Carlos Marañón Fútbol y cine
OPINIÓN

Chuta, Saza, chuta

Chuta, Saza, chuta
Chuta, Saza, chuta
Chuta, Saza, chuta

Extrañísima película organizada en episodios, Mañana... es una rareza del inclasificable Jose María Nunes, cineasta portugués que emigró con sus padres a España de niño y al que vinculamos a la Escuela de Barcelona (a pesar de que ya llevaba un tiempo fogueándose por su cuenta). Rodada entre 1956 y 1957, el filme no se estrenó hasta 1958, y duró apenas una semana (cinco días, de lunes a viernes) en el cine Alcázar de la Ciudad Condal, donde se estableció y donde rodó casi todo su cine.

Mañana... cuenta varias historias en las que el denominador común son personajes paralizados de una u otra manera ante una expectativa de riesgo o de cambio en sus vidas, algo que metafóricamente se asocia al día siguiente al que transcurre la acción (que a veces es sólo reflexión). Unidos por un monólogo a cámara (muy de la época, ahí se movió bastante bien Nunes entre lo convencional y lo marginal) de José María Rodero (una gloria del teatro que no se prodigó demasiado en el cine), los personajes se hunden en sus miserias antes de enfrentarse a sus propios miedos. No parecía el filme más idóneo para encontrar alguna referencia futbolística, pero...

Radical desde una narrativa fragmentada, con un sentido poético muy particular, que oscila entre lo cursi y lo trágico para dejar un regusto amargo muy interesante, uno de los episodios de la película, El gran payaso, está protagonizado por el gran José Sazatornil, que ya había trabajado en una decena de películas desde su debut en 1953 en Fantasía Española. Perdido por las calles y caminos de un pueblo, el payaso de Saza pena en busca no sólo de un trabajo, sino de una oportunidad de hacer reír a la gente: hay en su avidez por demostrarlo una intuición de que no va a ser capaz. Está en pleno intento de salir de su abatimiento cuando, de la nada, casi como en el teatro del absurdo, aparece un grupo de chiquillos que visten y calzan como futbolistas de la época, con camisola y calzón corto, luciendo botas y número a la espalda, y jugueteando con un pelotón de reglamento.

Con ellos tampoco este clown va a tener mucho éxito, así que la burla y mofa de los chavales que le increpan –"¡Chuta, payaso!"– le llevarán hasta las lágrimas. De repente, uno de los críos, el que luce el número 1 a la espalda, un guardamenta con visera y rodilleras que reconoce ser el responsable de los triunfos del equipo, se apiada de él, quiere calmarle y darle una oportunidad para que le haga, por fin, reír. El payaso pone todo su empeño en un numerito entre ridículo y lastimero que recuerda al gran Charlie Rivel, pero que en su pasmosa posmodernidad, no le hace ninguna gracia al cancerbero. Al revés, el pequeño se echa a llorar, y su llanto va a provocar que el personaje de Saza tire la toalla, renuncie a un contrato y se marche por un camino polvoriento alejándose en el plano a la manera del gran Charlot. Un final contundente para la historia del payaso y aquellos niños futbolistas que José María Nunes alineó insospechadamente en Mañana...

Chuta, Saza, chuta

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