Carlos Marañón Fútbol y cine
OPINIÓN

Bob Marley con botas de tacos

Bob Marley con botas de tacos
Bob Marley con botas de tacos
Bob Marley con botas de tacos

Albert Camus no tiene la culpa de que manoseemos continua e impunemente su frase sobre lo mucho que aprendió sobre la moral jugando al fútbol allá en Argel. Pero ya está bien. Hay que mover el banquillo de la intelectualidad aplicada al balón. A cualquier once de genios de la cultura que supieron amar el fútbol (formaría un buen ataque con Pasolini en la otra banda y Osvaldo Soriano de 9 verdadero) le iría bien un extremo como Bob Marley. Y aunque lo tendría jodido para pasar los controles antidopaje por consumo de marihuana, dos frases atribuidas a él liberarían al cancerbero piednoir de la pesada carga de ser la eterna referencia (¿la única con Premio Nobel?) para defender una idea que, por otro lado, se defiende sola: el fútbol también es cultura. Cualquiera de estas dos sentencias lo confirma: “El fútbol forma parte de mí. Cuando juego, el mundo despierta a mi alrededor”. Bien, Bob. “El fútbol es un universo en sí mismo. ¡Libertad! El fútbol es libertad!”. Mejor aún, maestro.

Sabíamos, pues, que el Rey del Reggae adoraba el fútbol y lo practicaba entre amigos en su Jamaica natal, pero Kevin Macdonald, documentalista imponente (director de One day in September, oscarizado documental sobre la matanza de los JJ OO de Munich’72, y de esa joya del montañismo y la aventura que fue Touching the Void) nos confirma que el fútbol marcó la frontera entre la vida y la muerte de Bob Marley (1945-1981) con un retrato alejado del folklore barato y otras hierbas: entre imágenes inéditas, valiosos testimonios y temazos universales, el documental Marley está lleno de goles espirituales y de pachangas entre músicos.

El pisotón de un rival con las botas de tacos por delante en un partidillo pudo haberle salvado y, en cierta forma, acabó sentenciando a Bob Marley. Una herida en el dedo gordo del pie que nunca acababa de curarse bien ocultó la aparición de un melanoma. Lo cuenta en el filme Allan Skill Cole, el Pelé jamaicano. Descubrimos así, gracias al cine, a una gloria del fútbol caribeño, un futbolista profesional que apenas salió de su tierra sino para jugar en EE UU (Atlanta Chiefs) y Brasil (Nautica), el jugador más joven en debutar con su selección (15 años). Cole fue el representante de Marley y los Wailers durante años y conoció de primera mano su pasión por el fútbol y los partidos en el patio trasero de la casa-estudio-comuna rasta de Hope Road en Kingston (con esas porterías imposibles hechas de tochos de hormigón), reflejada en el filme en multitud de imágenes: el balón era su mejor amigo sin rastas. Aunque eso sí, por las imágenes del documental, no nos treveríamos a decir que fuese un virtuoso del toque, por más que algunas hagiografías digan que era un fenómeno

Tras el diagnóstico de ese pequeño cáncer de piel, las dudas sobre qué tratamiento seguir (unos dicen que la amputación de la pierna, otros, una simple extirpación de parte del dedo), unidas a la creencia rastafari de que el cuerpo es inviolable y hay que mantenerlo hasta la muerte puesto que es necesario para la vida eterna, provocaron cierta confusión. Bob Marley se negó a una intervención. No parecía tan grave: “Le gustaba tanto el fútbol que no podía permitirse que le cortasen el dedo gordo del pie”, recuerda Allan Skill Cole. Tampoco hubiese podido bailar a gusto, su otra pasión. Años más tarde, el cáncer se había extendido rápidamente por todo su cuerpo. Marley siempre se negó a pasar las revisiones médicas preceptivas. Una herida provocada por el juego había permitido descubrir aquellos primeros síntomas de cáncer. De haber hecho caso a los médicos, quizá el fútbol le hubiese salvado la vida. Sin embargo, acabó siendo su condena. Bob Marley decidió que prefería morir antes que dejar de correr la banda.

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