Los integristas no juegan al fútbol. Tampoco se andan con bromas. Abderrahmane Sissako vive bajo la amenaza del terror desde que se propuso filmar los días de dominación islamista de Tombuctú, ciudad más emblemática de Malí (y no sólo por el París-Tombuctú de Berlanga) tras la invasión del grupo integrista Ansar Dine, que implantó la dictadura de la Sharía (ley islámica integrista) por unos meses en 2012 hasta que el gobierno francés envió tropas para restablecer (de aquella manera) el orden anterior. La película es durísima, pero sin darse importancia. Combina la dureza de la aplicación de las normas extremistas con el discurrir de una vida cotidiana alterada por el paso del despotismo irracional por la ciudad. Hay horror, pero también compromiso, emoción, inteligencia, y hasta humor.
De pronto, entre todo aquello, surge el fútbol. Fútbol como espacio de libertad, pero también como ruleta rusa en una sola escena: un partido sin pelota en un baldío vigilado por los islamistas más radicales, amigos del látigo y la lapidación, carceleros de los balones de reglamento que discuten de Real Madrid y Barça cuando nadie mira. Jugarse la vida por el fútbol frente a la dictadura de la sinrazón. No recuerdo una imagen más reveladora para reivindicar la libertad de forma natural. Ni tampoco una escena que dignifique el fútbol con mayor intensidad.
*Texto sobre Timbuktú (Abderrahmane Sissako, Mauritania-Francia, 2014) para la revista Panenka #77
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