OPINIÓN

La versión cristiana de 'Fast & Furious' que no quieres ver

La versión cristiana de 'Fast & Furious' que no quieres ver
La versión cristiana de 'Fast & Furious' que no quieres ver
La versión cristiana de 'Fast & Furious' que no quieres ver

El submundo del cine cristiano es uno que apenas estamos comenzando a rascar. Kirk Cameron fue la punta de lanza para muchos, convirtiéndose en una especie de meme viviente, pero hay más: mucho más.  Productoras especializadas como ChristianCinema.com se dedican a lanzar títulos destinados a esa gente que no quiere mensajes laicos en sus películas. Y lo hacen, como debe ser, desde la exploitation, la copia y la imitación. En la burbuja de Flanders, escuchan a Stryper, disfrutan las aventuras de BibleMan y con Lay it down (2011, Michael Cargile) sienten correr la adrenalina. Pero poquita y dentro de un orden.

La etiqueta de ‘el Fast & Furious cristiano' no le viene de gratis. El filme apareció pocos meses  después del pelotazo de Paul Walker y Vin Diesel, y nos sumergía (poco) en el mundillo de las carreras ilegales de coches.  Pete y Ben son dos hermanos fans de la velocidad, tanto que se juegan la vida en dichas carreras. Pero en una de estas carreras, Ben tiene un accidente que casi le causa la muerte. La experiencia le hace replantearse su vida, convirtiéndose al cristianismo. Al salir del hospital, está decidido a abandonar ese mundillo.

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Ben ha renacido. Ya no quiere correr, no quiere beber alcohol y por supuesto, ya no quiere ni tener sexo con su novia. Aunque ya no son vírgenes, no volverá a tocarla hasta que no pasen por la vicaría y se haga cristiana de nuevo. A ella no le hace ni puta gracia el cambio tan brusco. Y a su hermano, tampoco.

Pete lamenta que Ben ya no pilote, y todo eso del cristianismo no sólo le suena a chufla, sino que hasta le molesta: se está convirtiendo en el hazmerreír del circuito éste de conductores malotes. Su novia, su hermano, sus colegas, todos se meten con él por su cualidad de “cristiano renacido”.

El hermano bueno se cansa de poner la otra mejilla y acaba a hostias con su hermano. La catárquica experiencia de rodar por el suelo partiéndose la cara les ayuda a comprenderse y resolver sus diferencias: son hermanos y se quieren, así que tendrán que aceptarse como son. Que aprendan los Matamoros.

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Pero Pete sigue en problemas con los chungos del barrio: tiene una deuda con esos matones, y sólo se les ocurre una manera de solventarla. Lógicamente con una última carrera. Un último duelo para retirarse a vivir en paz. A ritmo de metal cristiano que compara a “Dios con una rueda”, los hermanos preparan su Relámpago Engominado para la confrontación final. Que lejos de ser trepidante, apenas dura 2 minutos y acaba, como os podéis imaginar, mal para aquellos que no siguen el camino del señor. Y a veces hasta a ellos, acordaos del Padre Apeles.

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Un problema que parecen tener los filmes cristianos es el de la duración. Su mensaje, como el de Cristo en la Biblia, es tan directo que no hay manera de alargarlo hasta hacerlo durar hora y media. Bueno, claro que lo hay: sabiendo escribir un guión. Pero como en este género primero viene el sermón  y luego la diversión, suele suceder que terminan por rellenar y rellenar de cualquier manera, como pasaba en el film de Cameron (Kirk, no James) o en Mis quejas hacia Dios. Michael Cargile, su director, no cae en la tentación. ¡Amén! Aquí no hay videoclips absurdos, tomas falsas o semejantes. Resultado: la “película” apenas es un mediometraje de 45 minutos. Básicamente, un episodio de Siete en el paraíso de cuando Jessica Biel se volvía mala o algo así.

El bueno de Cargile, tuvo que financiar la película de su propio bolsillo. Un bolsillo en el que sólo quedaba calderilla. Menos mal que el guión era, como decimos, muy cortito y al menos pudo poner un coche dando trompos por ahí, en el momento álgido de la película. Un guión repleto de topicazos y momentos “serios” propios de un estudiante de 1 de carrera. Uno que ha conseguido una labor harto difícil: la de hacer que me tape las manos de pura vergüenza ajena. Uno ya lleva mucho, mucho tiempo en esto del cine chungo, pero no cabe hacer otra cosa cuando un personaje le dice al otro lo siguiente:

"Sólo hay un mecánico que pueda repararte, y su nombre es Jesús".

RanaPepe

Cargile no se andaba con sutilezas, puesto que es sabido que eso es obra de Satanás, siempre sibilino. Además, se ocupó de dejar un montón de mensajes para la cristiandad, y hay personajes con nombres como “Ben Destin” (o sea, "Been Destined" o “Fue Destinado”), Gus Pelman ("Gospel Man") o Nicky D (Nicodemus, el mago que llevo en una partida de rol).

Pero si hay algo por lo que Cargile destaca es por su uso de las transiciones: absolutamente ortopédico, le da un acabado a la película especialmente amateur. Ríanse de las cortinillas de estrellas de Homer, el tipo usa y abusa de todos los efectos que venían predeterminados en el Movie Maker. Absolutamente esperpéntico… pero único. Ojalá una película donde cada plano tenga algún encadenado. Si alguien puede hacerlo, ése es él.

El hombre no volvió a firmar una película después. Y honestamente, dudo que ningún productor que la viera tuviera muchas ganas de financiarle más infraproductos. Aún así, hay que reconocerle al tío una cosa: su película está ahí, existe y la ha visto gente.  La ha visto un tío en España y todo, aunque opine que es una mierdecilla. Se tendrá que conformar con eso.

Por suerte, el mecánico Jesucristo debió de arreglarle un poco la cabeza y consiguió que el hombre se dedicara a otras cosas. Dios necesita cineastas, pero no tantos. Ahora, youtubers…

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