OPINIÓN

Biba el cine ejpañol (1): 'Yo quiero ser torero', la película del Dúo Sacapuntas

Biba el cine ejpañol (1): 'Yo quiero ser torero', la película del Dúo Sacapuntas
Biba el cine ejpañol (1): 'Yo quiero ser torero', la película del Dúo Sacapuntas
Biba el cine ejpañol (1): 'Yo quiero ser torero', la película del Dúo Sacapuntas

A todos aquellos que protestan por las subvenciones del cine español, la figura de José Luis Sánchez Colina les tiene que parecer poco menos que una figura divina. El tipo vio un filón en el video doméstico y se lanzó a explotarlo, creando el sello Olimpy Vídeo con el que editó cintas como Tu y yo o Reír más es imposible. ¿Películas? Bueno, en realidad, poco más que obras de teatro grabadas en vídeo y puestos a disposición de un público receptivo, deseosos de nuevas peripecias de Emilio Aragón o Juanito Navarro. Y todo sin una peseta de dinero público.

Colina no sólo intuyó que el había un mercado hispano para el directo a vídeo, sino que acertó a la hora de escoger sus protagonistas. En este caso hablamos del Dúo Sacapuntas. Lanzados a la popularidad gracias al 1,2,3 con muletillas como “ventidó, ventidó” o “la plaza estaba abarrotá”, triunfaban como solo podía triunfar algo en la España del UHF. Su debut en un largometraje fue este Yo quiero ser torero, una auténtica obra maestra, que demostró que la industria conocía cuales eran los deseos del público, que la recibió convirtiéndola en un éxito. Y eso que como las grandes películas, exige que el espectador ponga de su parte. En este caso, para no para no perder la paciencia o quedarse frito en el sofá.

En su única aparición semi-cinematográfica, el reputado dúo cómico encarna al paradigma del héro español: el torero. Dos muletillas novatos deciden viajar hasta un pueblo para recibir la alternativa y debutar por fin en ese duro mundo. Uno pensaría que en el viaje les sucederían todo tipo de aventuras. Pero no: como he dicho, la película desafía al espectador, y hace gala de un ritmo pausado, relajadísimo. En Yo quiero ser torero pasan menos cosas que en la última semana de un Gran Hermano. Es básicamente los tipos contando chistes delante de la cámara… y ya.

El comienzo ya es descorazonador: tras comprobar que el largo está rodado en vídeo, una voz en off nos pone en situación y rápidamente se presenta a los personajes... con unos letreros. Y qué letreros. Para que luego hablen de la influencia de los videojuegos en el cine: esto sí que nos remite directamente a los “attract mode” de un Final Fight cualquiera. En fin, como nuestros amigos no tienen para comer, trabajan en un restaurante una tarde a cambio de un almuerzo. Tras esto, van al ayuntamiento, se presentan ante la gente y finalmente van a la plaza, donde tendrán que enfrentarse con el toro Supermán. Eso último me ha quedado medianamente interesante: por favor, desechen esta idea de su mente, por favor.

Claro que todo esto se explica cuando descubrimos quien se encontraba a las riendas del proyecto: el visionario director Emilio Aragón 'Miliki', un tipo con sobrada experiencia audiovisual. Aunque en esta ocasión no le dio la gana de aplicar ese bagaje, porque esto viene a ser una obra de teatro filmada (volviendo a los orígenes del cine), con interminables planos generales fijos y el dúo improvisando chorrada tras chorrada. Cada escena está alargada por unas lamentables peroratas del dúo, que se dedica a insultar y contarnos chistes con la misma (falta de) gracia que un monologuista cualquiera. Todo en un perpetuo plano fijo que puede llegar a durar hasta 15 minutos. Fíjense en las fotos que acompañan este artículo y se harán una idea del percal.

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Me río yo de los planos secuencia y el mal rollo de Secuestrados. Estas larguísimas secuencia en la que la cámara apenas se mueve, la ausencia de música y un sonido de ultratumba le dan un acabado sórdido que no difiere mucho del acabado de una película snuff. Esto sí que es torture porn, y sin enseñar ni una gota de sangre. No provoca el sentimiento de asco de un Guinea Pig, pero sí el de desconcierto y vergüenza por estar viendo esto.

Me gustaría contar sus momentos más destacados, pero lo cierto es que no hay ninguno. Aquí hay menos acción que en un pub de Bilbao. Paradójicamente, los momentos que más descataron en su visionado fueron aquellos en los que no aparecía la pareja. Hablo de unos pequeños insertos, con un público entusiasmado con el pregón del Pulga y el Linterna, verdaderamente inolvidables. Imagino que la presencia del dúo en Mijas supuso el acontecimiento más importante del año (o del siglo) para los habitantes de la ciudad, que se volcaron con Miliki y su equipo. Vean, vean este entrañable y costumbrista retrato de sus padres, sus vecinos y ustedes mismos.

En todo caso y como dice mi amigo Victor Olid, la película es todo un título seminal del cine underground moderno rodado en vídeo, sin medios, en un par de tardes y con un trangresor descuido de toda forma. Eso sí: el guión de Miliki es capaz de darnos algunas sorpresas. Referencias a Spiderman, King Kong, Superman y La guerra de las galaxias se cuelan en el metraje, y aunque finalmente no vemos ni un puto toro, nos proporciona la siempre bonita estampa de ver a un torero con pistolas. Como ven, Miliki demuestra una sensibilidad pop notable y cierta tendencia a la referencialidad postmoderna. No me extrañaría que gente como Kevin Smith, Tarantino o Robert Rodríguez hubieran visto esta cinta en su día y fueran impactados por el enfoque postmoderno del gran Miliki. Hasta me imagino al amigo Quentin palmeando un “twenty-two, twenty-two” a los clientes del videoclub en el que trabajaba.

Al productor Colina le debemos toda la producción de Olimpy, esas obras de teatro grabadas con Juanito Navarro o Fernando Esteso. Por desgracia, nadie quiso invertir en darles a los Sacapuntas una película de verdad, como si sucedió pocos años más tarde con Cruz y Raya o Los Morancos. Con resultados igualmente desastrosos, pero con mucho más presupuesto, pretensión y difusión. Y peor acogida: ¿quién quiere ver a Los Morancos haciendo de policías? Los Sacapuntas y Miliki afrontaron el proyecto con la misma honestidad que afrontaban todas sus actuaciones: salir ahí y contar chistes. Si esto era un vehículo para su lucimiento, resultó ser poco más que el coche huevo de Steve Urkel.

Los completistas deben saber que no fue esta la única aparición del dúo en el vídeo doméstico, si bien sí la única en algo similar (aunque poco) a la ficción. En la cinta III festival del humor andaluz, la pareja también aparece, dando la alternativa a una caterva de aspirantes a cuentachistes que no llegaron a ningún lado. Y de nuevo, con plano fijo y con un sonido de ultratumba. Ni la cinta de The Ring ni ná: esto sí es el infierno en vídeo. Si encuentren alguna copia de la cinta, por favor, no la toquen y avisen a sanidad ipso-facto. Su colaboración puede salvar vidas.

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Yo quiero ser torero se convirtió en una película de culto que aún hoy está siendo descubierto y disfrutado por una nueva generación. Bueno, en realidad esto es mentira: no hay dios que la soporte y está muy olvidada. En fin, al menos la película consiguió hacer felices a los habitantes de Mijas durante un par de tardes, lo cual ya es más que lo logrado por toda la filmografía de Apichatpong Weerasethakul. Una anécdota para cerrar el artículo: cuando quise volver a ver la película, con el fin de comentarla aquí, el VHS original terminó contaminando mi vídeo, haciendo imposible su reproducción y obligándome a desmontar el aparato para limpiarlo. Si eso no es una señal, que venga Dios y lo vea.

Y Dios bendiga al dúo por traer felicidad a este buen hombre. Dios sabe que se la merece.

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