OPINIÓN

Neil Breen: ¿un genio o el peor director del mundo?

Neil Breen: ¿un genio o el peor director del mundo?
Neil Breen: ¿un genio o el peor director del mundo?
Neil Breen: ¿un genio o el peor director del mundo?

¿QUIÉN ES NEIL BREEN? ¿Y POR QUÉ HA TARDADO TANTO EN APARECER NUESTRA VIDA? Estas dos preguntas aparecerán inmediatamente en la mente de cualquier fan del cine diferente. Para algunos, sus largos son una absoluta tortura. Para otros, una fuente inagotable de risas. Pero para el fan del cine más chungo, son una ventana a la psique de su autor. Una psique que, digámoslo así, no debe de ser la más sana del mundo. Breen vive en una realidad paralela y sus pelis son una ventana a su mundo, uno que aún estamos tratando de comprender.

Neil Breen es un arquitecto de mediana edad con una cierta pasión por el cine. Una que ha tardado en cristalizar, puesto que hasta los 50 años no realizó su primer film. Durante años se dedicó a discurrir qué quería contar y cómo quería contarlo. Cuando por fin se animó a coger la cámara, ya tenía claro cuál sería su estilo: largos melodramas al servicio de su excelsa figura.

No es ya que él se ocupe de protagonizar, escribir, producir, dirigir, montar y hasta hacer el catering, un auteur en toda la extensión de la palabra. Es que, en sus guiones, sus personajes son siempre la leche: un iluminado, un ser superior dispuesto a ayudar a la humanidad revelando extraños secretos. Y además, un tío majísimo, simpático, con una carrera de éxito, amigo de sus amigos y que liga muchísimo con tías de grandes tetas.

El ego del autor le ha llevado a tomar una medida drástica: ha decidido dejar de vender en su web sus dos primeras películas. El paso de los años le ha llevado a considerarlas una labor meramente formativa, y avergonzado por ellas, pretende retirarlas de circulación, pensando que sólo sus dos últimas son representativas de su trabajo.  Y siendo honestos, lleva parte de razón. Su tercera película, Fateful Findings, rebautizada en La monstrua de cine chungo como Presagios Peligrosos, resume, condensa y amplifica todos los rasgos de su obra. No es sólo su obra magna, si no que crea un nuevo canon, redefine lo que es una peli chunga. Porque es MUY chunga.

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El argumento tiene a Breen como un triunfador absoluto: escritor de éxito que vive en un chaletaco y casado con una mujer bien guapa. Cuando tiene un accidente de coche, la cosa se potencia: se convierte en un ser con poderes sobrenaturales que encima se dedica a hackear secretos de gobiernos y corporaciones corruptas. En el abigarrado guión, que no tiene ni pies ni cabeza, se dan cita suicidios que no influyen en la trama, menores tratando de seducirle, pasajes oníricos dignos de un David Lynch con indigestión, superpoderes random que el personaje tiene porque sí, secuestros y las escenas  de amor más ridículas que has visto en tu vida.

Pero quizá la joya de la función es la extremada violencia que sufren los ordenadores portátiles durante todo el film. Breen, como es escritor (¿), tiene hasta cuatro portátiles en su habitación, los cuales acaba tirando al suelo cada vez que manifiesta una emoción. Cuando su personaje está más enfadado, o cuando sucumbe a la lujuria, el procedimiento es el mismo: los portátiles se van todos al suelo. Puritita Rage against te machine.

El final, con el súper hacker convocando una rueda de prensa frente a la Casablanca para delatar a políticos y empresarios corruptos es para volarse la cabeza (como hace algunos de los acusados). Lejos de achantarse, Breen defiende su obra y el mensaje que su propio personaje vocaliza al más puro estilo Nolan: “no confiéis en el poder, es el momento de que todos actuemos”. En su cabeza, nuestro amigo es un revolucionario y sus películas, lejos de ser el egotrip que muchos defienden, son un canto a la individualidad y un llamamiento a la revolución. Ayn Rand estaría orgullosa de él. Aunque quizá algo avergonzada.

Breen tiene la increíble capacidad de hacerlo todo prácticamente mal. El montaje es, directamente, ATROZ.  Los diálogos, absurdos y ridículos. Los actores absolutamente nefastos. En su mejor momento, Fateful Findings parece uno de los teatrillos con los que comienzan muchas pelis porno. Incluso el aspecto de sus actores coincide con los cánones que nos impone cualquier escena de Brazzers. Pero en sus peores momentos, la cosa va más allá. Su egomanía, absoluta incompetencia técnica y ganas de mandar “un mensaje positivo” consiguen trabajar en sinergia para dar lugar a un espectáculo tan increíble como insoportable.

Es más que habitual leer comparaciones con Tommy Wiseau y su The Room, por su manera extremadamente torpe y egocéntrica de filmar extraños melodramas. Y hasta cierto punto, se pueden comprender. Pero Breen va mucho más allá. Wiseau solo tenía una película en su interior, necesaria para sacar el dolor de una ruptura y posicionarse como la víctima que cree haber sido. Breen lo que necesita es verse en pantalla constantemente y sentir que es el diosecillo de su pequeño universo, tanto dentro como fuera de la pantalla. Las ganas de plasmar sus fantasías de poder, equivalente a dibujar un tebeo contigo de protagonista en las últimas páginas del colegio de octavo,  le motivan a tener una envidiable producción que nos permite disfrutar de su “evolución” como cineasta.

Disfrutadle mientras podáis, amigos. Es el momento de Neil Breen. Hemos comprobado como muchos de los directores de auténticas basuras acaban asumiendo su papel de bufones en festivales de cine malo y diciendo que esas películas en las que habían puesto el alma y el corazón “eran para reírse desde el principio”. Tristísimo panorama que esperamos pueda esquivar. Desde aquí queremos soñar con un futuro en el que nuestro héroe sigue creando e de manera pura, mandando sus mensajes,  y pintándose como el salvador de la humanidad, eternamente y sin concesiones.

Breen es un flipao. Pero un flipao honesto. Y no sobra gente así. En el fondo, sabemos que lleva toda la razón: el mundo le necesita.

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