OPINIÓN

'Chicago' y Bob Fosse

'Chicago' y Bob Fosse
'Chicago' y Bob Fosse
'Chicago' y Bob Fosse

Robert Louis ‘Bob’ Fosse fue un producto típico del show business americano. Actor no muy brillante, coreógrafo inspirado, su personalidad es una de las más atípicas del mundo de la farándula. Enjuto, pequeño, como casi todos los grandes bailarines del musical americano (creo que sólo Gene Kelly era más grande y macizo que los demás), fue desde muy joven un coreógrafo y un bailarín de gran creatividad. A pesar de ser oriundo de Chicago, se convirtió pronto en un producto típico de Broadway. Maniático, perfeccionista, mujeriego, su talento fue incuestionable desde sus primeras aventuras con la cámara, es curioso constatar que los grandes del musical eran todos casi autodidactas y con escasa formación cultural.

En general este tipo de personajes son incomprendidos por un público europeo poco dispuesto a admitir la genialidad de un hombrecillo que danza dando saltos, o que se presenta a un público reducido de cueva literaria y cuenta trozos escogidos y adulterados de su propia vida, y divierte a una audiencia mínima pero entregada, y crea frases y gags sorprendentes que lo convierten en un nuevo tipo de estrella. Bob Fosse fue eso, eso y muchas cosas más. Como creador cinematográfico sólo hizo un puñado de obras novedosas, de burla antisistema, de una sinceridad y una emoción que sólo los elegidos consiguen a veces. Él popularizó la figura del monologuista capaz de mantener la atención y arrastrar la simpatía del público durante una hora sin artificios: sólo hablando y a veces mimando situaciones ridículas, sátiras de calado muy superior al mismo proyecto.

En España hay varios Bob Fosse, pero incluso los mejores padecen el drama general del país: la escasez de información y la falta de recursos artísticos (no son bailarines maravillosos, ni son

los reyes del swing, ni saben en general cantar). El público americano, que no es precisamente el más cultivado del mundo, siempre tuvo debilidad por este tipo de artistas y les fue fiel durante años y años. Reconozcamos que hay que tener una mente muy abierta para encumbrar a unos individuos que no dan el do de pecho, ni bailan El lago de los cisnes, ni recitan el monólogo de

Yorick, sino simplemente charlan contigo, te cuentan tus pequeñas cosas o susurran unas melodías que ni siquiera llevan la firma de Puccini. Bob Fosse llegó más lejos que casi todos los

entertainers. Él reinventó la comedia musical, creó un estilo que pronto se convirtió en el favorito del público. Fue el verdadero autor –firmara o no– de Lenny, Mi hermana Elena, Cabaret,

All that Jazz y, por fin, de Chicago, que realizada por su gente y homenajeada por todos sus colaboradores se ha convertido en una de las auténticas obras maestras del cine musical

de todos los tiempos. El espíritu, el talento de Fosse aparece en cada escena de la película. Con una generosidad poco frecuente, todos reconocen a Bob Fosse como el verdadero autor del filme

empezando por Rob Marshall, que ya fue su principal colaborador cuando Chicago se estrenó en teatro muchos años antes.

Inspirados por el maestro, todo el equipo participó en este homenaje imperecedero, desde los actores –algunos geniales como Richard Gere en el mejor papel de su vida o CatherineZeta-Jones con vocación de musa de Fosse– hasta los técnicos, desde el compositor Danny Elfman, o el arreglador favorito de Fosse, Ralph Burns, todos, procuraron acallar sus egos

personales en este tributo logradísimo a aquel genio del séptimo arte que fue Bob Fosse.

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