OPINIÓN

Día 7: Esa manía de abuchear

Día 7: Esa manía de abuchear
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Día 7: Esa manía de abuchear

"La historia pasa lenta, la vida en cambio muy deprisa". Se lo he oído decir hoy a un cura que más parecía un monje budista en Aita, la película del vasco José María Orbe que compite en la Sección Oficial. Cuanta razón. Dándole un poco la vuelta a la frase, qué lentas son algunas películas y qué deprisa se pasa el día encadenando una con otra. Además de la mencionada Aita, hoy he visto cuatro títulos de Zabaltegi: Chrzest (Marcin Wrona, Polonia), Agua fría de mar (Paz Fabrega, Costa Rica), Los colores de la montaña (Carlos César Arbeláez, Colombia-Panamá) y salgo ahora mismo de ver Tuan Yuan (Apart Together) (Wang Quan-An, China).

Mi teoría –o lo que sea– es que para ver buenas películas en un festival tienes que ver inevitablemente unas cuantas malas. Si de cinco finalmente queda una buena, es que la cosa ha ido bien. Y eso es justo lo que ha pasado hoy.

No ha sido Aita. Una pena. En la línea de En construcción, de José Luis Guerín, y esa corriente liderada por Isaki Lacuesta o Jaime Rosales que saca la bestia que Carlos Boyero lleva dentro. Cine contemplativo en el que se exige un compromiso emocional-intelectual con el espectador, con un señor mayor intentando mantener en pie el caserío en el que se crió. No me ha dado por patear como a algunos espectadores al final, que parecían responder a unas tímidas palmas que han silenciado. Me emociona escuchar una sala llena de aplausos después de ver una gran película. Hace algunos años, aquí en Donosti, fue increíble ver cómo Bertrand Tavernier aguantaba más de un cuarto de hora de aplausos por Hoy empieza todo. Sin embargo, me produce vergüenza estar en un auditorio en el que se abuchea una película a los créditos. También es triste escuchar la lectura del palmarés y a algunos exaltados silbando al jurado. Pronostico que este próximo año volverá a producirse la situación.

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Tampoco ha sido Chrzest (The Christening), película polaca sobre un par de viejos amigos que se reúnen después de unos años de separación. Uno de ellos, que se ha asentado y formado una familia, delató en su día a sus compañeros de banda criminal. Ahora su antiguo jefe le persigue y chantajea, y la única obsesión de este pobre infeliz es bautizar a su hijo antes de que se le acabe el dinero y le den un recadito definitivo. Así contado suena regular, visto es terrible, en parte porque tiene a unos actores que parecen sacados del cuerpo de baile de Noche de estrellas.

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No, no me leeréis nada bueno sobre Agua fría de mar, una película caprichosa que realmente no sé resumir. Lo intento: una niña está de cámping en un camión para carne con su familia, le da un pronto y se va por ahí, se cruza con una jovencita microbióloga y su pijo novio, le dice que sus padres murieron –mentira– y ahora su tío la viola –¿mentira o fantasía?–, a la microbióloga le empieza a doler la tripa y le entran dudas existenciales, la niña se vuelve con sus padres... ¿Por qué no siempre logras olvidar lo que no te importa? Con suerte dentro de unos días no sabré si alguna vez ví esta película.

¿Tuan Yuan (Apart Together) entonces? Podría ser, pero no. Y es que el argumento es muy interesante. Exiliado a Taiwan hace medio siglo, el gobierno chino permite volver a un expatriado para reencontrarse con su novia y madre de un hijo que ya está calvo. Ambos se habían casado con otras personas, pero no se habían olvidado. Él es viudo reciente, pero… ella no. Lo flipante es que el marido de ésta quiere darle el divorcio para que pueda ser feliz con su antiguo amante. Sí, sin drama, con un buen rollo excelente que resulta de lo más desconcertante. Me ha dejado fuera de juego y no he logrado entrar.

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Despejemos la duda entonces: la buena ha sido Los colores de la montaña. Ambientada en uno de esos pueblos destrozados por la guerrilla y el ejercito colombiano, trata la historia de Manuel, un niño de 9 años que sólo quiere jugar al fútbol y pintar paisajes con sus lapiceros de colores. Uno de sus amigos es albino y se llama Poca Luz. Sólo es una de las muchas genialidades de una historia entrañable. Con economía de medios y mucho alma, Carlos César Arbeláez convierte una historia mínima en un estupendo retrato de la situación en la que viven las verdaderas víctimas de ese conflicto en el que a ni unos ni otros les importa un carajo el pueblo, por mucho que se les llene la boca pronunciando su nombre.

Y una última para cerrar. Me contaba Andrea que casi nadie quería ver Misterios de Lisboa, que compite en la Sección Oficial. Dura 272 minutos. No la supera, pero queda cerca When the Levees Broke: A Requiem in Four Acts, un documental de Spike Lee sobre el Katrina que se ha proyectado hoy en el ciclo .Doc: Nuevos caminos de la no ficción. Si ahora –3.00 de la mañana– mie diera por verlo llegaría casi sin desayunar al pase que me espera ¿mañana? Lo dicho, la vida pasa más deprisa que las películas.

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