Carlos Marañón Fútbol y cine
OPINIÓN

El colmo de la pachanga de atrezzo

El colmo de la pachanga de atrezzo
El colmo de la pachanga de atrezzo
El colmo de la pachanga de atrezzo

Retrato sentimentalón de Coruña en los cincuenta, comedia sobre la emigración (gallega, pero no exclusivamente) a América con toques de postneorrealismo italiano, denuncia social católicobuenista y un Antonio Casal excelso (entre Fred MacMurray y Fernandel), la propuesta de cine popular colorista de manual de Camarote de lujo (Rafael Gil, 1957) lleva sin embargo al extremo uno de los tópicos de la imaginería futbolística más usados en el cine, quizá el uso más extendido del balón en las películas.

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Lo hemos visto mil veces, de fondo: esos niños jugando en la calle a la pelota mientras el protagonista o la acción del filme pasa por su lado. Fútbol callejero como ambientación de relleno, figuración pa'hacer bulto, paisaje nostálgico con ecos de una época (casi siempre pasada) o de un lugar (casi siempre pobre), el cine español, el italiano y latinoaméricano, pero también el británico, of course, y hasta el endomingadísimo cine francés, entre otros muchos, de Teherán a Kinshasa, incluyendo las producciones de Hollywood (que lo usan por defecto en cualquier circunstancia siempre que salen de su país) incorporan chavales jugando al fútbol en la calle por doquier. Piensen en películas de posguerra en España y en Europa, en filmes sobre el IRA, en las cintas sobre la favela brasileña, en las películas que retratan el África negra moderna...

Pues de entre las miles de películas que utilizaron el fútbol callejero como recurso casi de atrezzo, prácticamente ninguna debió de forzar tanto el uso de esta imagen prototípica como Camarote de lujo. La pachanga de camuflaje llevada al extremo, el colmo de su uso decorativo. El deambular desesperado del personaje de Antonio Casal por los muelles de La Marina coruñesa, abatido y despistado, le lleva a atravesar uno de esos partidillos improvisados que se forman en cualquier parte. ¿Cualquier parte? Ésta es la pachanga imposible.

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Ocho niños jugando sobre los adoquines, con un charco enorme, sin porterías (ni carteras ni jerséis en el suelo), rodeados de mar, botes, barcos de pesca y toda la jarcia. Es realmente un milagro que, en la ficción, los chavales escogiesen ese rincón para jugar en libertad, con el riesgo de que el balón se ahogue en el agua al primer tiro desviado, sin espacio para imitar las galopadas de Gento o los zurdazos de Kubala. Aunque, ahora que lo pienso, el único que podría jugar en ese espacio sin riesgo de perder el esférico ni de romperse la crisma habría sido el maestro Luis Suárez, quizá con el entonces jovencísimo jugador del Dépor Amancio, coruñeses ambos, como todos estos chavales, los extras de Camarote de lujo que tienen el honor de haber jugado al balompié en el lugar más insospechado del cine universal.

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