OPINIÓN

Joven director 'meets' productor (1ª parte)

Joven director 'meets' productor (1ª parte)
Joven director 'meets' productor (1ª parte)
Joven director 'meets' productor (1ª parte)

El joven director (40 años) quedó con el productor de su película en La Bicicleta.

Le pareció raro quedar allí. Pensaba que con los productores se quedaba en el barrio de Salamanca, en pisazos con parquet y grandes ventanales, no en una cafetería de Malasaña. O en Telecinco directamente, que es la que iba a poner la pasta. ¿Qué pasa, que Vasile estaba muy liado y no podía recibirle? Pues que no flipara, a ver si le iba a dar la ventolera y se iba a llevar su película a Intereconomía. Él no tenía problemas ideológicos, él sólo quería hacer su película. Que le dieran mandanga. Mandanga de la buena. En fin, pensó, al menos está cerca de casa. El joven director (40 años) vivía en la calle San Joaquín, enfrente de Tipos Infames. Como todavía era joven compartía piso. Vivía con un joven guionista (39 años) que escribía sketches para Paramount Comedy y que para compensar el sueldo descargaba camiones en Mercamadrid y con una joven actriz (37 años) que interpretaba un pequeño papel en una pequeña obra que se representaba en una pequeña sala llamada Karpas Teatro. Realmente trabajaba de community manager en Bodega Abierta. Los tres jóvenes estaban living the dream.

Antes de entrar en la cafetería/cycling café/workplace el joven director (40 años) se miró en los ventanales. Le gustó lo que vio: media melenita, barba entrecana, cejas pobladas, sonrisa despectiva... "Madre mía, me voy a hinchar a follar. Si ya pinché un huevo el año pasado con el corto, (premio Jurado Joven en el Festival de Medina del Campo), este año me pongo las botas". El joven director (40 años) era un romántico.

La Bicicleta estaba llena de gente rara con peinados imposibles. El director caminó hacia la barra, lentamente, haciéndose notar. Esperaba que alguna de las chicas que había por allí le reconociera. Su foto había salido cuatro meses antes en la página web de Kimuak, el organismo vasco que promocionaba su corto. El corto se llamaba Ósmosis y era una trágica y tierna historia ambientada en el núcleo central de una ameba. Emoción y crítica social a raudales. La ameba no era tal, claro (pocos habían captado el simbolismo). La ameba representaba la conciencia social de España, ese ente amoral, decadente y aletargado que vampirizaba todo lo que tocaba. Pedazo de corto.

Cuidado, él no lo llamaba "corto". Para él era una PELÍCULA. De 45 segundos, sí, pero película. Según él en esos 45 segundos había más cine que en toda la filmografía estatal (él no decía española, decía "estatal") de los últimos doscientos años.

Pidió un café con leche y un croissant y se sentó en uno de los "puestos de trabajo". Sacó el iPad y escribió un par de tuits expresando su opinión sobre la crisis ucraniana. Esperaba que los líderes rusos y ucranios tomaran nota. Luego buscó en su timeline a actores famosos. Escogió uno al azar. Como siempre, los actores informaban al pueblo de su próxima actuación en La Casa de la Portera, de la próxima proyección de su última película de low cost en Artistic Metropol o de su última foto en Instagram haciendo el indio. "Actorcillos", pensó el joven director (40 años), "odiosos pero necesarios". Leyó el tuit del actor escogido al azar: "Comienza @VelvetOficial #MaxVelvet Aquí con @SaraRivero #MiriamGiovanelli Disfruten!". Por supuesto el tuit iba acompañado del inevitable selfie de los tres actores poniendo morritos. El joven director se aguantó las náuseas, "¿Cuándo, señor, cuándo podremos prescindir de los actores y hacer películas con hologramas?". Suspiró con fuerza para que todos los que le rodeaban supieran que había algo que le había ALTERADO y le dio al icono de Reply. Escribió lo siguiente al actor escogido al azar: "Jajajaja. Muy fan de los tres. ¡Mucha mierda!". Que los odiara no significaba que se cerrar puertas. Sobre todo con ellos a los que no conocía de nada. Pero eso los demás no lo sabían. Pensarían que les unía una fuerte amistad con los tres muñecos. Eso es lo que importaba. Pensó en incluir en su tuit una foto, una que le habían hecho el verano pasado en la playa de S'Alga. En esa foto estaba cañón: morenito, cachitas, seductor... Seguro que a la Giovanelli le gustaba. Envió la foto. (No tuvo respuesta). Por último escribió un tuit criticando la piratería y a continuación se bajó un capítulo de True Detective.

Miró el reloj. El productor se retrasaba. ¿Quién cojones se pensaba que era? ¡Él no podía estar ahí todo el día perdiendo el tiempo! (Sí que podía, no tenía nada que hacer aparte de sentarse en la terraza de El Rincón, poner cara de estar sufriendo alguna crisis creativa y existencial y esperar a que picase alguna guiri). Mientras esperaba el decidió echarle un vistazo a su guión. Bueno, el guión no era suyo, era de un guionista de esos. Le había conocido una noche en el Café Berlín. El pavo le dijo que trabajaba en una serie pero que estaba hasta la polla y que también hacía "sus cositas". "Pues mándame algo". El guionista le mandó el último guión que había escrito: una comedia ambientada en el Festival de Benicassim de 1999. Una historia divertida y alocada con un punto nostálgico. Al joven director (40 años) no le gustó nada. De hecho, le pareció un puto asco. Demasiadas risas. Demasiada comedia. No era su rollo. Ahí faltaba chicha, mensaje, punch. Aún así decidió hacer una película, "su" película con esa mierda. Había intentado escribir pero no le salía. Claro, que él tampoco estaba para escribir, eso lo hacía cualquiera; él estaba para crear arte, desarrollar emociones, remover conciencias... Y follar, claro. Ya se encargaría él de llevar el guión a su terreno. Ya le metería "calidad" a esa bazofia. Para empezar a tomar por culo lo de Benicassim. Todavía le dolía la cobra que le hizo una putita inglesa en 2001, durante el concierto de Pulp. Mientras sonaba Disco 2000 a él le rompían el corazón... Benicassim ni de coña. Buscaría otro sitio para situar la historia. ¿Madrid 1936? Sí, podría ser... Pero eso más adelante, cuándo ya tuviera firmada la historia y pudiera prescindir del guionista. Ahora no podía. Le necesitaba. Seguro que había que reescribir el guión ochocientas o novecientas veces más. Y habría que crear un papel para la novia-novio-hija-hijo-amante-mujer del productor. Puto guionista. Ese listillo se empeñaba en defender todo lo que escribía. Le tenía hasta la polla. Que si el personaje no haría eso, que si la película está quedando muy larga, que si cuándo me vas a pagar la primera versión del guión... ¿Pagar? Al cine SE LE AMA, no se ensucia su sagrado nombre con el cochino dinero. Pero claro, qué coño iba a saber él.

¿Es que se pensaba que solo por haber escrito la película tenía derecho a opinar?

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Alberto López (@alberto2) es guionista. Su película favorita es La fiera de mi niña. Odia a Damon Lindelof.

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