Carlos Marañón Fútbol y cine
OPINIÓN

El mayor McGuffin del fútbol jamás contado

El mayor McGuffin del fútbol jamás contado
El mayor McGuffin del fútbol jamás contado
El mayor McGuffin del fútbol jamás contado

¿McGuffin?

“La palabra procede del music-hall. Van dos hombres en un tren y uno de ellos le dice al otro “¿Qué es ese paquete que hay en el maletero que tiene sobre su cabeza?”. El otro contesta: “Ah, eso es un McGuffin”. El primero insiste: “¿Qué es un McGuffin?”, y su compañero de viaje le responde: “Un McGuffin es un aparato para cazar leones en Escocia”. “Pero si en Escocia no hay leones”, le espeta el primer hombre. “Entonces eso de ahí no es un McGuffin”, le responde el otro”. Alfred Hitchcock (El cine según Hitchcock, libro de François Truffaut, 1966)

Hijos del fútbol, el nuevo y empatiquísimo libro del maestro Galder Reguera, una de las personas que más ha hecho en España por unir fútbol y cultura con su trabajo desde la Fundación Athletic Club, rescata una legendaria anécdota sobre Stanley Matthews (gloria del fútbol inglés, el futbolista de élite más longevo de la historia) que habría hecho sonreír a Alfred Hitchcock, y convierte un peine en el mayor McGuffin de la historia del fútbol. Un McGuffin, grosso modo, vendría a ser un artilugio inventado que hace que avance la trama pero que en realidad no existe, como en la pequeña historia que se narra en el libro y que aquí, con permiso del autor, transcribimos en honor de la poderosa unión del espíritu travieso del fútbol y de las benditas trampas del cine:

“Al parecer, tras retirarse (con cincuenta años, por cierto), Stanley Matthews se instaló durante un tiempo en Malta. Allí compraba habitualmente en una carnicería regentada por un italiano. El dueño era un gran fan suyo, pues le había visto jugar en directo con la selección inglesa en Turín en 1948, en el primer encuentro que Inglaterra disputó frente a Italia tras la Segunda Guerra Mundial, a la que derrotó por cuatro goles a cero. El caso es que aquel carnicero confesó a Matthews que él estuvo en el estadio aquella calurosa tarde y que recordaba con admiración cómo arrastró al defensa Eliani hasta el córner y, antes enfrentarle, regatearle, y dejarle sentado, se sacó un peine del pantalón y se echó el pelo elegantemente para atrás. El ex futbolista sonrió ante la narración y respondió que, por supuesto, aquello nunca había ocurrido, que en realidad él tan sólo se había retirado el sudor de la frente, ya que hacía un calor infernal, y después se limpió la mano con el lateral del pantalón. Pero el carnicero italiano no se dejó convencer. Él lo vio, con sus ojos. Había estado en el estadio, cerca de ese córner, y además no era el único testigo de aquello. Lo admitiera o no, se había peinado antes de efectuar el regate. En cualquier caso, concluyó el carnicero, el hecho de no reconocerlo daba mayor dimensión y elegancia al gesto que Matthews hizo en Turín, aumentaba su admiración por él.

Pasó el tiempo y Matthews cogió cariño al carnicero, así que el día que dejó la isla decidió hacerle un regalo. La idea le sobrevino mientras hacía su neceser de viaje. Antes de marchar al aeropuerto, fue hasta la carnicería y entregó un peine al dueño.

–¿Sabes? te confesaré un secreto. Aquello sucedió de verdad y éste es el peine que usé antes de encarar a Eliani –susurró, dando énfasis a la confesión–. Ahora es tuyo.

El carnicero lloró de emoción al recibir el tesoro. Su hijo, presente en aquel momento, también.

Pasaron muchos años, y Matthews fue invitado a una cena de gala con otros exfutbolistas en un restaurante italiano. Allí, mientras conversaba y rememoraba tiempos lejanos con otras leyendas, el cocinero del restaurante quiso salir a saludarle. Matthews accedió, pero no le reconoció hasta que le enseñó el cuadro que llevaba bajo el brazo, nada menos que el peine enmarcado que regaló el futbolista a su padre, el carnicero de Malta. Entonces el exfutbolista cogió el cuadro y, mostrándolo como prueba, comenzó a narrar cómo se había peinado antes de regatear al pobre Eliani en un córner del estadio turinés, ante miles de personas. Emocionado, siguió su narración hasta el final, ante la mirada atónita de algunos de los que habían sido sus compañeros de equipo y rivales aquel día. Al terminar, uno de ellos le dijo que aquello nunca había sucedido, pero Matthews volvió a mostrar a todos el peine enmarcado, como prueba definitiva de lo contrario”.

El mayor McGuffin del fútbol jamás contado

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