OPINIÓN

‘El fantasma de la libertad’

‘El fantasma de la libertad’
‘El fantasma de la libertad’
‘El fantasma de la libertad’

HAY QUE CELEBRAR EL REGRESO DE LUIS BUÑUEL AL SURREALISMO TOTAL. El viejo maestro se había dejado llevar un poco por la belleza y el atractivo personal de alguna de sus estrellas mas “odiadas” (él siempre dijo que Catherine Deneuve trabajaba con él por imposición de la productora, que él prefería unas desconocidas). El hecho es que Deneuve y Jeanne Moreau, las dos actrices más importantes de aquel cine francés, hicieron los mejores papeles de su vida con Buñuel. Sabemos que él renegaba del cine erótico y daba muestras, demasiado evidentes para ser ciertas, de una pudibundez sólo comparable a la de un director español, José Luis Merino, que cuando tuvo “por exigencias del guión” que rodar una secuencia de fuerte contenido erótico, le pidió a su ayudante que la rodara él ya que conocía mejor el tema del sexo por estar casado.

En las películas de ‘Don Luis’ se sugieren turbias relaciones entre los personajes, se avista una media negra o un liguero, pero casi siempre sin la menor intención de exhibir la carne de sus actrices y mucho menos la de sus actores. Sin embargo, yo estoy convencido de que ‘Don Luis’ era un ‘salido’ reprimido, como buen español de pro y que no se atrevió a ir más lejos, sobre todo por “el qué dirán”.

Esta timidez, sin embargo, tiene orígenes más turbios aún: desde El perro andaluz

y La edad de oro, ‘Don Luis’ nos sugirió su obsesión por el sexo, que junto con la religión formaron el caballo de batalla de la imaginería buñueliana hasta el día de su muerte. El fantasma de la libertad es casi una película cómica en la que de una manera genial Buñuel desmonta muchos de los tabús de la burguesía, pero yo mantengo que los desmonta regodeándose. Buñuel se implicaba. Podía burlarse de sus criaturas, pero sólo a medias, quedándose en el umbral de la pornografía, por timidez, supongo yo.

El fantasma de la libertad es un caleidoscopio genial en el que se entremezclan los personajes y las ideas desde un punto de vista más cercano a Aragón que a Bataille. También podríamos decir, parafraseando a ‘Don Luis’, que todo ello es una chufla: él no era sino un autor cómico, lo cual es una verdad a medias pero verdad al fin y al cabo. La peripecia de los padres que buscan a su hija desaparecida, el juego con los frailes que suben y bajan por aquella pensión provinciana con un Michel Lonsdale que les pide, en su excitación, que le peguen, que le zurren. El juego delicioso en la prefectura de policía que nos deja entrever la existencia de dos prefectos para un sólo cargo, las postales “pornográficas” de París que la niña muestra a sus padres avergonzada… Todo es un juego magnífi co, un regreso a los orígenes, un canto a la libertad, a esa libertad

denostada por Salvador Dalí como traba para la creación artística: “Solo,

sojuzgado y oprimido el ser humano es capaz de sus mejores creaciones”.

Él me miró el día que nos conocimos: “Franco usted es un niño”. “Tengo

38”. “Pues eso, un niño”.

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