Carlos Marañón Fútbol y cine
OPINIÓN

Reivindicación sentimental de la Osvaldina de Ardiles

Reivindicación sentimental de la Osvaldina de Ardiles
Reivindicación sentimental de la Osvaldina de Ardiles
Reivindicación sentimental de la Osvaldina de Ardiles

Mi padre, que estuvo allí, concentrado en el infierno de La Martona con la selección española, me había hablado de él. Le había impresionado en aquella Argentina campeona del mundo en el 78. Yo no le vi jugar bien hasta el Mundial de España, cuatro años después, con el uno a la espalda, destajista y llegador en aquel equipo un poco raro, tensionado, marcado por su favoritismo, por Maradona y por la Guerra de Las Malvinas, que trajo Menotti al campeonato de Naranjito. Pero un poco antes, en la Navidad de 1981, yo había gozado con Osvaldo Ardiles en Evasión o victoria, la película que marcó mi niñez. El 8 de aquel equipo aliado (Carlos Rey era el nombre del personaje) hizo una jugada que todos tratamos de repetir a partir de aquel momento. Ni siquiera sabíamos cómo llamarla. Optamos por bicicleta, aunque después se convirtió en otra cosa. ¿Lambretta? Eso llegaría después, con la eclosión de los futbolistas brasileños en Europa, y con Djalminha en el Dépor, en su brillante gesto técnico en un partido contra el Real Madrid. Pero el mal ya estaba hecho: para nosotros, los que vimos antes la película, eso ya era una obra maestra de Ardiles.

Ayer volví del Thinking Football Festival, el certamen de películas sobre fútbol que organiza la Fundación del Athletic de Bilbao, donde gracias al maestro Galder Reguera, que se las agenció para traerlo al Botxo, pude pasar dos días junto a Osvaldo Ardiles, del que presenté su documental Blanco, celeste y blanco, sobre su carrera como futbolista en el Tottenham y su vínculo íntimo, sentido en carne propia, con el conflicto de las Malvinas. Un fenómeno como futbolista, un mito de Evasión o victoria y un tipo de una humanidad a prueba de festivales de cine, Ossie me firmó el libro sobre la película que escribí hace unos años: aguantó mis preguntas y mi devoción absoluta, conversó y me regaló una dedicatoria inolvidable.

Lo único que puedo hacer a cambio para devolverle su cortesía y su amabilidad es reivindicar una palabra que yo siempre usé para definir una jugada maestra en homenaje a su dueño absoluto. En la España de 1981, los muffins eran magdalenas, las chilenas eran tijeretas (como la de Pelé en la película) y la lambretta era un scooter como la Vespa. A su jugada maestra en la película, tanto que John Huston nos la ofreció a cámara lenta, todos le llamamos desde entonces "la de Osvaldo Ardiles". Justo es que hoy, reivindiquemos su impronta para siempre. ¿Bicicleta? ¡No! ¿Lambretta? ¡Ja! Le llamaremos siempre Osvaldina, el sello eterno del bueno de Osvaldo Ardiles.

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