Carlos Marañón Fútbol y cine
OPINIÓN

Fe de futboleros

Fe de futboleros
Fe de futboleros
Fe de futboleros

¿Cómo es eso de que un riojano puede jugar en el Athletic de Bilbao y uno de Chinchilla, provincia de Albacete, no puede ser de ETA?

El personaje del gran Julián López en Fe de etarras se reivindica así. Tiene que demostrar que él está más comprometido con la causa que nadie. Y lo mejor es que Julián López, en la vida real, es hincha de los leones, siendo él mismo un manchego de El Provencio. Eso es meterse en el papel. Y un trabajo de casting fetén.

Además de esta gloriosa chanza sobre lo vascos que pueden/deben ser los futbolistas rojiblancos (algo que dio mucho de sí en Vaya semanita también) comparado con los etarras, hay mucho fútbol en Fe de etarras, la nueva película dirigida por Borja Cobeaga (Negociador, No controles, Pagafantas) en la que se cuenta la vida diaria de cuatro terroristas en un piso franco. Parte del motor de los equívocos y las situaciones cómicas de la película tienen que ver con que su encierro, en los estertores de la vida criminal de la banda armada, coincide con la disputa del Mundial de Sudáfrica en 2010, en una ciudad dormitorio (y/o de provincias) cualquiera.

A donde no llega la mano del hombre puede llegar un buen balonazo. Con la puntería adecuada (la de Cobeaga y el balompédico Diego San José, coguionistas) el fútbol explica muchas de los resortes de lo cotidiano, descubre muchas de nuestras miserias. Pero, por Dios, no nos pongamos cursis con la frase de marras sobre lo que aprendió Camus debajo del larguero ni con eso de que el fútbol es una metáfora de la vida (o aún peor: de la guerra). Aquí somos más de Boskov ("Fútbol es fútbol"), más cancheros. ¿O deberíamos decir kantxeros? Los miembros del comando, Javier Cámara al mando, pasan el tiempo intentando demostrar su compromiso a través del desprecio a los partidos del Mundial y a la selección española. Y así lo manda seguir haciendo el líder hasta que algún día lo pueda disputar la selección de Euskal Herria.

Ninguno de ellos puede imaginar que la selección vaya a pasar de cuartos de final, o que pueda disputar una final. Sucede que, a su alrededor, el país se va ilusionando a la vez que se llenan los balcones de banderas de España. Para pasar inadvertidos, ellos, los etarras, tendrán que adornarse con la rojigualda (y el toro de Osborne) también. Cada uno de los partidos del Mundial provoca una nueva decepción (y un gag) hasta esa caída a los infiernos que supone obligarse a ver la final con el vecino depresivo y racista (Luis Bermejo) con camiseta y bufanda. La película aprovecha que la pasión por el fútbol explica muchos detalles escabrosos sobre un país, y más ahora que lucimos estrella de campeones del mundo en el pecho.

¿Nombres propios? "Xabi Alonso", que es de Tolosa, y podría provocar dudas entre ellos: ¿te alegrarías si marca un paisano tuyo aunque seas miembro de ETA? Una reflexión madura que plantea la única mujer del comando, interpretada por Miren Ibarguren, que pasa de fútbol. Eso le dice también su noviete (Gorka Otxoa), que siempre acaba mirando de reojo el resultado.

PS. Por cierto, cabe una fe de erratas futboleras en la película: en uno de los partidos televisados, el que se supone que es la primera derrota contra Suiza en el Mundial (algo que produce gran alegría en el piso), las imágenes que se ven en el televisor son del partido España-EE UU de la Copa Confederaciones 2009, una derrota por 2-0 en semifinales con goles de Altidore y Dempsey.

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