OPINIÓN

El Rocky Turco también merece un Globo de oro

El Rocky Turco también merece un Globo de oro
El Rocky Turco también merece un Globo de oro
El Rocky Turco también merece un Globo de oro

Hay quién se lleva las manos a la cabeza, pero para millones de fans de Rocky, Stallone merecía algún tipo de reconocimiento por crear un personaje que les ha acompañado toda la vida. El que tiene menos pinta de llevarse premios y parabienes, ni en EEUU, ni en Turquía ni en ninguna parte es el bueno de Serdar. ¿Y quién es éste? Pues el imitador de Sly oficial de Turquía.

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En los 80, Serdar se convirtió en un rostro conocido para los espectadores turcos menos exigentes. Como tantos flipaos de gimnasio de la época, este buen hombre  tomó como modelo absoluto a Stallone, pero además de muscularse, quiso también imitarle en el cine. ¡Y lo consiguió! Su carrera en el culturismo internacional le puso en la órbita de productores con mucha jeta, y estos no se anduvieron con chiquitas: el tipo protagonizaría su propia versión de Rocky, adaptado a los gustos del país de Rustu.

Cetic Inan, el directo de cientos de films pop de la época, fue el que se dirigiría a nuestro héroe en su debut. La inspiración fue evidente. Tanto que este Kara Simsek (1985) se abría con un remedo del famoso tema de Rocky, en una versión que nos recuerda a aquella que sonaba en la entrañable Yo hice a Roque Tercero. Pero el film de Inan y Serdar no tenía ninguna intención paródica. Era un Rocky en serio, adaptado a los gustos del país turco. Y tremendamente precario y torpe.

La película se abre con un combate del campeón Maurizio Martino, boxeador de élite mundial, cuyos combates televisados tienen lugar en… un gimnasio de instituto, con sus canastas y demás a un lado- Martino va derrotando a campeones americanos sin parar, cosa que nuestro protagonista ve por la tele. En su casa hay afición, porque por lo visto su hermano también hace guantes y sueña con retar a John Cobra…. digo a Maurizio.

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La vida de este Rocky es mucho más dura que la de su homónimo, metido siempre en reyertas con maleantes en vertederos y supermercados de la droga. Tiene buen corazón y alma de justiciero: en un momento dado, defiende a unos pobres obreros de un patrón cabreado, demostrando poseer posee una fuerza asombrosa: es capaz de levantar vigas a pulso, salvando a un montón de pobre gente del yugo del patrón. ¡Podemos, Venezuela!

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Pero Serdar es tan bueno que nunca dejaría a su querida mamá por el deporte. El que se mete en líos es su hermano, boxeador que consigue una oportunidad contra el famoso campeón en el campeonato europeo… que se celebra en el mismo gimnasio de mierda.  ¡Y encima pelea con guantes con la bandera americana! Por tocar los cojones a unos mafiosos, el corrupto campeón se ceba especialmente con él, y acaba muriendo en el ring.

Nuestro héroe decidirá triunfar en este deporte para vengar a su hermano, llevando a cabo un exhaustivo entrenamiento que mezcla cosas de las películas de Rocky… con otras del Star Wars turco. Clásicos como dar con garras a la arena y cosas así, cosa que todavía me estoy preguntando para qué hostias sirve. Su entrenador, el tipo con careto de Vincent Price de todas las pelis turcas, tiene pinta que se llevó alguna galleta de regalo. Todo ello amenizado por temas de los Rocky anteriores, por supuesto, que en drama es insuperable: gracias a esa música, por un momento, POR UN BREVE MOMENTO, nos llegamos a emocionar con la secuencia en la que los dos boxeadores entrenan a paralelo. O al menos yo. Claro que yo lloro cuando dicen el ganador de Gran Hermano.

Supongo que los momentos más memorables son aquellos en los que apreciamos claramente la cara de estreñido del Serdar, mostrando sus músculos para impresionar a la audiencia. Una grima sólo superada por la que dan las numerosas escenas de canto y baile del film, con playback de una canción de Nena incluida y no, no es de ‘99 Red Ballons’. A LO LOCO.

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Los combates de este Rocky son como nos acostumbra su director: repleto de cortes bruscos, saltos de eje y tomas falsas que se cuelan en el montaje final (puñetazos s los huevos incluidos), aunque carecen de la energía arrolladora que tenían en las película de Cuneyt Arkin:  el tener que recrear un deporte real, y confinar sus loquísima cámara a las cuatro esquinas de un ring elimina buena parte del encanto de la ultraviolencia de estos films: nada de contrapicados saltando ni artes marciales loquísimas, y sí mucho puñetazo a la cámara (¡y paradas de karate!). Es un problema que del que adolece casi todo su metraje: es demasiado convencional y los fans del cine turco la tienen como un título menor dentro del culto a estas pelis.

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Como en todas las secuelas posteriores del boxeador, aquí el protagonista resulta victorioso, pegándole una auténtica paliza al malvado. ¡Y lo celebra con unos saltitos que parece el muñeco del Hyper Sports! Eso sí: hay giro final, pero para que no nos quedemos con cara rara, la película termina con el atleta mostrando cuerpo y entrenando, una vez más, para seguir petándolo en el futuro.

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Un film menos para nosotros, pero resulta que el film fue un pelotazo en Turquía, y el tipo protagonizó otras cuatro largometrajes, entre ellas el mucho más recomendable Korkuzu, el Rambo Turco. Aunque el cine pop del país estaba en las últimas y la audiencia les daba la espalda, prefiriendo el cine americano y sus superproducciones. El tipo volvió a su negocio, un gimnasio familiar, y aún hoy  se muestra muy orgulloso de su carrera cinematográfica. Ojalá Serdar decidiera retomar por última vez a su Rambo, o Rocky, como merece: si Stallone lo ha hecho ya hasta dos veces, él puede hacerlo: ¿quizá con Arda Turán de discípulo?

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