, algo que quisiera mucho, y el mar se lo tragaba. También en este mar, hace años, tiraron las cenizas de mis abuelos. A mí no me avisaron. Estaba en Madrid. Me enteré al tiempo, viendo unas fotos por casualidad, y monté en cólera.

Ahora, cuando visito la isla, intento venir a dormir a estas rocas. Esta noche he conducido hasta aquí por la carretera serpenteante a pesar de la urgencia por terminar un artículo. Aparco la furgoneta justo en el lugar desde el que lancé mi bocadillo y saco el ordenador, el móvil, los auriculares. Es noche cerrada. Las pardelas, los pájaros-bruja, entonan sus cánticos de vieja malhumorada. Mi perra tiembla. La tranquilizo, aunque yo también las temo. Me asusta que lancen piedras al techo de la furgoneta. Lo hacen a veces, cuando algún humano o animal las perturba. Enciendo la lamparita y las veo alejarse, agitando sus plumas empolvadas. Le doy al play y la voz del actor empieza a sonar, pero detengo la grabación. Me asalta un sentimiento maternal hacia mí misma: alguien debería saber que estoy aquí. Escribo un whatsapp: “Esta noche dormimos en la playa. Estoy transcribiendo las entrevistas que hice en Los Ángeles. Oigo las olas y la voz de River Phoenix”. Cuando me doy cuenta del error ya es tarde. He cambiado al hermano vivo por el hermano muerto. Se oyen pisadas que vienen de los charcos. Mi perra encrespa el lomo. Ladra y ladra a la oscuridad, aterrorizada. Por un momento no sé si se nos van a aparecer mis abuelos dados de la mano, mojados, en traje de baño, o el joven River Phoenix, enterado de que acaba de ser invocado por error, con los ojos entornados por la sobredosis. Las pardelas dibujan sombras en la tierra del camino, pero no aparece nadie. El ruido de pasos se pierde, o nunca sonó en realidad ningún paso. Los imaginé, y mi perra, contagiada de mi imagen, los imaginó después.

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